Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

domingo, 17 de febrero de 2019

Tomando el pulso a Nueva Zelanda

            Las cuatro primeras son, de Christchurch y el resto, del lago Tekapo (Nueva Zelanda)

          Dentro de poco, escribiré un post, contando las diferencias entre Australia y Nueva Zelanda -no puedo evitarlo-, aunque lo que hoy me ha llamado la atención, en Christchurch, es leer en un supermercado, que la edad mínima para beber alcohol, en Nueva Zelanda, son los 25 años. Vamos, que puedes estar casado, con trabajo e hijos y no poder tomarte una cerveza. ¿Nos hemos vuelto locos, tal vez?

          También, nos choca -en Australia es lo mismo-, que a cada compra, que haces, la cajera te insista en sí quieres o no el ticket o que tengas, que pedir el resguardo del pago con tarjeta de crédito y te miren raro. Parece, que son todos muy confiados.

          La noticia hoy, es que después de 37 días, hemos conseguido beber una cerveza y a un buen precio. La última vez, que habíamos tenido esa suerte, había sido en Bangkok, a finales de septiembre.

          Mañana, dejamos Christchurch. Hoy, el tiempo ha funcionado al revés. Empezó espectacular por la mañana y acabó muy triste por la tarde, cuando más prometia un mercado a la neozelandesa -como bailar sevillanas en Oviedo-, donde también la minoría india celebraba, el Diwall, en un potente escenario instalado en la plaza de la catedral.


          Nos ha gustado, Christchurch, más de lo esperado y sobre todo, hoy, que estamos más descansados, con menos frío y que no ha llovido.

          Nos ha enamorado su arquitectura -la que no derribó el terremoto, de 2011- y su espectacular jardín botánico. Pero -asombraros- nos sigue pareciendo una ciudad africana, aunque por aquí transiten pocos negros: dispersa, de edificios muy bajos -en ocasiones, solo locales comerciales-, muchas veces a abandonados y, casi fantasmas. Algunos a esto le llaman modelo sostenible, pero a mí me parece, que no resulta muy razonable y cómodo, tener que coger el coche para hacer la más pequeña de las cosas.

          Mañana partimos para el sur de la isla, en búsqueda de naturaleza, fiordos y la belleza de Queenstown.

          Ya os iremos contando, pero en este país, la tarjeta de crédito rompe hasta la banca de los casinos más consolidados.

          Y, a casi cero grados y nosotros con las bermudas y las camisetas de manga corta, que tan bien vienen en el sudeste asiático.

Primeras horas, en Nueva Zelanda

Todas las fotos de este post son, de Christchurch (Nueva Zelanda)

          Nueva Zelanda nos recibió lloviendo a cántaros y con un viento, que congela los huesos, como no podía ser de otra manera y nosotros, casi en manga corta.

          Los trámites de entrada -aunque lentos- son fáciles y en la aduana, parece que les preocupa más que lleves comida fresca, que drogas o armas químicas.

          Aunque el aeropuerto, de Christchurch es muy confortable y pensado para que revises y descanses -no como otros, en los que se empeñan en darte con la fusta, a la mínima que se te cierra un ojo-, pero el desvelo de haber dormido, durante el vuelo entero y la emoción, hace que no pegue ni ojo.

          El primer contacto con el exterior, nos lleva a la misma conclusión, que a nuestra llegada, a Australia: las oficinas de cambio son una estafa y campan a sus anchas, sin ley. En unas pocas horas, he trazado nuestro recorrido por la isla sur, pero desde mañana, la pura realidad, lo irá matizando.


          No sé por qué, últimamente, tengo la sensación, de que cuando llego a un país nuevo, anhelo demasiado el anterior. Me pasó, hace 20 días, cuando llegamos, de Tailandia, a Australia y ahora también.

          La oficina de turismo, de Christchurch, es un buen punto de partida para aclararte y la alejada estación de trenes, también. El precio del tren panorámico, a Greymounth -lo que llaman, los Alpes de Nueva Zelanda- es un atraco a mano armada y sube y baja su precio dependiendo de los días, según les entra en gana.


          La zona, de Queenstown y las norteñas, Wanaka y Tekapo, serán nuestros ejes de este periplo kiwi, aunque aún no sabemos en qué medida.

          De momento, dejadme que os hable de Christchurch, una ciudad tranquila, sosa, agradable y que aún está muy marcada por las consecuencias del terremoto, de 2011 y por las numerosas obras, que como en toda Oceanía, pueblan todos los lugares (aquí, especialmente, los puentes del angosto río)

          Al menos, el sol ha salido por la tarde y nos ha cargado las pilas y el alojamiento es bueno y barato.

