Y partimos para Cerdeña, como primera etapa del viaje. No sé si fue nuestro aturullamiento o un cuatro de bastos, que vimos hacia arriba en los exteriores de Barajas, pero el primer día fue una pequeña pesadilla, que en la isla, normalmente, está motivada por el alojamiento y el transporte público.
Por cierto: para entrar nuevamente, a Italia, nada de nada; ni pasaporte, ni certificado de COVID. Y la chica que debe controlar la temperatura de los pasajeros en Alghero, en lugar de mirar al ordenador, se distrae con su móvil.
Pero vayamos al turrón. El alojamiento en Cerdeña es variable. Mucho en los sitios turísticos, como Alghero y escasos en los menos visitados como Sassari. El problema general es que la mayoría está gestionando por particulares. Son apartamentos, guest houses, pisos turísticos... Se pueden alquilar por días, semanas, meses... No atienden si les llamas al número que ponen en sus puertas, tampoco contestan los emails y si reservas por Booking te cobran por adelantado por lo que si el propietario no aparece, pierdes dinero y alojamiento. Cómo mal menor te puede tocar esperar unas horas, como hemos visto varias veces en otros sitios. Así, que nosotros, solo a hoteles con personal en la recepción.
Lo del transporte, también te hace perder la paciencia. Los trenes son muy lentos y paran en todas partes. Al menos tienen frecuencia, cosa que no ocurre con los autobuses muy escasos. Alghero-Bosa, solo dos al día y uno es a medianoche y no llegan de forma directa a ningún sitio de los interesantes.
Italia sigue siendo un país diferente, gobernado por las normas de la cabeza de cada individuo. Cerdeña más bien se parece, al país transalpino que nosotros conocimos por primera vez hace treinta años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario