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martes, 31 de enero de 2023

A la segunda fue la vencida..., pero con suspense

           Ahora, yo debería dedicar un par de artículos para contaros, lo que fueron nuestras experiencias en el madrileño distrito, de Usera, en la celebración del año nuevo chino, el fin de semana del 21 y 22 de enero. Pero, pospondré este relato, para adentrarme en nuestra segunda aventura nocturna, llevada a cabo los pasados sábado y domingo. Y, como dice el título, a la segunda fue la vencida..., pero con suspense. 

          Habíamos planificado, llegar sobre las cinco y media de la tarde a la capital, de España. El Museo del Prado es gratis, de 18 a 20 horas y como hace más de treinta años, que no lo visitamos, nos pareció un buen plan para empezar el finde. Pero, la cosa se torció de manera radical, porque cuando llegamos a las inmediaciones, una cola de más de 300 personas, nos desanimó y desistimos.

          La tarde era muy fría y ventosa y la noche prometía serlo, aún más. Por eso y para mantener a raya el frío tuvimos, que alternar algunas cervezas de mantenimiento, con unos cuantos paseos por centros comerciales o lugares cerrados, sin exponernos de forma dilatada por las calles.

          Todos los sábados sobre las doce de la noche y en Galerías Canalejas, en la calle de Alcalá, actúa un grupo de versiones de rock nacional e internacional, así que disfrutamos en este animado concierto.

          Sobre la una de la madrugada, llegamos a una muy concurrida Malasaña. Habíamos proyectado tomar algo en dos o tres míticos garitos, que se encuentran juntos: el Penta -celebre por aparecer en la canción, "La chica de ayer", de Nacha Pop-, el Madrid Me Mata -autentico y completo museo de la Movida Madrileña de los ochenta - y el Tupperware. En el primero no hemos estado nunca. En los otros dos, si, aunque ya ha llovido desde la última vez.

          El inicio no resultó ser bueno. En el Penta había una cola de más de veinte personas y en el Tupperware, aproximadamente, la mitad, a tres grados bajo cero. En el Madrid Me Mata la puerta estaba despejada, pero nos pidieron pagar una entrada de nueve euros, que incluía una copa o dos cervezas, que al menos ese día, no estábamos dispuestos a pagar, aunque si lo haremos en el futuro.

          No nos vinimos abajo y tras deambular por las calles de la zona con ya algunos chupiteles colgando del pelo, acabamos en la Vaca Austera, uno de nuestros clásicos de finales de los ochenta y principios de los noventa. Medio aforo -mayoritariamente hombres-, hard rock y heavy -como músicas predominantes-, tercios a tres con cincuenta euros -la bebida más consumida - y copas desde siete.

          No nos desanimamos al ver, que por casi veinte años de diferencia con los siguientes, éramos los más viejos del local. Pero al principio, sí nos sentimos extraños, porque hacía tres décadas, que no pisabamos un bar de copas de este barrio. Casi ninguno de los presentes en el lugar había nacido en aquellos tiempos.

          Sobre las tres de la madrugada, seguía habiendo cola en el Tupperware, pero ya no dejaban entrar, por estar cerca la hora de cierre. Es lo que más nos ha sorprendido, que en Madrid y con la excepción de las discotecas -cierran a las seis-, no haya un solo lugar donde tomarse algo, con la excepción de las tiendas de veinticuatro horas y las máquinas de vending. Desde luego, eso no ocurría en los ochenta y los noventa.

          En el Penta, ya no había aglomeración, pero nos quisieron cobrar nueve euros por la entrada, a falta de menos de media hora para la clausura del local, por lo que lo dejamos para otra vez. Nuestra tabla de salvación, la cervecería Manuela Malasaña, con simpatiquísimo propietario y tercios, a 2,80.

          Cuando salimos a las calles -cinco bajo cero -, el ambiente había decaído mucho. Los Uber y Cabify atascaban las estrechas calzadas, recogiendo a los últimos noctámbulos. Aún quedaba más de una hora, para que abrieran la estación de cercanías, de Sol.