Las Blue Mountains y Melbourne

Las dos primeras son, de Blue Mountains y el resto, de Melbourne (Australia)

            Hay una cosa, que me da mucha rabia, pero de la que es imposible aislarse: la puñetera manía de las compañías aéreas, de ser más estrictas, que los propios estados, que te reciben. Pasa una y otra vez. En este viaje y como ya conté, nos ocurrió con Ukrainie, cuando nos trataron de denegar el embarque, por no tener boleto de vuelta, de Bangkok.

          Ayer, la señorita de Jetstar, solicitó una y otra vez el papel de la ETA, de Australia, -dado que retornaremos, por Sydney, tras regresar, de Nueva Zelanda-, cuando en ningún momento, las autoridades de ese país nos lo ha solicitado. Lo más flagrante nos ocurrió, en India, hace cuatro años, cuando un imbécil, se empeñó en el que teníamos, que contarle, que íbamos a hacer después de partir de Delhi y aterrizar, en El Cairo.

          Pero, antes de abandonar las entradas del blog, sobre Australia, me gustaría comentaros un par de destinos, que he pasado por alto.

          Las Blues Mountains son una muy buena excursión, a dos horas de tren, de Sydney. Se trata de un desfiladero circular, que aglutina numerosos senderos, que se entrelazan y que terminan en miradores y cascadas. Lastima, que hay demasiada vegetación, que impide unas vistas más espectaculares.

          También os quiero hablar de Melbourne, ciudad llena de cuestas, aunque a Sydney, tampoco le faltan. Llegar a las seis de la mañana y con frío, además de sus anchas y vacias aceras, hacen que parezca una ciudad sin alma, pero, como siempre, el paso del tiempo va poniendo las cosas en su sitio.

          La plaza principal es fea, aunque muy animada los fines de semana, por la gente, por los espectáculos que en ella se llevan a cabo y también, por coloridos coches de caballos.

          Chinatown despierta al atardecer y las colas en los restaurantes de la calle principal son interminables. Pero, el punto neurálgico son los muelles del río, bien diseñados y  habilitados, donde el ocio y la alegría -entendamos la misma, a la australiana-, campan a sus anchas en las tardes de viernes y de sábado.

No debeis perderos el mercado Victoria, que plantean desde muy temprano, cinco días a la semana. Se trata del más grande del hemisferio sur, a pesar de que ocupa un enorme aparcamiento. Es posible degustar diversas muestran de comida variada y gratuita. A pesar, de que tiene un toque asiático, no resulta demasiado exótico, aunque si, muy colorido.

          También existe una especie de bahía o waterfront, algo alejada y no muy bien encajada con el resto de la ciudad.

          Regresamos a Sydney -como siempre, con paradas eternas en los McDonald's- y rezamos, para que ningún aeroportuario de pro -sea de la secta, que sea-, nos trunque el viaje, a Nueva Zelanda.

          No quiero, dejar de referirme, a tres de nuestros lugares favoritos, en Sydney: la magnífica y brava playa, de Bundj -a ocho kilómetros del centro-; la ajetreada y polivalente bahía, de Darling -muy cerca de la sosa e insulsa, Chinatonw- y el maravilloso mercado de pescados -con deliciosas viandas crudas, aunque, sobre todo, cocinadas-, que se ubica en el algo alejado barrio, de Glebe, junto al parque Wentworth.

sábado, 16 de febrero de 2019

La Great Ocean Road

                              Todas las fotos de este post son, de la Great Ocean Road (Australia)

          Completar la Great Ocean Road, era una de nuestras grandes ilusiones, antes de llegar, a Australia. Naturalmente y como siempre, la mejor forma de hacerlo es por libre en auto-caravana, coche o como se te ocurra. Las infraestructuras son limitadas, pero existen numerosos campings en los lugares más visitados.

           Nosotros, sin carnet de conducir y con tiempo limitado, la hemos tenido, que hacer en un día y de forma organizada (119 dólares australianos por persona). Si optáis por esta opción exprés más cómoda, aunque más acelerada también, no os asustéis, porque no seréis los únicos.

          Incómodos y algo viejos minibuses -25 plazas-, hacen el trayecto, de unos 650 kilómetros ida y vuelta y en un solo día. ¡Una paliza! Existe la opción, de llevar a cabo esta experiencia en dos días, pero no sale a cuenta.


