Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

martes, 3 de enero de 2017

¡No somos profetas en nuestra tierra!


Plaza Mayor y abajo, tres del Museo Africano (Valladolid)
          Nos desanima, bloquea y contraría -más bien y dejando de irnos por las ramas, nos da una inmensa vergüenza y nos sonroja-, que después de haber transitado por ciento veinticinco países, aún nos queden cosas trascendentes, que conocer, en nuestra propia ciudad, a escasos kilómetros de nuestra casa.

          En la tarde del pasado día 30, buscando un belén africano discreto -hecho por niños-, nos topamos con la mayor sorpresa del año, a nivel local: el desconocido museo de arte africano, de la Fundación Arellano Alonso, situado en el palacio de Santa Cruz, en la plaza del mismo nombre. Es de los más importantes de Europa en su género y nosotros, sin saberlo. ¡Porca miseria!. Una vez más, no somos profetas en nuestra tierra.


          De sus tres salas -la de Rectores, del Renacimiento y de San Ambrosio-, la más impresionante es la última. Contiene fantásticas piezas originales de arte muy labrado de estilo africano, pertenecientes al reino de Oku, ubicado en el noroeste de Camerún. ¡Una auténtica pasada, gratuita y no conocida por casi nadie!.

          Las otras dos salas albergan diversas figuras elaboradas en terracota o madera. Resultan también de gran interés, aunque no llegan a la altura de la anterior. Si queréis más información, su sitio web es este: www.fundacionjimenezarellano.com/

                                      Las dos siguientes son, del belén de Capitanía (Valladolid)
          Desde que volvimos del viaje por el sureste de España, allá por el día 23 de diciembre, hemos tenido unas Navidades muy culturales, de museo en iglesia, visitando exposiciones y fundamentalmente, belenes. Esta última actividad se ha puesto muy de moda en el último par de años. Antes, éramos cuatro gatos -la mayoría, además, agnósticos o ateos-, los que buscábamos esta forma de ocio navideño, pero ahora está tan en boga, qie en algunos, se hace necesario aguardar colas de media hora.

          Es el caso del más original y genuino de todos: el belén del Señor de los Anillos, ubicado en la iglesia de las Francesas, junto a la calle Santiago, que es la principal de la ciudad y que desemboca en la plaza Mayor. Los descomunales argonath reciben al visitante en un mundo, que mezcla el relato bíblico con el universo de Tolkien y Peter Jackson. Herodes en Minas Tirith, los pastores en la Comarca y la Natividad en Rivendel. No te puedes perder esta propuesta de la Asociación Belenista Castellana, que seguro, volverá a convertirlo en la exposición más visitada de la Navidad. Visitas hasta el día seis de enero, por lo que hay que darse prisa y armarse de paciencia en la puerta.

                                          Calle Santiago y debajo, dos del belén del Señor de los Anillos (Valladolid)
          Según más de un y de dos expertos, el belén napolitano del palacio de Villena -frente al Museo Nacional de Escultura-, es de los más bonitos de España, aunque según mi modesta opinión, se encuentra algo amontonado y las figuras no guardan proporción, entre sí, ni con las construcciones.



Debajo, el belén de chocolate (Valladolid)
          Otros belenes relevantes son el de Capitanía -con el impresionante sikk de Petra y otros más pequeños de diversos países del mundo-, el de la Diputación -escenas cotidianas de Nazaret y su mercado y de Jerusalén-, el del monasterio de San Joaquín y Santa Ana, el de la iglesia de San Lorenzo -de las más abarrotadas, de tal forma, que todavía no hemos podido verlo-, el de la iglesia de las Angustias y el de la casa de Zorrilla, aunque hay muchos más de bella factura, aunque de menor rango.

                                                Plaza Mayor y debajo, dos del Belén de San Lorenzo (Valladolid)
          El más curioso de todos, nos ha resultado el de chocolate, ubicado en la Fundación Prados, en una residencia de chicas, que han elaborado está monumental golosina, de delicioso olor. Atiende una simpatiquísica chavala, que nos indica, que el próximo día ocho de enero, lo fundirán en una enorme olla y se ofrecerá al público aistente por una cantidad simbólica, que será destinada a la lucha contra el cáncer.

                                                  La de abajo es, del belén de Isabel la Católica (Valladolid)
          En cuanto al alumbrado de Navidad, lo hay para todos los gustos. A mi, la mayoría no me disgusta, pero pongo como pega, que buena parte de él no guarda ninguna relación con estas fiestas tan entrañables. Yo no soy muy de tradiciones, como ya podéis imaginar, pero si me parece coherente, que si la Semana Santa o las fiestas de Moros y Cristianos son lo que son, pues la Navidad, debe ser, lo que es.

