Volvimos a Marruecos, después de más de una década. Destinos ya conocidos, aunque la incertidumbre en este tipo de viajes siempre entretiene y asusta a la mente y condiciona los acontecimientos, aunque con templanza y paciencia, todo fluye.
No quisimos complicarnos más, por lo que retrasamos este viaje, previsto para finales de marzo, para no coincidir con el Ramadán. Comer a sus horas era innegociable y beber alcohol, cuando fuera preciso, mucho más. Tuvimos, que tirar de los chinos, para armarnos de suficientes botes de 100 centilitros y llenarlos de ginebra, para sobrevivir los dos primeros días. Luego, ya supimos, organizarnos, localmente.
Parece mentira, pero encontramos más dificultades para organizar la logística etílica, fruto de los horarios inapropiados de los vuelos para comprar en los duty free, una vez, que como siempre, decidimos no facturar nada de equipaje, que para el resto de los preparativos del viaje
Llegar, a Chaouen, fue fácil. Son solo 120 kilómetros desde Tánger, aunque se tarda, entre unas cosas y otras, más de tres horas. Dormir en los autobuses marroquíes, tras una noche de aeropuerto no es fácil, aunque posible. La cuesta desde la estación hasta la medina es larga, ardua y empinada, aunque el objetivo merece la pena, a pesar, de que llegó la lluvia y ya no nos dejaría en paz en toda esta aventura.
Chaouen ya no tiene, ni misterio, ni magia, ni peligros predecibles, ni pertenece a un submundo paralelo de viajeros dudosos y alternativos. La amplia y siempre activa plaza de la Kasbah, la más recogida del templete de música y las numerosas, serpenteantes, abruptas y bien acicaladas calles azules dan como cívico resultado, una convivencia pacífica entre tenderos de todo tipo y principios y las hordas de sexagenarios españoles y franceses, que ni siquiera se resisten a ser cazados.
Chaouen, va dejando atrás su leyenda negra y va escupiendo un futuro próspero para sus habitantes, que han entendido, que más vale flirtear con turistas tontos, de ciertos posibles y poco exigentes, que con los mundos oscuros de otros tiempos
Tetuán, apenas recibe visitantes y es algo muy inmerecido porque cuenta con una de las medinas más bonitas, limpias y genuinas de Marruecos, con sus tiendas vibrantes, sus recovecos, arcos, interminables túneles... Y en su parte más moderna y debido al protectorado español, tiene una estructura de ciudad muy europea, aunque con muchos edificios coloniales languideciendo a gritos. Entre ellos, destacan los hoteles del centro, que no pueden ser renovados y a los que no se les puede siquiera cambiar el nombre, por estricta normativa administrativa
Así, nosotros acabamos en la pensión Bilbao, que tuvo muy mejores tiempos en el pasado, como nos reconoció el amable y gracioso recepcionista, que además, nos instruyó sobre la procedencia del nombre de varias ciudades españolas. Guadalajara, significa río de piedras. Valladolid, procede de el Balad al -Walid, que se traduce en el país de walid. Y se quedó con nosotros, sin duda, con Alicante, que literalmente nos lleva, a que el imán de la mezquita, llamado Alí, le daba, frecuentemente, por darle al canto (religioso, claro).
El chico nos dijo más: "En este hotel - que ahora se cae a cachos-, pernoctaron los principales equipos de la liga española de fútbol, cuando el Tetuán fue miembro durante una temporada de la máxima categoría del fútbol español".
En cuanto, a Tánger, sigue siendo una ciudad fronteriza, con los atractivos y las molestias, que elo conlleva. El gran y el pequeño zoco, la Kasbah y las vistas marineras de la bahía le dan su esencia. Aunque, nosotros, estuvimos mucho más preocupados de la logística, que de un lugar, que ya conocíamos de varias veces anteriores, sobradamente. Encontrar alcohol, un wifi adecuado y lidiar con las complicadas tarjetas de embarque de Ryanair, nos llevaron más tiempo de la cuenta. Pero, nada comparado, con la incesante y maldita lluvia.