          De camino y en la calle Fuencarral, encontramos dos estancos abiertos -quien lo iba a decir, hace años- y una pitonisa echando las cartas sobre una mesa de camping. A pesar de las horas, muchos gloveros transitaban al sprint para hacer realidad los deseos de los caprichosos desvelados. ¡Qué tiempos más crueles!. Nos cruzamos con tres o cuatro jóvenes, que ofrecían copas y entradas para discotecas, pero a nosotros nos ignoraron de plano. ¿Por qué será?. Menos mal, que por el día, si nos tratan de atraer para los garitos de flamenco.

          Si no fuera por los siete bajo cero, sería un lujo recorrer la desierta Madrid, casi al final de la madrugada. Para evitar males mayores, nos refugiamos en el Carrefour, de Lavapiés, que abre eternamente, salvo en Navidad y Año Nuevo, para llevar a cabo algunas compras. Su panadería estaba abarrotada por los trabajadores de los servicios de limpieza, los lugareños y hasta algunos turistas italianos, dándose a las empanadas, a las napolitanas y al café.

           A las nueve de la mañana tomamos el tren de regreso. Pero, cinco minutos antes de llegar, a Ávila, se averió y junto a decenas de pasajeros, quedamos tirados en la intemperie de las heladas vías, durante largo rato y sin explicación alguna, más allá, de obligarnos a poner la maldita mascarilla, al subir a un nuevo convoy. ¡Yo, ni caso!

          Llegamos a destino con más de una hora de retraso, agotados, pero felices.

lunes, 30 de enero de 2023

La bendita generación del botellón, los bares y de la música (parte III)

           Pero y para cerrar esta serie de tres posts, volvamos al inicio: el asunto de la diversión, hoy en día y no me refiero solo a los más jóvenes. Si aterrizará un extraterrestre en las ciudades -y nosotros en cierta medida, lo somos, debido a nuestra escasa vida nocturna actual- iba a entender -.

          - ¿Qué los adultos se concentren en las terrazas exteriores de los bares, a tres grados bajo cero y tapados con mantas y con hilillos de calor, que no calientan?. En la Navidad de 2020, en Segovia, en plena pandemia y con bajo cero al mediodía y sin sol, una pareja estaba comiendo una carne con salsa de mostaza en la calle, que del frío , se había hecho dura costra, por el escaso hueco de sus bocas, que no tapaba las bufandas.

          - ¿Qué la dictadura de un 20% de fumadores -muy marranos y bastante mal educados, en general, por cierto -, hayan expulsado al 80% de los que no fumamos del interior de los bares, simplemente, para poder seguir conversando con ellos? Es, que ya han convertido a su causa, hasta a caribeños o canarios

          - ¿Qué mucha gente esté sucumbiendo -los numerosos negocios del ramo lo atestiguan-, a alimentarse en restaurantes indios, mexicanos, senegaleses, turcos, chinos o del sudeste asiático, teniendo en cuenta la baja calidad de las materias primas y la escasa coincidencia de lo que ofrecen, con lo que en realidad se come en esos países? Nosotros hemos visitado todos esos lugares y ¡menuda diferencia! Un kebab de España, se parece a uno de Turquía, Siria, Líbano o Palestina, como un huevo a una castaña. Igual, para un thieboudienne, unos noodles Thais...

          - ¿Qué decenas de personas -a veces, centenas-, hagan colas lentisimas, en el siempre trepidante y acelerado Madrid, para adquirir una simple hamburguesa o un chocolate, por muy de San Ginés, que sea?

          - ¿Qué haya lugares, como las salas Riviera, Capital -antiguas Titanic, para los más veteranos -, Cuenca Sorpresa, Chapandaz, La Vía Láctea...,para tomarse una copa y disfrutar un rato haya, que aguantar colas aún mayores, que las anteriores, por parte de los más jóvenes?