          El día resulta ser femenino y mayormente joven, dominado por un pasaje asiático y nacional -de Sydney, la mayoria- en el que los únicos europeos somos nosotros y una chica holandesa. Hay una hora y cuarto, hasta un Visitor Centre, donde nos dan de desayunar. Al poco tiempo, se inicia la emblemática carretera, tras pasar un arco conmemorativo.

          Empiezan las playas y los acantilados, a diferentes alturas. Está nublado y el mar tiene un color monocromático, triste, pero bonito. Varias paradas para hacer fotos en cabos y golfos o en playas espectaculares de arena dorada y fina.

          Ahora, toca ver a unos koalas, pero hay pocos y deben estar invernando, porque están hechos una bola, colgados de los árboles. A su lado, preciosos pajaritos rojos, con mezcla de azul y verde, revolotean, en busca de las pipas de los turistas, que hacen el canelo, como siempre, para hacerse fotos y selfies "graciosas". Mientras tanto, a los patos, no les hace caso nadie, pero se benefician de lo que cae al suelo.


         Parada para comer, en Apolo Bay, lugar de fantástica playa y de negocios tradicionales playeros. Hemos elegido para almorzar, los rollitos de cordero, que tienen cuatro virutas de resto de carne con muchas ternillas, rúcula, canónigos y demás tonterías, mientras a o tros comensales les sirven enormes trozos de pollo, hamburguesas completas o filetes de pescado con salsa tártara. No hemos acertado y encima, nos han servido los últimos.

          Al poco de reemprender la marcha, arribamos a un bosque selvático, donde sobreviven eucaliptos centenarios. Algunos viven tumbados y con las raíces para arriba y todos presentan una altura y un grosor impresionantes. Hasta aquí llegó el mar en épocas pretéritas y aún hay restos escondidos de especies primitivas.

          Ahora llega la hora de la siesta, ya que toca pegarse un recorrido de más de una hora, hasta las joyas de esta ruta, que son la playa de los Doce Apóstoles y otros recovecos, acantilados y playas colindantes, que albergan aguas de diferentes tonalidades y siempre, preciosas.

          La arquitectura de la naturaleza de este lugar, es espectacular, aunque al ser formaciones poco sólidas, la climatología y el mar hacen, que vayan cambiando a lo largo del tiempo. Es terrible, porque se destruye lo que hay, pero maravilloso, porque aparecen sorprendentes escenarios nuevos.

          No dan mucho tiempo para cada visita y hay que ir al tran tran, su quieres verlo todo, pero merece la pena, aunque sea por unos cuantos minutos y aunque no llegues a la puesta de sol. Sin lugar a dudas, se trata de uno de los lugares más bonitos del mundo, a pesar de que no haya cascadas, tigres, jirafas...y ni siquiera, bañistas. Aunque si, como bien aparece en algunos carteles, serpientes venenosas.

          A estas alturas del día, nuestros compañeros de periplo ya están bastante castigados y entre todos nos meten prisa para acortar las paradas. La misma, que no tienen, cuando nos detenemos en un McDonald's -como siempre- y la mayoría, incluido el guia-conductor, se ponen ciegos a patatas fritas.

Los precios en Australia

                                    Todas las fotos de este post son, de Melbourne (Australia)

          Tenemos la impresión general,  de que Australia es un país carísimo y suele quedar confirmada a primera vista, cuando te pegan un palo tremendo, en el transporte del aeropuerto, al centro de la ciudad

          Desde luego, el país austral no es barato, pero existen muchos recovecos para salir del laberinto de la ruina. Salvo los fines de semana, los precios del alojamiento son equivalentes a los de España, aunque con una calidad mucho peor.

          Lo mismo ocurre con el transporte público o con la comida del supermercado fresca o preparada. Además, cuando está cerca de caducar, la suelen bajar a la mitad, habiendo auténticas gangas. Por lo general, son los restaurantes, los mercados de comidas y todo el sector del ocio, los que ofrecen un precio disparatado e inasumible.

          Teniendo en cuenta, que un dólar australiano son 60 céntimos, os pongo algunos precios, que os van a sorprender.

          Por lo bajo: latas de sardinas -más calidad, que en España-, 65 céntimos; alubias o espaguetis con tomate, de 400 gramos, al mismo precio; zumo de naranja y mango de dos litros, a 1,75; galletas rellenas de chocolate de 250 gramos, 1 dólar. Mismo precio para el kilo de plátanos; vino joven de buena calidad, 4 dólares; café capuchino o latte de buen tamaño, 1 dólar en el Seven Eleven; patatas de 250 gramos, en el Aldi, 2 dólares.