          En la plaza Mayor, preside la escena un majestuoso árbol -aunque más bajo, que el de la Puerta del Sol, de Madrid- de luces amarillas y blancas. Se puede cruzar por debajo, como también ocurre en la capital de España y su espacio se usa, a ratos, para talleres infantiles o para representar otras Navidades del mundo.

viernes, 30 de diciembre de 2016

Pongamos, que hablo de Madrid

          Como si fuera masoquista -algo de esto debe haber- o me gustara dejar de respirar o darme tiros en los pies, siempre que vuelvo a Madrid -normalmente, ya sólo, cuando vamos o venimos de viaje-, me da por acordarme de nuestros años de estudiantes en esta ciudad -entre 1.986 y 1.991- y me invade una gran nostalgia y depresión, afortunadamente, transitoria.
                                                                                 Cartel publicitario de la Puerta del Sol (Madrid, 2.016)
          Siempre es y será así y me temo, que no existe antídoto para ello, para mi profunda desgracia. Pero esta vez, se han acabado de encender todas las alarmas y luces de alerta: el famoso y siempre presente bar de los bocadillos de calamares y bocatas de otro tipo de la calle Atocha -enfrente de la estación del mismo nombre-, ha desaparecido, después de siempre estar ahí y ha dado paso a un enorme Lizarrán, que al parecer, se ha hecho además con un local contiguo. Aún y como balón de oxígeno o tabla salvavidas, aguanta el cercano “Brillante”, aunque no sé cuanto durará, porque los bares de calamares, incluso en la plaza Mayor, están en horas bajas (yo llegué a comerlos, a 25 pesetas, en 1.980).
Museo del Jamón (Madrid)
          Que Madrid no es lo que era, resulta tan evidente, que no voy a dar siquiera argumentos para defender esta posición o la contraria. Simplemente, sirva este artículo para contaros las diferencias, entre aquel Madrid, de 1.986 y el actual, señalando, lo que entonces había y hoy no hay y no a la inversa (lo que encontramos hoy y no había en aquel tiempo).

          Corría finales de septiembre, de 1.986, cuando me incorporé a una residencia de estudiantes, cercana a Santo Domingo y la plaza de Ópera, en la calle Campomanes. Las ilusiones eran tan grandes, que tapaban las numerosas incertidumbres y debilidades. Por supuesto, ni la calle Arenal, ni Montera -abarrotada de prostitutas y peligrosa de noche-, ni Fuencarral, eran zonas peatonales, ni los comerciantes querían que lo fueran, porque argumentaban, que generaban delincuencia. ¡Cómo han cambiado las cosas!.
                                                                                                         Bajos de Argüelles (Madrid)
          Por no existir -aunque tardó poco en surgir-, ni siquiera había estación de metro en la ciudad universitaria de la Complutense. Eso sí, la Gran Vía estaba plagada de teatro y cines, en plena actividad.

          Aunque los más jóvenes no lo creáis, en 1.986 ya funcionaban Rodilla, el VIPS y el Museo del Jamón, casi únicos vestigios de aquella época. Un sándwich costaba 30 pesetas o un bocara de jamón, 100 (lo que se llamaba, una chocolatina). De todas formas, estos establecimientos también han cambiado. La tienda de emparedados ha aumentado su surtido y ha incluido bebidas. Los VIPS han plegado alas y se dedican a la restauración, más que a los perfumes, discos, prensa escrita, libros o alimentación, como entonces. Y el Museo del Jamón, en retirada, se ve seriamente amenazado por las tiendas de cucuruchos delicatessen de la ibérica pata del cerdo.
VIPS (Madrid)
          ¿Quién se acuerda de los Seven Elevan, que hoy en día, extienden su negocio, como champiñones, en los países del sudeste asiático y Hong Kong?. El de l clle Montera resultaba, especialmente, conflictivo.