          En 2010 y camino de un viaje por Cuenca -precisamente-, Valencia, Malta y Sicilia, llevamos a cabo un experimento parecido, al de esta vez, recorriendo todas las zonas, que nosotros frecuentábamos, durante la juventud. El panorama resultó ser casi tan desolador, como ahora. La más notable diferencia fue, que entonces, se hacían botellones en las céntricas calles o plazas, con la gente rodeando las bolsas de bebida. Y los chinos, hacían su agosto con carritos ambulantes, sirviendo latas de cerveza y mezclando cubatas -si es, que hoy, se llaman así, claro - de forma magistral. ¡Ahora, ni eso

          Visto lo visto, nos volvemos a nuestro platillo volante y nos dirigiremos a la nave nodriza, para abandonar este planeta para siempre. Pero antes y después de haber disfrutado en Usera del Año Nuevo Chino, haremos un último intento noctámbulo, el último finde de enero. ¡Ya os contaremos, si resulta otro fiasco! (qué pinta tiene).

domingo, 29 de enero de 2023

La bendita generación del botellón, los bares y de la música (parte II)

           3.- Y todo ello ha ocurrido, además de por la mencionada falta de costumbre de la mayoría de los menores de treinta, por su pírrico poder adquisitivo, en términos generales. Los precios se han disparado sobremanera. Por ejemplo: un bocadillo de calamares en la plaza Mayor de Madrid, cuesta treinta veces más, que en 1980 (25 pesetas entonces, por 4,50 euros hoy) . ¡Ya podían hacer subido tanto los sueldos!

          Y otro dato, más personal y todavía más gráfico y clarificador. Cuando yo estudiaba bachillerato, allá por mediados de los ochenta, con una propina normal de unas 2000-2500 pesetas semanales, me llegaba para fumar tabaco rubio toda la semana, comer chuches en los recreos y salir de botellón, bares y pubs los findes. Hoy para eso mismo, te vas fácilmente, a los 80-100 euros.

          ¿Qué ocurrirá con los bares de toda la vida, cuando poco a poco, vayan cayendo los pensionistas?

          4.- Evidentemente y salta a la vista,la relación con la música de los jóvenes actuales no es la misma, que la nuestra. Para nosotros, fue elemento vehicular fundamental en nuestra madurez mental y desarrollo personal, mientras que en el presente es, simplemente, un estímulo más. Y no. No me voy a resistir, ni a morderme la lengua. La mayoría de la música, que se escucha hoy en día es una basura, en cuanto a ritmos y más, en cuanto a letras, dominada por la vulgaridad y el machismo.

          5.- El papel de la pandilla mixta fue fundamental en aquella época de apertura y con la igualdad de sexos asumida, cosa, que hoy no ocurre. Podíamos discutir de política, de religión o del aborto, pero ni ellas, ni nosotros nos planteamos una sola vez, el tema del machismo, del odio entre sexos, como se fomenta hoy. Nada mejor, que los bares, para llevar a la pandilla a la vida plena 

          En esta época, la gente joven se divierte de una forma mucha más individual, a veces a distancia. Confunden la comunicación interpersonal, con el WhatsApp y segun vemos en las fiestas patronales, los grupos de relación están más segmentados por sexos.

          Una anécdota del pasado sábado,cen la Gran Vía, pone los pelos de punta. Una persona, disfrazada de Mazinger Z, rodea a un par de chicas. Pasan un par de chicos, de unos 14 años y uno le dice al otro:

          ¡Mira, las ha tocado!

          ¡Lo que tenía que hacer es, violarlas! respondió el otro-.

          6.- La sociedad actual está totalmente polarizada, siendo el odio mucho más fuerte y visceral, que entonces. La tolerancia resulta nula y el umbral de soporte de la frustración por parte de la juventud, es muy escaso. Gracias al descontrol de profesores y padres, se ha generalizado el mal uso de la tecnología, que contribuye a generar más malos rollos, que buenas sintonías. Así, resulta difícil salir a divertirse.

          En nuestra generación no se hablaba de igualdad, de machismo, de violencia de género, de acoso sexual... aunque si se abrían con naturalidad debates sobre otros muchos temas. Por supuesto, estos comportamientos existían en la sociedad, pero no, con excepciones, claro, entre los jóvenes, que íbamos a institutos y universidades. Escaseaban los suicidios juveniles y ningún estudio evidenciaba como hoy, que el 11% de las jóvenes reconozcan haber sido violadas y un 67% no conteste siquiera a esa pregunta, lo resulta aún más inquietante.

