Escenario principal de la "Fan zone", en Kiev
Arribamos a Kiev, el día en el que a todo el mundo
–especialmente, a españoles e italianos-, le hubiera gustado llegar. La primera
sorpresa, es que la estación de autobuses, no es otra cosa, que el parking de
un gran supermercado. La segunda, que la terminal de trenes –donde jovencitas voluntarias
vestidas de verde, ofrecen información y planos de la ciudad-, se halla muy
cerca y ambas, no demasiado distantes del centro. Es la primera vez, que esto nos
ocurre, en las dispersas ciudades de Ucrania.
Tras algo más
de media hora de camino, llegamos a la “fan zone”. A diferencia de Lviv , no
nos ponen demasiadas trabas para entrar con todos los bultos y algo de comida y
bebida. Debe ser, que como son sólo las nueve de la mañana, no alteramos
demasiado el negocio, al no haber abierto todavía, las casetas de Carlsberg,
Coca Cola y demás marcas promotoras del evento.
Lo de
siempre: vallas cercando parte de la calle principal y de la plaza, donde
aparecen los patrocinadores y el interior, con la carpa VIP, numerosas
pantallas gigantes y un escenario por donde pasa todo lo que sea vendible, a
través de los bailes de unas perfectas y desenvueltas señoritas, vestidas de
rojo. Ahora, concreto, toca el “Ukraine Trophy”.
No somos
expertos en espectáculos deportivos, pero nos sentimos algo decepcionados, por
múltiples razones. No sé por cual empezar. Cuando oyes en la tele, que hay diez
mil de un bando y quince mil del otro, te imaginas algo grande. Aquí y a pesar
de que faltan casi sólo doce horas para el gran momento, sí dividimos las cifras
por diez, aun seguiríamos exagerando.
Tratamos de convencernos, de que
no todo es pura propaganda o patrañas, pensando, que Kiev no es un destino accesible
para todo el mundo, debido a la ausencia de vuelos de bajo coste. Lo cierto y
verdad es, que aunque acaparen muchas menos cámaras, son muchos más los grupos
organizados, que visitan las magníficas iglesias y los coquetos mercadillos de
Kiev –mayoritariamente, hablan en inglés-, que los que defienden o postulan las
banderas de los finalistas. Nosotros, afortunadamente, pertenecemos a los dos
bandos: al cultural y a la hinchada deportiva.
Luego, nos extraña la falta de espontaneidad,
en el desarrollo de los acontecimientos. Los aficionados se dividen en grupos
muy concretos. Por un lado, los que deben tener sus propios códigos, y que
siguen estos torneos, regularmente y no aceptan a extraños, por muy
compatriotas que uno sea Nada que ver,
con la emoción de vivir la otra Euro en Bangkok, con españoles, que por allí
pululaban, por otras razones.
Además, están los frikis: normalmente, son
gentes de edad, con una buena pensión o apoyados por patrocinadores. Suelen ser,
los que siempre enfocan durante la celebración de los goles, tanto de los
propios, como de los del contrario. Los hay, desde muy rancios, pero esmerados
toreros, a los que portan la maleta, de “Pepe, vente p’Alemania”. Ambos, son la
atracción de los japoneses, que no dejan descansar sus cámaras fotográficas
digitales, de última generación.
Los menos implicados y más
observadores, somos –escasos- gente anónima, que hemos llegado hasta aquí, por
diferentes y/o similares causas (unos con entrada y otros sin ella). Se trata
de parejas de novios, matrimonios o de amigos, que hemos viajado de forma
independiente. Debe ser, por ello, que nadie contaba con nosotros.
Pero, ¿dónde están los
italianos?. Ni rastro. ¿No deberían estar crecidos, después de doblegar a
Alemania, en la semifinal?. Dos gritos callejeros –al ritmo de Guantanamera-,
ya cerca de la hora del partido, constatan este hecho: “sois cuatro gatos,
Italia, sois cuatro gatos” y “he visto un italiano” (que huye, mientras se lo
espetan a la cara). Desapasionadamente, nos inclinamos a pensar, que ellos
tuvieron un día menos, para llegar a Kiev y que además, la semi la jugaron en
Polonia.
Hincha ucraniana, de bonito pelo, contemplando el ambiente previo al partido, en presencia de polacos y españoles
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