          Por sobrevivir, aún aguantan los mercados, entre ellos el de Maravillas o el de Ventas, que eran nuestros favoritos. Aunque atienden a menos gente y sus precios han dejado de ser competitivos. Hoy, proliferan más los mercados para pijos y guiris, como el de San Miguel

          En aquellos lejanos tiempos, ya olvidados para muchos, si se hacía botellón, era porque te daba la real gana. No por supervivencia, como ahora ocurre en calles y plazas, donde los jóvenes -y los no tanto-, colocan las bolsas en el centro y ¡a darse al drinking!. Entonces, íbamos a los bares, aunque no tuviéramos, ni 18 años. El aperitivo o la media tarde, en Lavapiés, con cañitas y tapas varias. Los albores dela noche, en los bajos de Argüelles -hoy muy perjudicados y casi en peligro de extinción-. Y ya la noche, en Malasaña -algunas locales, todavía existen- o en el Ya'sta o el Comité -en la calle Silva-, donde a las ocho de la mañana nos preguntaban, si no teníamos casa. ¡Y, que decir del Malafama. Allí, tomando copas, codo con codo, con Almodóvar!.
                                                                                      Paso elevado de Cuatro Caminos (Madrid), suprimido en 2.003
          Como fruto de tanta actividad, resultaba imposible pillar un taxi, un viernes o un sábado por la noche. No hace mucho y sentados en la Gran Vía, vimos pasar a más de diez, con la luz en verde, en tan sólo un minuto. Por supuesto, las estaciones de metro, no llevaban el nombre de Vodafone, ni nadie desde un cartel, nos deseaba una blanca Navidad (Netfix y su serie, “Narcos”).

          Por aquella época y en las zonas más privilegias, había serenos y porteros físicos en las casas, algo que me suena a antiguo, hasta a mi.

          Los conciertos de San Isidro, se celebraban en el pabellón de Deportes, del Real Madrid, que hoy ni existe, aunque sí, muchos de los grupos, que los daban, ya en su declive. También, en el rockodromo de la Casa de Campo -donde las disfrutadas fiestas del PCE-, del que no tengo noticia, ni un sentido, ni en otro.
Estación de metro de Sol (Madrid)
          No puedo seguir, ¡porque se me caen las lágrimas!.


          ¡Venga, me rehago y soy fuerte!. Hay cosas, que han ido a mejor. Se ha eliminado el paso elevado de Cuatro Caminos, donde las leyendas urbanas atribuían, a una anciana mendiga, que dormía debajo, ser millonaria y tener no sé cuantos pisos.  

lunes, 26 de diciembre de 2016

Planes para el inminente 2.017

                                       Minas de Ríotinto, en Huelva. Debajo, Jammu y Cashmir (India)
         Apura sus días el 2.016, que en materia viajera y para nosotros, ha sido un ejercicio, casi para olvidar, a pesar de dos interesantes periplos por España. Por diversas razones, que ahora no vienen al caso, no cuajaron los proyectos de Japón y Canadá, previstos para el primer semestre. Acabamos, comprando billetes a Grecia, para visitar más extensamente este país -ya estuvimos en 1.994- y volver a Albania y Montenegro. Pero, el 5 de noviembre, un atropello leve mermó nuestras condiciones físicas y tuvimos, que suspender el viaje.
                                                                                                       Samarkanda (Uzbekistán)
           Esperamos mejores noticias para el año, que comienza dentro de cinco días. De momento y para arrancar, a finales de enero o principios de febrero y gracias a las magníficas ofertas de ALSA, nos marcharemos a visitar una provincia, casi desconocida para nosotros: Huelva. Según hemos visto, sus atractivos son muchos: Moguer, La Rábida, Niebla, el parque nacional de Doñana, las minas de Riotinto, Aracena, Almonaster la Real, Cortegana o Aroche son destinos lo suficientemente interesantes, como para pasar una semana por esas templadas tierras de Andalucía occidental.
Tokio (Japón)
          Esta será nuestra única escapada nacional prevista, porque a partir del segundo trimestre, trataremos de centrarnos en el séptimo viaje largo, que se nos resiste desde hace casi dos años y medio. Nunca había pasado tanto tiempo entre uno de ellos y su anterior o posterior (lo máximo, dos años y dos meses, entre el segundo y el tercero).

          Para una duración estimada de entre seis y nueve meses, barajamos un itinerario, que abarque dos continentes: Oceanía y nuestra querida, Asia. El recorrido previsto será parecido a este: Nueva Zelanda, Australia -este del país-, Brunei, Japón e India. Se trata del tercer periplo largo por este país, ahora centrado sólo en Himachal Pradesh, Jammu, Kashmir y los pequeños estados del noreste (los que podamos, dado que algunos requieren permisos especiales, difíciles de obtener). Nos plantearíamos la opción de volver, a Hampi -estuvimos sólo un día, en 2.011-, pero creo, que nos terminará dando pereza bajar tan al sur.
                                                                                                      Saná(Yemen)
          Después, se abrirían dos posibilidades, ambas muy complicadas. La primera, pasaría por visitar Uzbekistán y Kirguistán. Será improbable, dado que los vuelos, desde India, resultan realmente caros.