          Voy a dejarlo claro: no fuimos una generación mejor, que los jóvenes actuales, ni me invade la nostalgia. Simplemente, remamos con los poderosos vientos a favor, mientras que hoy, todos están en contra.

          Por supuesto, los chicos acompañábamos a las chicas a su casa, pero eso, seguirá siendo necesario dentro de 200 años, lamentablemente. Entonces, casi el mayor peligro era, que de forma indiscreta o fortuita, tu madre te pillara comentando algo inadecuado por teléfono, con una amig@ y te cayera una buena bronca. Pero para evitarlo, el remedio era fácil: tirar del cable del teléfono y esconderte a hablar tras la puerta de la habitación más cercana.

viernes, 27 de enero de 2023

La bendita generación del botellón, los bares y de la música (parte I)

          Al margen de gustos o de aficciones personales, la forma general de divertirse -o al menos, de la gente, con la que nosotros nos relacionábamos- era a mediados y finales de los ochenta bien sencilla: por la tarde, botellón en una zona verde del centro, a veces,  hasta con limonada de elaboración propia -hoy en día, mal visto y prohibidisimo- o cañas, vinos o mistelas con ginebra en los bares de siempre. Y por la noche, unas copas y un porrón de buena música nacional e internacional en locales, que llegaron con el tiempo, a ser auténticos templos del ocio nocturno. Aquello, que a nosotros nos parecía tan normal, no ha vuelto -y vaticino-, no volverá nunca más a repetirse.

          El no tener hijos y nuestro escaso contacto con el mundo de la noche desde hace mucho tiempo, nos hace desconocedores reales de las causas, por lo que no nos vendría nada mal la ayuda de un sociólogo o de algún experto en fenómenos sociales para indagar sobre el tema.

          No obstante y desde mis pocos indicios, voy a tratar de analizar el asunto y dejo para otros las conclusiones:

          1.- El acceso a las bebidas alcohólicas fue muy distinto en nuestra generación, que en las siguientes. Nosotros, por así decirlo, nos amamantamos en los bares de una forma muy natural, sin restricciones. Yo, por ejemplo, mi primer cubata, me lo tomé en un hotel de cuatro estrellas con once años y a nadie le resultó extraño, ni el camarero puso pega alguna. ¡ Y aquí sigo, sin haber caído en el alcoholismo!

          Hoy en día, también se accede a las bebidas espirituosas a corta edad, pero de una forma mucho más abrupta y agresiva, porque no existe una cultura del alcohol, como vehículo armónico del grupo y además se tiene conciencia, de que se está haciendo algo ilegal. En la actualidad resulta muy frecuente ver a adolescentes borrachos, mientras, que nosotros, normalmente, no pasábamos de contentillos.

          Por lo tanto, los más jóvenes, no tienen la necesidad -y hasta los 18, la posibilidad- de acudir a los bares, como antes. Y esto entronca con el segundo punto.

          2.- En el presente no existen ni la décima parte de zonas de establecimientos hosteleros, que hace 35 o 40 años. Os hablo, de las que nosotros nos movíamos, en Madrid y Valladolid. 

          - Bajos de Argüelles. Decenas de bares ofreciendo su ocio de tarde y noche. Grandes recuerdos de Edurne y la Trainera, donde nos dábamos al butano. Hoy, apenas languidecen un par de garitos. También han desaparecido los famosos Paradores de Moncloa. 

          - Malasaña. Copas -mi favorita, entonces, Ginger ale con tequila - y buena música independiente. Es la que menos se ha deteriorado y descafeinado, guardando aún algunas de sus esencias y locales emblemáticos.

          - Zona de Bilbao y Alonso Martínez. Más pija. Desconozco, si en la actualidad hay algo. La última noche, que anduvimos por allí, hace dos lustros, nada de nada 

          - Lavapiés. Cañas y tapas para calentar motores por la tarde en un ambiente castizo. Hoy está llena de restaurantes indios y senegaleses 

          - Latina y Embajadores. Del mismo estilo, aunque nosotros la frecuentábamos más los domingos por la mañana, después del rastro. En el presente está muy desvirtuada.

          - Nosotros no éramos de Titanic y de discotecas similares.

          - Ya en Valladolid, la zona de vinos del entorno de la plaza de la Universidad. Algunos bares siguen existiendo, aunque ya no está de moda ir a hacer el recorrido, ni por jóvenes, ni por más mayores.

          - El Cuadro. Área con mucho movimiento, con más de veinte bares y pubs, que lleva más de veinticinco años desmontada.

          - Zona del Coca. Diversión nocturna de más supuesto nivel. Todavía existe, sin muchos cambios.

          - Plaza de Cantarranas. Digamos, el lugar más "golfo" de la ciudad, donde se pinchaba muy buena música nacional e internacional. Desaparecida, como tal desde hace mucho tiempo.

          A quien le apetezca, puede añadir en los comentarios, cuáles son en la actualidad los núcleos de diversión, porque yo no los encuentro, más allá de lo dicho.

          Pero, además, ha habido otra transformación paulatina en los bares de toda la vida, tanto en el centro, como en los barrios. En ambos lugares y a finales de los ochenta, era normal, cualquier día de diario, a las dos o las tres de la mañana, que estuvieran abiertos. En el presente, raro es el que cierra más tarde de las once o las doce, incluidos los sábados.

jueves, 26 de enero de 2023

El gran fiasco nocturno

       Una vez agotadas las placenteras vacaciones navideñas, por Puglia, tocaba volver a los viajes recurrentes por la Comunidad de Madrid, habiendo ya renovado nuestro bono cuatrimestral gratuito (por cierto, ya nos han devuelto la fianza de los anteriores de media distancia y de cercanías). 

          Desde el ya lejano puente de diciembre, habíamos tenido la idea de un reencuentro con la noche madrileña de nuestra época juvenil y de estudiantes de periodismo, allá por finales de los años ochenta.

     Diseñamos un viaje exprés a la capital, de tan solo veinticuatro horas de duración. Nosotros somos muy buenos preparando y llevando a cabo viajes, porque actuamos de memoria, pero este plan nocturno nos generaba cierta inquietud, porque si quitamos reuniones en casas de familiares y amigos hasta la madrugada, no pisamos un garito de copas desde hace casi treinta años. La aventura tenía posibilidades de convertirse en un fiasco y así fue.

      Llegamos a media tarde, cuando casi anochecía. No queríamos quemarnos desde muy temprano, porque ya tenemos una edad respetable, aunque estemos bastante sanos. Así, que paseamos hasta las diez, consumiendo solo algunas cervezas de mantenimiento. Hasta ahí, todo normal, contemplando, como la Gran Vía estaba tan llena de gente, como siempre y que la decoración navideña se hallaba a medio desmontar 

          Nuestro objetivo después, era pasar parte de la noche en un par de locales, que aún aguantan desde aquel entonces: Chapandaz -nos apetecía un montón volver a recordar el sabor de su leche de pantera- y el Yasta. Estuvimos a punto de acudir a la fiesta navideña de este último bar, el pasado 30 de diciembre, pero es que a la tarde del día siguiente volábamos a Nápoles y no era plan.

           Antes de entrar en faena, pasamos por los bajos de Argüelles, que también frecuentamos mucho en aquellos tiempos. Caminar por allí, estando activos tan solo un par de garitos y sin casi clientes, da pena, teniendo en cuenta, lo que aquello fue. Sin embargo, el bar de bocadillos colindante, donde matar entonces aquel hambre de madrugada, aún sigue existiendo. 

          De camino, en el tren y mirando en Google Maps, algo nos empezó a descuadrar. Chapandaz sigue existiendo, pero nos daba una dirección distinta. Comprendimos, que han cambiado de local y así es. De todas formas, no está demasiado lejos de su antigua ubicación.

          Llegamos a la puerta y la primera en la frente. Una cola de más de cincuenta personas -muy jóvenes en su mayoría- esperando para entrar. Solo, a medida, que iban saliendo los de dentro, se permitía el acceso. Por supuesto, no nos quedamos.

