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viernes, 7 de enero de 2011

Largo viaje en tren a Ciudad del Cabo

                                                                                Bluenfontein
Cuando escribimos sobre el viaje, siempre tratamos de ir filtrando, para que os quede lo mas ameno, divertido, chocante, aventurero o curioso, de aquello que nos acontece. Casi nunca, os hablamos de los malos ratos -que los hay y no son pocos- o del esfuerzo que hay que hacer, dia a dia, para atar un cabo con el siguiente. A estas alturas -y van solo doce dias- ya hemos tenido problemas de salud -afortunadamente resueltos-, nos ha tocado buscar algun alojamiento de noche en ciudades inseguras, por culpa de las
esperas de incluso, tres horas, hasta que se llena y parte un microbus.

Ademas, nos hemos empapado con la maldita epoca de lluvias, nos ha tocado pernoctar en algun sitio de dudosa seguridad, hemos sido machacados por los mosquitos en Durban -como ya sabeis- y hemos pasado 23 horas y media, en la tercera clase de un tren, entre Blounfontein y Ciudad del Cabo.

            Ha sido agotador, pero ha merecido la pena. A pesar de que las primeras horas, resultan divertidas y coloridas, luego se tornan exasperantes. Los trenes no estan mal aqui, pero son muy lentos. Aunque, mas confortables -en tercera-, que un Alsa de alli. Los barren a ratos y los banos, para el numero de horas y viajeros -teniendo en cuenta, que en cada vagon van mas de 20 ninos de diversas edades- estan relativamente limpios.
 Ciudad del Cabo
            Somos los unicos blancos, que viajamos en esta clase, pero nadie se asombra, ni es hostil. El alcohol -vino y cerveza- corre a raudales en los compartimentos. Hay un chico, que canta genial -como casi todo
el mundo aqui- todo lo que le encomiendan, con movimientos del mas autentico Michael Jackson.

            Pasan los revisores de cinco en cinco, sin uniforme y con un peto fosforito. Aqui, todo el mundo que es algo importante lo lleva (seguratas, policias...). A pesar de los 30 grados, hay gente tapada con mantas. Varias madres duermen en los asientos, mientras sus vastagos lo hacen en el suelo, a sus pies.

            En los trenes de Sudafrica, todo el mundo hace lo que quiere, sin pensar en si molesta o no: canturrear, poner musica alta en el movil, hablar a voces, beber cerveza tras cerveza estampanando los
cascos contra las vias, tirar los desperdicios por la ventana... En una de esas, un plato de restos de arroz con pollo y salsa, se estrella contra mi cabeza. Nadie se inmuta, mientras trato de no poner
mala cara y escucho mas de veinte veces la palabra "sorry" (lo siento).
                                                                  Ciudad del Cabo
            El viaje es tan largo, que la renovacion del pasaje es, casi constante, en las eternas paradas. Los olores, a lo largo del trayecto, tambien van cambiando. Cuando subimos, apestaba a devuelto infantil. Luego, vinieron eflucios de pollo asado, papas fritas de bolsa, neumaticos quemados...

            Lo peor es, cuando el tren -entre las nueve y las doce de la noche- circula cinco minutos y para veinte, ante semaforos en rojo o en verde, igual da. Como aqui son tan frioleros, el convoy va casi
sellado. El calor, fluidos diversos que campan a sus anchas por el suelo y hedores humanos naturales -afortunadamente, del mismo dia-, hacen el ambiente irrespirable.

            No podemos mas y arriesgandonos a un motin, abrimos nuestra ventana, buscando el aire fresco de la noche, de luna de cuarto menguante. Pero, ni por lo uno ni por lo otro, nadie se desespera en este continente. Saben que no merece la pena. Mientras tanto, un hombre pega un salto y se acomoda para dormir, como si fuera en una litera, en el compartimento superior de los equipajes.
                                                                                    Ciudad del Cabo

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