          La segunda, consistiría en dejarnos caer por Yemen y pasar después por barco, hasta Yibuti y Somalilandia. Obviamente, en Yemen no están pasando por sus mejores momentos y deberíamos tener noticias muy claras y muy concretas, en su momento, de la situación de seguridad del país. Según me contó una viajera, que allí estuvo hace dos años, era mucho mejor que lo que la gente cree y la que los medios de comunicación dicen, pero no he vuelto a saber nada más, desde entonces.


          De no salir adelante el séptimo viaje largo, Canadá y Japón vuelven a ser los principales destinos para un periplo de dos semanas para cada país.  

Sobre terremotos y Tierra Santa

                                                        Murcia y debajo, Cehegin (Murcia)
          Hubo, había, hay, seguirá habiendo, durante toda la eternidad -no lo tengo muy claro- una especie de gala casposa emitida por TVE, llamada, “Murcia, que bonita eres”. ¡Pues va a ser, que no!. Casi nada hay que ver o hacer en esta ciudad, que no sea pasearse por sus amplias y cuidadas zonas peatonales. Por no haber, no hay casi ni supermercados.
Las dos siguientes son, de Caravaca de la Cruz (Murcia)
          Otra cosa es la muy interesante provincia, hasta ahora, una de las más desconocidas de España para nosotros. Ya de antemano y con dolor, descartamos con amargura poblaciones, como Moratalla, Puerto Lumbreras o Águilas, por cuestiones logísticas. Una vez, in situ, renunciamos a Jumilla y a Yecla, por cansancio, estrés y saturación de actividad viajera. Finalmente, nos quedamos con cuatro lugares, que claramente, merecieron mucho la pena: Lorca, Caravaca de la Cruz, Cehegín y Mula.

          En cierta medida y salvando las distancias, Lorca nos recordó a la Mostar o Sarajevo, de hace diez años, con grúas, andamios, edificios con fachada, pero huecos por dentro, casas abandonadas a su suerte... Han pasado casi seis años desde el fatídico terremoto, de 5,1 grados de intensidad, que se llevó de por medio ocho vidas humanas y dejo decenas de heridos. Las consecuencias de aquel seísmo aún son claramente visibles, a cada paso y parece, que las promesas de las administraciones se ralentizan o desaparecen, como siempre ocurre en estos caos. La memoria humana es frágil -más, incluso, que la sensiblería, ante las desgracias- y ya nadie se acuerda de aquello, que no viva el día a día de esta ciudad.
Las dos siguientes son, de Lorca (Murcia)
          Aún así, Lorca dispone de los suficientes atractivos turísticos para atraer al viajero. Una robusta colegiata, un elevado castillo de esforzada subida y magníficas vistas y el casco histórico en general, plagado de bellas iglesias y casas antiguas, dan tranquilamente, para entretenerse una mañana entera.

          Los hermanos Lumiere inventaron el cine con la filmación de la salida de los obreros de la fábrica, mientas en España, se imitaba este evento, con la salida de la misa de 12 del Pilar, de Zaragoza. No es por tanto casualidad, que nuestro casposo y degradado país, disponga de tres de los cinco centros mundiales de peregrinación de la cristiandad: Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela, Santo Toribio de Liébana y el que nos atañe ahora, Caravaca de la Cruz. Todos ellos disponen de jubileo y el de esta última localidad se corresponde con el ya casi entrante, 2.017 (creo, que es cada siete años, desde 2.003 y fue concedido por el ya fallecido papa, Juan Pablo II).

          Su empinado y agradable casco antiguo resulta bellísimo, siendo quizás, el pueblo más bonito que hayamos visto a lo largo de todo el viaje. En lo alto se hallan el castillo y el voluminoso santuario, desde donde se contemplan magnificas y abruptas vistan de la región y de la localidad. La Santísima y Vera Cruz de Caravaca, da sop6rte a sus famosas fiestas patronales, que se celebran entre el 1 y el 5 de mayo de cada año. En la actualidad, están intentando que el festejo de los Caballos del Vino, sea reconocido, como de interés internacional (una enorme escultura metálica recuerda este evento).