          Decidimos sobre la marcha, cambiar el Yasta por La Vía Láctea, legendario sitio situado en el corazón de Malasaña. En este caso, no eran cincuenta, pero si más de veinte - de edades rondando o pasando la treintena-, los que aguardaban para poder entrar. Acaso, ¿la forma de diversión nocturna hoy en día es pasarse largos ratos en una cola, en pleno mes de enero?

          Nos deprimimos. Tratamos de buscar un bar normal, porque a las tres de la madrugada hace tres décadas los había a cientos, para resguardarnos del frío y tomar unas cañas o unas copas. Aunque éramos conscientes, de que hoy en día no lo íbamos a encontrar. Así fue.

        Ya solo nos quedaba un cercano MacDonalds, que abre las veinticuatro horas, para buscar un poquito de calor . Nuestro gozo en un pozo: abierto está, pero tiene cerrada la zona de mesas, por lo que solo puedes pedir para llevar.

          Desesperados, recalamos en los bajos de la plaza de los Cubos, cercanos a la plaza de España y donde se encuentra la discoteca ,Cuenca Sorpresa. El frío aquí es más soportable. En el exterior se sobrellevan mejor los tres grados de temperatura. Hay mucha gente, que ha salido a fumar. Y entonces, ocurre lo siguiente :

          Segurata fornido: "¿Vais a entrar a la discoteca?. Os lo digo, porque cerramos a las seis..."

          Mi pareja: "No, no, gracias"

          Segurata: " Ah, si ya os tengo yo calados. Vosotros venís a buscar a algún hijo. Si queréis, yo os lo puedo localizar"

          Mi pareja, con buenos reflejos: " No. Es que no estamos seguros, de si está en este local o en otro. Mejor, esperamos, a que nos llame"

          Segurata:" No os preocupéis. Me decís el nombre y yo os lo busco por el QR"

          ¡Huimos!.

miércoles, 25 de enero de 2023

Brindisi, Ostuni y retorno, a Bari

           Nos quedaba una última jornada, antes de poner punto final a esta aventura navideña, gobernada por el buen tiempo y que tantas buenas sensaciones nos ha dejado. Con mucha pereza, abandonamos el apartamento de más de 120 metros cuadrados, en Lecce, donde nos había dado la vida de si, incluso para poner lavadoras y cenar variado y caliente. Sin lugar a dudas y como presentamos antes de empezar este periplo, esta ciudad ha sido de largo lo mejor del viaje. Y eso, que ningún destino nos ha decepcionado.

          En apenas veinticinco minutos de trayecto nos plantamos en Brindisi, donde ya habíamos estado en el verano de 1994, tras desembarcar de un enorme ferry, procedente de Patras y Corfu. No esperábamos nada de la visita, pero como pilla de paso, hacia la bella Ostuni, decidimos echarle un par de horas.

          Brindisi responde a la perfección a los cánones de ciudades de tipo medio o pequeño del sur de Italia. Desgarbada, caótica a más no poder ser, sin zona peatonal -circula el tráfico en varias direcciones, incluso en la plaza del Duomo- y con unas aceras en el centro, que más bien, parecen una estrecha barra para llevar a cabo exhibiciones de funambulismo. La ciudad tiene una discreta catedral, algunas modestas iglesias y un castillo algo amorfo, que no está abierto al público, porque en su interior y como en Taranto, se llevan  a cabo labores militares.

          En un tiempo similar al del trayecto anterior, nos pusimos en Ostuni. Esperábamos, que Google Maps no tuviera razón, pero la tiene y el centro histórico se halla a unos tres kilómetros de la estación ferroviaria. Hay autobús urbano de adecuada frecuencia, que conecta ambos puntos, pero nosotros decidimos ir andando por la empinada carretera. Esta es irregular, teniendo arcén amplio en casi todo el recorrido. Aunque cuenta con algún tramo complicado y cierta densidad de tráfico.

