Bluenfontein
Cuando escribimos sobre el viaje,
siempre tratamos de ir filtrando, para que os quede lo mas ameno, divertido,
chocante, aventurero o curioso, de aquello que nos acontece. Casi
nunca, os hablamos de los malos ratos -que los hay y no son pocos- o
del esfuerzo que hay que hacer, dia a dia, para atar un cabo con
el siguiente. A estas alturas -y van solo doce dias- ya hemos
tenido problemas de salud -afortunadamente resueltos-, nos ha
tocado buscar algun alojamiento de noche en ciudades inseguras, por culpa
de las
esperas de incluso, tres horas, hasta que se llena y parte
un microbus.
Ademas, nos hemos empapado con la
maldita epoca de lluvias, nos ha tocado pernoctar en algun sitio de dudosa seguridad,
hemos sido machacados por los mosquitos en Durban -como ya sabeis- y
hemos pasado 23 horas y media, en la tercera clase de un tren, entre
Blounfontein y Ciudad del Cabo.
Ha sido agotador, pero ha merecido la
pena. A pesar de que las primeras horas, resultan divertidas y coloridas, luego se
tornan exasperantes. Los trenes no estan mal aqui, pero son muy
lentos. Aunque, mas confortables -en tercera-, que un Alsa de alli.
Los barren a ratos y los banos, para el numero de horas y viajeros
-teniendo en cuenta, que en cada vagon van mas de 20 ninos de diversas
edades- estan relativamente limpios.
Somos los unicos blancos, que viajamos en
esta clase, pero nadie se asombra, ni es hostil. El alcohol -vino y cerveza- corre
a raudales en los compartimentos. Hay un chico, que canta genial -como
casi todo
el mundo aqui- todo lo que le encomiendan, con movimientos
del mas autentico Michael Jackson.
Pasan los revisores de cinco en cinco,
sin uniforme y con un peto fosforito. Aqui, todo el mundo que es algo importante
lo lleva (seguratas, policias...). A pesar de los 30 grados, hay
gente tapada con mantas. Varias madres duermen en los asientos, mientras
sus vastagos lo hacen en el suelo, a sus pies.
En los trenes de Sudafrica, todo el mundo
hace lo que quiere, sin pensar en si molesta o no: canturrear, poner musica alta
en el movil, hablar a voces, beber cerveza tras cerveza
estampanando los
cascos contra las vias, tirar los desperdicios por la
ventana... En una de esas, un plato de restos de arroz con pollo y salsa,
se estrella contra mi cabeza. Nadie se inmuta, mientras trato
de no poner
mala cara y escucho mas de veinte veces la palabra
"sorry" (lo siento).
El viaje es tan largo, que la renovacion
del pasaje es, casi constante, en las eternas paradas. Los olores, a lo largo
del trayecto, tambien van cambiando. Cuando subimos, apestaba a
devuelto infantil. Luego, vinieron eflucios de pollo asado, papas
fritas de bolsa, neumaticos quemados...
Lo peor es, cuando el tren -entre las
nueve y las doce de la noche- circula cinco minutos y para veinte, ante semaforos
en rojo o en verde, igual da. Como aqui son tan frioleros, el convoy
va casi
sellado. El calor, fluidos diversos que campan a sus anchas
por el suelo y hedores humanos naturales -afortunadamente, del
mismo dia-, hacen el ambiente irrespirable.
No podemos mas y arriesgandonos a un
motin, abrimos nuestra ventana, buscando el aire fresco de la noche, de luna de
cuarto menguante. Pero, ni por lo uno ni por lo otro, nadie se
desespera en este continente. Saben que no merece la pena. Mientras
tanto, un hombre pega un salto y se acomoda para dormir, como si fuera
en una litera, en el compartimento superior de los equipajes.
Ciudad del Cabo
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