          A cinco kilómetros de Caravaca, se encuentra Cehegin, una localidad ubicada en una colina en la que destaca su bonita iglesia.
Mula (Murcia)
          Ascender al castillo de Mula requiere estar en muy buena forma física, para superar su curvilínea y exigente subida. Se hace a través de un barrio humilde habitado en su mayoría por animosa población gitana, que en cierta medida, nos recuerda al Sacromonte, de Granada. Los accesos a la ruinosa fortaleza son difíciles y más con las lluvias de los últimos días.

          Abandonamos la región de Murcia y pusimos punto final al viaje -en la víspera de Nochebuena-, en Albacete, una de las ciudades de las que nunca se acuerda nadie. Y, la verdad, que mejor que siga siendo así. Baste decir, que lo que más nos gustó fue el interior de la estación de trenes del AVE. Y lo que más risa nos dio fue su patética plaza Mayor, tal vez y sin poder asegurarlo, la más cutre de España. Si el viaje, en general, había estado impregnado por la indomable lluvia, aquí tocó frío severo. Nos tocó esperar fuera de la estación de autobuses, a la intemperie o recorrer la insulsa ciudad, a tres grados bajo cero.
Albacete

Aguas pacíficas en el cabo y bravas en el desierto (lo nunca visto)

                                                           Esta y las tres siguientes son, de San José (Almeríoa) 
         Las dos grandes joyas naturales de la provincia de Almería, son el Parque Nacional del Cabo de Gata y el desierto de Tabernas. Como no primaba el baño o el buceo -aficiones, que amo-, dado que estamos a finales del otoño, decidimos explorar San José y sus alrededores, para hacer algunos trekking. Pero las posibilidades en esta maravillosa zona son innumerables (no las voy a exponer, porque no las conozco todas, aunque si voy a dar unas pocas).

          A este pueblecito -tiene oficina de turismo abierta en esta época, a pesar de encontrarse desierto-, te lleva la empresa de autobuses, Bernardo (servicios relativamente frecuentes para ser temporada baja). Habíamos decidido, llevar a cabo el sendero de los acantilados altos, que lleva desde San José, al pozo del Fraile, a través de Los Escullos Consta de 18 kilómetros y es circular. A la vuelta, haríamos el camino de las calas, que bordea el pueblo.


          Existen otras dos posibilidades, que no teníamos previstas: las playas de los genoveses y Monsul y el sendero a la torre vigía de la Vela Blanca, de unos seis kilómetros, del que en turismo no nos saben informar. Desde Rodalquilar -a unos quince kilómetros- se puede ir hasta Las Negras, con una distancia similar al plan anterior.
Esta y las tres siguientes son, del desierto de Tabernas (Almería)
          Pero, la vida es dura en la naturaleza y tenemos, que cambiar de planes. Iniciamos el camino a Los Escullos por una senda embarrada, en la que se hunden nuestras botas de montaña. Después, abordamos la exigente subida -casi en vertical- e iniciamos el impracticable camino y no nos damos la vuelta hasta haber hecho más de la mitad. ¡No podemos más y debemos darnos la vuelta, dado que estamos arriesgando demasiado nuestra integridad física!. Las vistas, tampoco son magníficas, porque estamos muy altos y los despeñaderos están más adentro, que la propia senda. La niebla tampoco ayuda.

          Deja de llover y nos dirigimos a la bella playa de Los Genoveses, por un camino sencillo -se inicia en un molino de viento- plagado de pitas y chumberas. Un agradable paseo, que nos abre el apetito.

          Cae otra tromba de agua, que nos paraliza una hora. La tarde la completamos con la visita a las numerosas calas de este enclave. Muy bonitas playas de arena oscura, debajo de una carretera curvilínea y sinuosa y enclaustradas entre escarpados acantilados. ¡Lástima de que las negras nubes impidan contemplar la puesta de sol, que prometía bastante.

          No existe forma posible de llegar en transporte público compartido, entre Tabernas y el desierto. El bus, que viene desde Almería, no para en la puerta del Mini Hollywood, que sepamos. Aunque si lo hiciera, habría que llevar a cabo la excursión con el equipaje a cuestas. Por tanto, la única forma de acceder al inicio del trekking del desierto -PRA 269-, consiste en tomar un taxi (8 euros ida y otros tantos, la vuelta). No intentéis ir andando por la carretera, porque tiene mucho tráfico y poco arcén.