          Ostuni es una auténtica maravilla. Nos ha gustado incluso más, que Gallipoli y Otranto. Su mayor atractivo es la plaza de Orozno, con su iglesia, el ayuntamiento, la esbelta y estilizada columna dedicada a su titular y varias animadas terrazas con música ochentera a todo trapo. La calle del Duomo conduce a la plaza del mismo nombre, donde encajonada, se encuentra la catedral. Ya solo resta callejear por las serpenteantes, ascendentes y arqueadas callejuelas del centro y por el amplio paseo, que rodea la blanquecina y bien mantenida muralla. Nos perdimos su feria vintage dominguera, porque empezaba a las cinco de la tarde.

          En Ostuni y para nuestra morrocotuda sorpresa, nos topamos con la única oficina de turismo abierta, que hemos encontrado en toda la región de Puglia.

          Casi anocheciendo -lo peor, que hemos llevado en este viaje es lo temprano, que se pone el sol en esta zona y en esta época del año-, nos subimos al tren, que nos devolvió a Bari. Habíamos reservado alojamiento con la misma agencia de la otra vez, pero en este caso, nos entregaron una habitación con baño, mucho mejor, equivalente a la de un hotel de tres estrellas. En el centro y a pesar de ser día 8 de enero, aún seguían encendidas las luces de Navidad.

          Bari debería servir, como ejemplo, a otras muchas ciudades mundiales: el autobús hasta el aeropuerto es urbano y cuesta tan solo un euro.

          El viaje navideño de once días ha sido todo un éxito, habiendo cumplido con todos los objetivos previstos, salvo Santa María de Leuca, que no pudimos visitar por razones logísticas. En cuanto a hoteles, hemos ido de menos, a más. El transporte ha sido lo más tedioso de este periplo, teniendo, que hacer casi siempre cambios de tren o autobús para distancias muy reducidas y poniendo a prueba nuestra paciencia.

martes, 24 de enero de 2023

Los alojamientos del viaje (parte III)

           4.- Los más listos, que los listos. Lecce, primer alojamiento en la ciudad, sin necesidad de tarjeta de crédito al hacer la reserva y pudiendo cancelar a cualquier hora. Idílico, ¿verdad?. Pues, finalmente, no. El procedimiento es similar al de la agencia de Bari, pero aún llegan más lejos, porque incumplen sus propias condiciones y nada más reservar, te bombardean con mensajes -whatsapps y correos electrónicos- y llamadas, para conseguir tu número de VISA. Estos, a parte de robarle su comisión a Booking, pretenden asegurarse el pago, antes de que siquiera llegues. Les acusamos de estafa en un audio, pero ni siquiera se inmutaron.

          Les salió mal, porque al día siguiente reservamos desde la propia puerta del hotel, por lo que Booking ganó su comisión y ellos tuvieron, que respetar un precio, que no nos daban un situ. La chica de la recepción se quedó con cara de muy mala "lecce".

          5.- El roedor. Pagamos 48 euros por la habitación más cara del viaje, reservada media hora antes de entrar, a través de Booking. Ventajas: check in automatizado y rápido y habitación extensa. Duros inconvenientes: bastante frío y un roedor, que transitó a sus anchas por la alcoba, durante toda la noche. Al fin entendimos, los comentarios de una chica, en Booking, que misteriosamente decía, que oía pasos.

          6.- El superapartamento. Por 41 euros y al lado de la estación de trenes de Lecce, 120 metros de casa para nosotros solos. Dueña amable y discreta. La tarde nos dió para poner la lavadora, estar calentitos, cocinar pasta con salsa rabiata y ver, como el Madrid y el Valladolid perdían sus respectivos partidos.

          7.- Vuelta a Bari y a la agencia de la otra vez. La chica, que atiende, algo lenta en sus gestiones, nos entrega una habitación por el mismo precio, cinco veces mejor, por lo menos +y con el baño dentro, que no habíamos contratado -, que la que nos habían concedido, la primera vez. Está en otro edificio más cuidado y la alcoba equivale a un tres estrellas alto. Y eso, que la joven del primer día, era mucho más amable, rápida, hablaba español y atendió todos nuestros requerimientos.

"Last of the us", de HBO, en la plaza de Callao, en Madrid