Todas las fotos de este post son de Tiraspol, en Transnistria
Transnistria es uno de esos territorios autoproclamados
independientes, pero no reconocidos por nadie. Como Abjasia, Nagorno Karabaj,
Osetia del Sur o la república Turca del Norte de Chipre. Aunque, cada caso,
presenta circunstancias y avatares diferentes.
Existe muy poca información en
torno a este desconocido lugar y además o es antigua o errada. Algunas fuentes
indican, que se pueden sufrir sobornos, por parte de las autoridades ,que
controlan los trámites de acceso o partida. En nuestro caso, todo fue amabilidad
y facilidades, con la única pregunta, del motivo de la visita al país: “tránsito,
desde Ucrania a Moldavia”, respondimos, para evitarnos problemas.
Hay quién
se emociona demasiado, definiendo a este lugar, como un museo al aire libre del
comunismo, pero en realidad es, bastante más fácil encontrar restos del régimen
soviético, en cualquier mercadillo de Lviv o Kiev (Ucrania), que en Tiraspol
(capital de Transnistria).
En su agradable mercado, abundan
la ropa y calzado –cutres y esparcidos por el suelo-, las verduras y frutas, la
carne y el pescado –en edificios separados y bien acondicionados- y baratas
especialidades locales, bien culinarias -como deliciosas y calóricas masas
rellenas de salchichas, queso o vegetales-, bien para saciar la sed -como el
omnipresente Kbac o Kvas –según nuestro paladar, una especie de suave cerveza de
barril, con toques de sidra, cereales y café-. Nada de gorras con los escudos
de hoces y martillos, ni petacas con el símbolo ruso, ni recuerdos de Lenin o
Stalin…
Esperábamos
una ciudad con presencia policial, militar y con tanques por todas las calles,
tal y como muestran las sensacionalistas narraciones de algún bloguero. De lo
primero y de lo segundo, casi nada y tanque, sólo uno, anclado junto a una
iglesia, en el parque conmemorativo, que recuerda los sucesos de la
independencia de este territorio y a los muertos por causa de la guerra de
1.992. En el tranquilo Beirut de hoy en día, se ven decenas de ellos –a veces,
en cada rotonda, rodeados de alambradas-, que francamente, tampoco impresionan
a nadie.
Tiraspol es
una ciudad tremendamente tranquila, de población animosa –especialmente por la
tarde, cuando salen las familias-, de anchas avenidas y edificios bien
conservados y con presencia de marcas internacionales, como Adidas. La gente
convive sin aparentes tensiones, a pesar de que la población se divide, casi a
tercios, entre rusos, moldavos y ucranianos..
Quien
quiera ver otra cosa, es que tiene mucha imaginación o que aún no tenía edad o
ganas, para visitar los países del este, durante y después de la caída del muro
de Berlín. Aquello, sí que era un museo soviético y de inquietud permanente,
para los escasísimos viajeros, que nos enrolamos, apasionadamente, para vivir unos momentos históricos.
Desgraciadamente, para algunos
–que no para nosotros-, a Tiraspol le queda un trecho muy largo, para ser un
parque temático del comunismo (o una reserva espiritual soviética).
Pero, sí destacaríamos de este estupendo país, el
maravilloso y hospitalario trato de sus gentes –que te agradecen la visita y te
ayudan en lo que sea- y la genuina fábrica de vodka, llamada Kvint, donde por
menos de un euro –hasta por tan solo medio-, se pueden comprar botellas de esta
bebida, aderezadas con cerezas, guindillas o avellanas, entre otras muchas variedades (destacamos, tras traducirlas del cirílico en casa, Bukyet Moldavii y Myetallurg) . Eso si, todo se debe pagar en rublos de Transnistria (13.70 por euro),
porque ellos, acuñan su propia moneda.
Además, de tener su propio
gobierno, Parlamento, policía, ejército y servicio postal. Vamos, un país en
toda regla, cuyo único exotismo es, que por los vaivenes políticos
internacionales, los grandes estados, no lo quieran reconocer dentro de la
comunidad mundial. A Israel, le pasa lo mismo, aunque en menor medida y desde luego, si que es más exótico (e indignante)
En nuestro
móvil, la cobertura nos la da una operadora moldava. Después de hacer noche,
en el único hotel, que nos indicaron y que vimos -algo decadente-, partimos de
aquí, sin más problemas y guardando un grato recuerdo de sus gentes.
Nos hubiera
gustado ver y contar, cosas más emocionantes o haber podido filmar un video,
sobre la guerra fría, más de veinte años después. Pero, es lo que hay y por ahora,
no dan más (como cantaba Revolver en uno de sus legendarios temas)
Nos extrañó, que no nos pusieran
sello de entrada, al acceder a Moldavia y estábamos en lo cierto. A la salida y
después de visitar la insulsa Chisinau –de charrísimos hoteles y escaso
ambiente-, un funcionario investigó todas las marcas de agua y los sellos de
nuestro pasaporte, con lupa de gran aumento. Finalmente y tras momentos de
angustia, debió entender -acertadaemnte-, que el problema no era por nuestra culpa y nos selló
la salida de su país.