Por lo reiterativo del plan; por las costumbres y vicios, que se adquieren; por el estar cambiando de modo de vida y de hogar cada pocos días, por la alternancia de las estaciones del año..., los viajes recurrentes constituyen una experiencia única, dando igual, que partes del mundo se hayan visitado previamente y con quién.
¡Es una locura! pero desde que desaparecieron las restricciones de movilidad, allá por finales de junio de 2020, hemos llevado a cabo cincuenta y cinco viajes de duración variable, desde los de un par de días, a los de más de un mes. Y en este último medio año -exceptuando los periplos de Balcanes, India y Puglia-, los protagonistas han sido los viajes recurrentes, a la Comunidad de Madrid.
A pesar de habernos metido casi de lleno en el día de la Marmota, cada vez -en vez de cansarnos -, nos enganchan más a ellos y algún día, cuando no podamos hacerlos o dejen de ser subvencionados, los vamos a echar mucho de menos. Y eso, que este fin de semana toca descanso. Porque abril, se presenta vibrante, con más escapadas por Cataluña, norte de Marruecos y la propia capital de España.
Para hacernos una idea de la magnitud de estas experiencias, decir, que desde mediados de septiembre y hasta ahora, entre Valladolid y Madrid y no teniendo en cuenta los numerosos recorridos en trenes de cercanías por la comunidad, hemos llevado a cabo algo más de diez mil kilómetros. Eso y por carretera viene a suponer, la distancia entre Madrid y Bangkok.
Dicho de otra forma y desde los mismos puntos de origen y destino, en nuestros cinco años de facultad, hicimos este trayecto unas treinta veces, en total, a razón de seis anuales, coincidiendo con los de ida y vuelta en Navidades, en Semana Santa y con la llegada del verano. Pues bien: en tan solo seis meses llevamos veinte y ¡con casi treinta palos más a las espaldas!.
Un viaje recurrente empieza y termina siempre con el mismo guión - pesadilla: ¿aparecerá el revisor y me convalidará el billete? Es una lucha constante, porque al tercer título de transporte no confirmado, te quitan el abono, no te devuelven la fianza y te impiden volverlo a obtener para el cuatrimestre siguiente. Aunque, eso es muy discutible, porque lo podrías sacar con otro DNI y otra tarjeta de crédito. Luego, están las pelmas de Príncipe Pío, que para agilizar, te instan a que no selles en las máquinas automáticas y que ya lo hará el interventor,, pero eso no siempre es así, especialmente, en los últimos trenes del día. ¡Pelea, tras pelea, cada domingo!.
Ya, en la estación madrileña y nada más acceder al andén, los olores a comida, en general, invade tu olfato. Dependiendo de la hora del día y del hambre, te llamarán la atención o los detestas. Después y en el centro comercial, los irás desgranando por zonas y más nítidamente: platos asiáticos, pizzas, helados, té... Si te apetece yantar algo o ir al baño -especialmente, si eres mujer -, disfrutarás de tus primeras e inevitables colas.
A todo esto y aunque te conozcas la zona como la palma de la mano, no te da tiempo a darte cuenta, de que la mayoría de las caras tiendas del centro comercial están vacías. Y la razón principal es, que tienes, que ir esquivando con destreza a todos esos viajeros gilipollas, que llevan el bulto de ruedas por detrás, sin ninguna visibilidad para ellos y que te van atropellando sin miramientos, ni perdones. Madrid se maneja en la ecuación entre las prisas, las eternas esperas y el yo y los demás, me importan una mierda.
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