          En ese mismo supermercado, el guiso de verduras con cordero y bacon, sale a 1,75 dólares. Un  paquete grande de caramelos de miel y limón, 1 dólar; refrescos varios, de 1,25 centilitros, a 0,75 céntimos; pan de molde, de 650 gramos, 1 dólar; salchichas de medio kilo, 2 dólares; hamburguesa en McDonald's, a 1 dólar...

          Por lo alto: platito de paella callejera, vendido por un barcelonés, 13 dólares; cerveza de medio litro, 10 dólares (cinco en la hora feliz); cuatro rollitos de primavera, 16 dólares; coca cola de medio litro, 4,40 dólares; la entrada de un cine de verano, en Brisbane, 21 dólares; un kebab, 15 dólares; un paquete de cigarrillos, 20 dólares; un adaptador de corriente, 11 el más económico...

          Como veis y como en la mayoría de los casos, cada viajero se puede montar su propia economía, pero cuanto más caprichoso seas, más gasto, naturalmente. Lastima, que el shasimi de los supermercados y aún a mitad de precio, salga tan caro, porque a estas alturas, es lo único que no hemos podido -más bien, querido-, permitir, en estas casi tres semanas, que llevamos dando vueltas por este país.

viernes, 15 de febrero de 2019

Alojamiento, transporte público y wifi, en Australia

                                      Todas las fotos deeste post son, de Sydney (Australia)

          Australia es un país fascinante, como casi todos. Muy seguro: el otro día vimos, como una chica encontraba 30 dólares en el suelo de un centro comercial y se los llevaba al segurata. Y, hablando con un barcelonés, que vende paellas en el mercado de Melbourne -a 10 € el platito-, nos explico, que en esta nación, si se te olvida el móvil en la calle y vuelves a las dos horas, el teléfono seguirá en el mismo sitio.

            Australia, no es tan caro, como dicen, si evitas los bares, restaurantes y mercados callejeros. Y, además, para mayor comodidad, todo se puede pagar con tarjeta de crédito. Hasta un simple kebab en un chiringuito de la calle. Eso sí: ¡atención a las elevadas comisiones de las redes internacionales!

          Teniendo en cuenta esto, deseo advertiros de tres circunstancias, que tienden a complicar un poco la vida.

           -Viajeros de presupuesto limitado. Creo, que aún no ha nacido, el que sea capaz de explicar el algoritmo de los precios de los hostels -no hay otra opción, que no sea desorbitada-. Lo que es claro es, que las habitaciones dobles son pocas y que los precios de cualquier cama se disparan alocadamente, las noches de viernes, sábado y a veces, el domingo.

           Una cama, que vale 21 dólares un miércoles, sube a 53 dólares un sábado y nadie se asombra. La estación de trenes, de Sydney, resulta bastante adecuada para dormir -menos en invierno, claro- y en Melbourne se puede pasar la noche en la de autobuses, dormitando, como quieras, menos tumbado en el suelo.


        -Para viajeros, que recorran el país en transporte público. Los autobuses, que son muy frecuentes en áreas regionales y locales, resultan escasos para las largas distancias y se llenan  pronto. Podíamos suponer, como ocurre entre Madrid y Barcelona, que entre Sydney y Melbourne, circulan veinte buses diarios. Pues no. Solo operan un par de compañías privadas, con uno cada jornada.

  -Para los necesitados de wifi, que deben disponer de una conexión casi permanente, salvo en Melbourne, que en este aspecto es una maravilla, los wifis públicos son escasos o ponen unas condiciones complicadas para el acceso de los extranjeros. A diferencia del tercer mundo, donde las habitaciones son casi regaladas, muy buena parte de los wifis de los hoteles son de pago, en Australia y no salen, precisamente, baratos (rondan los 3 euros diarios)

          No suele ser fácil, conectarse en centros comerciales o estaciones de transporte, salvo la excepción expuesta, de Melbourne. El Comanwelth Bank -aunque suele cortarse mucho- ofrece 24 horas de wifi gratis e ilimitado. Algunas compañías de buses de larga distancia o de traslado al aeropuerto, también, pero, como debes entrar a través de tu cuenta, en Facebook o Twitter, necesitas de una conexión de datos para ingresar al sistema de forma satisfactoria.