Líbano es un país, que recorre cada día varias veces, el
camino entre el primer y el tercer mundo. Los pisos de alubión, conviven con
las mansiones de las afueras. Las anchas aceras, con el incontrolable e
irrespetuoso tráfico. Las tiendas de lujo –vacías- y los supermercados, con los
puestos de fruta de armazón de desgastada madera, que saca a la luz sus
miserias, cuando cierran. Pero, a pesar de lo que algunos podrían suponer, es
una nación bien tranquila, en materia de seguridad (si se evitan unos lugares muy
concretos).
Escaparate, en Beirut
Y todo, a pesar de que el país
está lleno de militares, no se sabe muy bien, en misión de que. Aunque el
contexto geopolítico de Líbano, no sea una broma, cualquier humorista atinado,
podría hacer una parodia desternillante, sobre el ejercito: trajes estampados –tipo
lagarterana, más de fiesta, que de guerra-, que parecen adquiridos en el
mercadillo; tanques del año de la tana, que pueden estar aparcados en una
céntrica rotonda –encerrados entre alambres- o al lado de un monumento
histórico, mientras son limpiados –a manguera-, por un militar. Además, soldados
vagando de un sitio a otro, como de simple paseo, con el petate al hombro. Ellos
sabrán lo que hacen. Para el turista, no son un problema, aunque tampoco una
ayuda.
Otro aspecto con el que se
deberían aclarar, es con los festivos. El viernes es el día religioso por
excelencia: unas cosas abren y otras, no. Pero sobre el mediodía, todo se
paraliza –incluido el tráfico- y se abarrotan las mezquitas, al ritmo de
estresantes rezos, emitidos por los altavoces. Por la tarde, apenas retorna la
actividad.
Tripoli
El domingo, nada abre, y el sábado, por aquello de estar entre medias, es una jornada a medio gas. ¡Qué no se enteren, que Rajoy quiere pasar las fiestas a los lunes! Porque aquí hacen la idea suya, en un plis plas. Y eso, que la musulmanidad es relajada: las guapas mujeres muestran su pelo e incluso visten ropa ajustada, hay alcohol por todas partes –y muy barato- y nadie te llamara la atención si entras, en plena hora de rezos, a visitar y fotografiar la mezquita.
Si algo nos desquicia de este
país, es el tema de la divisa y las monedas. En el primer caso, conviven el
dólar y la libra, cuando no parece necesario. En el segundo, la pieza más
pequeña -250 libras- equivale a más de 12 céntimos. Todo se redondea a esa
unidad, sin saber muy bien, quien tiene que ceder –comerciante o comprador-
cuando una compra termina, por ejemplo, en 125 libras. ¿Cómo se las arreglaran,
para adquirir cosas como un chicle o hacer una fotocopia, de valor inferior a
12 céntimos?.
El cargado café, que
comercializan los vendedores callejeros –mientras chocan dos tazas metálicas,
entre sí- cuesta 250. El día que decidan subir el precio, lo deberán hacer en
un 100%, hasta las 500 libras..
Biblos
Por lo demás, nuestra estancia en Trípoli y Biblos, ha sido muy placentera. Son sitios antagónicos, pero de esmerada belleza. El primero es algo caótico y decadente, pero presenta un extraordinario patrimonio monumental y unos esplendidos zocos. El segundo es pequeño, coqueto y cuenta con ruinas, destacadas iglesias y un envidiado entorno, que da cobijo al puerto. Todo esto se nota mucho en la cuenta de los hoteles y restaurantes, más de comida internacional, que libanesa.
Por lo demás, nuestra estancia en Trípoli y Biblos, ha sido muy placentera. Son sitios antagónicos, pero de esmerada belleza. El primero es algo caótico y decadente, pero presenta un extraordinario patrimonio monumental y unos esplendidos zocos. El segundo es pequeño, coqueto y cuenta con ruinas, destacadas iglesias y un envidiado entorno, que da cobijo al puerto. Todo esto se nota mucho en la cuenta de los hoteles y restaurantes, más de comida internacional, que libanesa.
De paso, vivimos y sufrimos “El Clásico”
–así conocido en todo el mundo-, con resultados positivos para nuestros
intereses. ¡¡El Madrid ganará la Liga!.
Algunos se hacen pajas mentales,
diciendo que Líbano es un país especial. ¡Gilipolleces!. Merece la pena, pero
nada más.
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