De repente, el avión pega un bandazo lateral y cae de golpe, casi en barrena -al día siguiente, supimos por la prensa, que fueron unos dos mil metros en prácticamente un instante -, aparentemente, perdiendo la sustentación por momentos. A la vez, suena un chirrido intenso, como si la aeronave se estuviera deslizando o arrastrando sobre una superficie y estuviera siendo erosionada. En mis más de 35 años de vuelos, no había vivido algo semejante. Y en estado de pánico, pienso, con mi esposa y el chico de al lado, durmiendo a pierna suelta, que ha llegado el momento de la inmolación masiva causada por el piloto.
Pasan unos tres interminables minutos, hasta que el mando del aparato se hace con el control de la aeronave. Es entonces, cuando el piloto, a voces y por megafonía -algo inédito en nuestras experiencias voladoras -, le grita a las azafatas, que recojan los carritos de la comida y se refugien en la cocina. Siempre me dijeron, que nunca te pongas histérico en un vuelo, hasta que no veas nervioso al personal de cabina. Y desde luego, su carita era un poema
Paradójicamente, yo me tranquilizo Será lo que sea, pero el comandante nos quiere salvar y no, autoinmolarse. En la pantalla del asiento empiezan a aparecer mensajes contradictorios. Primero, llegamos dos horas tarde, a Madrid y posteriormente, que falta media hora para volver, a Abu Dhabi.
Al fin, el piloto, se dirige a los pasajeros: " Hemos tenido una despresurizacion del avión, motivada por una grieta en una de sus ventanas. Nos volvemos a Abu Dhabi". Y , yo me pregunto: "¿Habré sido yo, que presionaba fuertemente la almohada contra la claraboya?".
Me doy cuenta, después de ver desde el aire la maravillosa bahía de Abu Dhabi, iluminada, que estamos llevando a cabo un aterrizaje de emergencia. ¿Y por qué? Quienes hemos viajado en business alguna vez, en la parte delantera de los aviones, hemos podido comprobar, como se alinean unas aeronaves detrás de otras, casi, como si fueran procesionarias y van haciendo círculos, hasta tomar tierra, en una media hora. En esta ocasión, no tardamos ni cinco minutos y descendemos todo recto. La confirmación viene, cuando contemplo en la pista coches de bomberos, ambulancias y de mantenimiento del aeropuerto.
¡Estamos en tierra! Nos trasladan de forma dilatada hasta un sitio indefinido del aeropuerto, donde se ubican grúas y otros vehículos. Nosotros y después del susto, comenzamos a bromear, con que nos han traído aquí, para pegar la ventana con Carglass o con celo. Comenzamos a desarrollar una relación cordial con nuestro compañero de asiento, Beñat, que en su pantalón lleva el escudo de la Real Sociedad.
Nosotros no tenemos experiencia en esta situación, pero sí, en cancelaciones y nos hacemos la siguiente reflexión: si nos han mandado quedarnos quietos es, porque el avión va a tratar de volver, a salir. Pero, no creemos, que eso pueda ser antes de tres o cuatro horas.
Al rato largo, vemos grúas, que recogen los contenedores del equipaje desde la bodega y se los llevan. Es evidente, que nos van a mandar desembarcar y así ocurre. Pero, mientras no nos ordenen ir a recoger los equipajes a la cinta, tenemos esperanza, de que acaben en otra aeronave. Mientras tanto, el piloto nos dice, que están intentando resolver la situación en el periodo más corto de tiempo.
Nos dirigimos, como zombis -son las cinco de la madrugada -, a la puerta 29, donde nos han mandado. Es absurdo, pero otra vez, tenemos, que volver a pasar por el mismo control de equipajes, que habíamos cruzado hace escasas horas. Los pasajeros no nos enfadamos demasiado y los funcionarios, visto lo visto, son condescendientes y no molestan a nadie.
¿Cómo interpretar todo esto? ¿Como un contratiempo o como un vuelo de aventura, que además, nos ha salido gratuito? De todas formas, 15000 aviones volando simultáneamente a estas horas por el mundo ¡Y nos ha tenido, que pasar a nosotros!
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