A Pune llegamos, como diría el otro, por exigencias del guión, dado que era requisito necesario, para enlazar con Mahabaleswar y Kolhapur. Tiene escasos y discretos atractivos, que están alejados del centro. La ciudad - de más de cinco millones de habitantes, casi nada-, está hecha un auténtico cacharro. Aunque la zona de la estación resulta bastante aceptable, respetándose las aceras, gracias a gruesos e intimidantes bolardos ( aunque son pocas cosas, las que acojonen a los indios).
Pero aquí, solo nos aceptaron en un hotel - después de preguntar en más de quince- y era caro. Milagrosamente y cuando anochecía y habíamos perdido toda esperanza, unos chicos jóvenes se apiadaron de nosotros y nos dieron habitación en un barrio pintoresco, desastroso y musulmán, donde ponerse ciego a comer cordero, oveja y pollo es un privilegio.
Mahabaleswar es todo lo contrario, así que ambos destinos mezclan como el agua y el aceite. Se recorre de una punta a otra en poco más de diez minutos y su calle principal, que está llena de restaurantes, agencias y todo lo relacionado con el turismo, apenas aglutina un poco de tránsito de tranquilos vehículos.
Dos especialidades atraen al viajero en este lugar: los snacks de garbanzos de hasta veinte sabores diferentes y las fresas de plantaciones cercanas, en forma de batido, zumo, snacks y helados. Por no tener, no dispone ni de bancos, ni de cajeros automáticos.
Pero, los principales atractivos de esta zona, de Maharastra, se encuentran en los espléndidos alrededores: un precioso lago a cinco kilómetros ,- de puede llegar por una acera, aunque parezca mentira-, una cascada, diversos miradores y las mencionadas plantaciones de fresas. Es posible y no muy caro, llevar a cabo un circuito organizado por estos sitios o hacerlo parcialmente, andando.
La carretera de acceso a esta población es muy bonita y la temperatura, ideal, gracias a la altitud. Dormimos tapados con mantas, pero antes observamos desde nuestra habitación, ocho horas seguidas de virulenta tormenta, en la que casi no se veían los rayos, gracias a la densa y tranquilizadora niebla ¡Un lujo asiático y nunca mejor dicho!
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