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sábado, 27 de noviembre de 2021

Arribando a México


        Decidimos acceder a la zona de tránsito de Barajas tres horas y media antes del horario de salida del vuelo. Salvo el tradicional control de explosivos, que esta vez le tocó a mi pareja -nuestra vida no sería igual, si desde hace tres años no recayera tal requisito en uno de los dos-, lo demás fue genial: amabilidad, rapidez y sin registro de equipaje.

          Paradójicamente y desde la pandemia en los controles de seguridad, todo es más ágil y menos puñetero. Si tuvimos que soportar, en la puerta 38 de la T4S los exagerados controles de Iberia, para los que la compañía nos abrasó a SMS y emails.

        A la llegada al DF y a pesar de las largas y accidentadas colas para el acceso al país, mucha más tolerancia. Ni te ponen sello en el pasaporte, ni te hacen foto, ni tienes que dejar tus huellas, ni te piden el formulario de salud que ellos mismos emiten. Entre medias un largo y tedioso vuelo de 12 horas, con películas, juegos de mesa, casino, trivial y rico pollo con arroz, sándwich de queso y apestoso taco de espinacas con exceso de pan enrrollable.

          Varias cosas nos llamaron la atención desde el primer momento y que son contrarias a las normas habituales. El cambio de moneda en el aeropuerto es el mejor de toda la ciudad de largo. El metro hasta el centro solo tarda 45 minutos, con un trasbordo y su precio es de cinco pesos (20 céntimos).

  ,       Hasta aquí lo muy bueno. Lo malo empieza por el metro del DF. Accesos y transbordos interminables de 10 o 15 minutos, llenos de escaleras larguísimas, que a modo de capricho suben o bajan, atravesando zonas de muy mala iluminación, trenes que se demoran una eternidad y vagones atestados hasta la axfisia. Mientras la megafonía te recuerda, que mantengas "la sana distancia". Y, también, frenazos agresivos y constantes.

        Llegamos al hotel, casi a deshora y lo que encontramos fue un gerente mal educado y chulo que nos acosó con la limpieza de pies -muy frecuente aquí- , el gel desinfectante, la toma de temperatura y un montón de malas palabras. Nos pidió, además, una fianza por las llaves, la mitad del precio de la habitación, pero conseguimos reducirla bastante.

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