          El Mini Hollywood es un horrrible parque temático, reconversión cara de los decorados donde se rodaron las películas del oeste en los 60, que yo vi gratis en el 77, cuando estaba medio abandonado. Hoy cuesta 22 euros -33 con buffet libre- y ofrece simulaciones y varias escenas del westerm tradicional y del espagueti westerm. Puede ser un buen plan para niños, pero nada más y afea bastante el paisaje. Haciendo sinergías, han arropado la cosa con un festival sobre el género, en octubre, que según nos dijo el taxista -camellero hace un par de décadas-, el año pasado atrajo, a 6.500 personas.

          A la izquierda del parque temático, parte el sendero, que ofrece dos versiones: la larga -14 kilómetros- y la corta, que recorre cinco menos. Empiezan y terminan en el mismo punto y la diferencia está en un tramo central, siendo en ambos casos circular.

          Los paisajes deben ser espectaculares, ya en seco y no os digo nada, viendo por primera vez en nuestras vidas -y ya peinamos canas hace rato- un desierto inundado y con corrientes de agua embravecidas y descontroladas.

          Llueve, aunque no mucho. Iniciamos la bajada por un camino cercado y salteado de puentes de madera. Después y como si se tratara de la selva vietnamita, continuamos por un pequeño sendero anegado y cubierto de vegetación exuberante para la que casi, necesitamos machetes (menos mal, que al menos, no hay bichos). Comienza la rambla. En condiciones normales no es exigente, pero hoy sí, porque hay zonas donde el agua llega por encima de los tobillos y el barro nos desestabiliza, a cada rato, padeciendo riesgo de caída fatal.

          Teníamos previsto llevar a cabo el camino corto -el otro, no ofrece mucho más interés-, pero como la ruta no está bien señalizada y el cielo se va poniendo más negro, una vez hemos hecho ya más de la mitad de la senda, decidimos volver por el mismo camino. Resulta un suertudo acierto, porque al poco, comenzó a diluviar y no lo dejaría en 20 horas.


          Por la noche y, afortunadamente en el hotel, rayos truenos, centellas y hasta la furia de Gargamel -el de los Pitufos, para los más jóven@s-, nos dejaron a ratos sin luz. ¡Quién dijo, que hay que salir de España, para vivir experiencias únicas y casi, indescriptibles!.

domingo, 25 de diciembre de 2016

España y su hipotermia congénita

                                                Esta y las cinco siguientes son, de Mojácar (Almería)
          En invierno, España dispone de una gran variedad de climas. Mientras en Valladolid hace 4 grados, por ejemplo, en Almería o Melilla tienen 17, diez en Oviedo y 21 en Tenerife. Pero, hay algo que no falla y podéis comprobarlo en vuestros viajes: durante esta estación: todos llevamos las mismas prendas de abrigo, independientemente de la temperatura, que haga. Es tan curioso, como real.

          Son las 11 de la mañana, cuando llegamos a una soleada Almería. Los termómetros marcan 18 grados y mientras nosotros paseamos distraídamente en manga corta, los lugareños portan parkas y chambergos gruesos, como si nos halláramos en Groenlandia. Algunas chicas, incluso -sobre todo, jóvenes- cubren sus cabezas con gorros de lana y caminan medio encogidas o castañeando los dientes.


          Como digo, no se trata de un hecho aislado. Aún recuerdo a una canaria, en Las Palmas, decirnos, que estaba llegando el invierno, cuando un luminoso marcaba 19 grados. O a una señora mayor, en Melilla, quejarse del frío, estando a dieciocho.

          Aunque la gente es muy amable y hospitalaria, no se debe perder demasiado tiempo en Almería capital y si en la provincia. Encadenamos dos post sobre ella. Este de núcleos urbanos y el próximo, de parajes naturales.

          El mayor atractivo turístico de Almería es su bella y elevada Alcazaba. Dos buenas noticias: es gratuita y está muy bien cuidada. Además, destacan la catedral y la plaza del ayuntamiento, con sus zonas de bares, donde tapear sin prisa y tomar unos vinos. El alojamiento resulta algo caro, razón de más para largarse pronto de aquí.

          El otro núcleo urbano, que visitamos, fue Mojácar, que se convirtió en la decepción del viaje. No, porque esté mal en sí, sino porque mis recuerdos de infancia de hace 39 años atrás, lo hacían mucho más bonito.

          Dispone de dos zonas, separadas por unos 3 kilómetros. Abajo la playa, llena de una hilera de interminables hoteles, apartamentos y restaurantes -vacíos en esta época-, diseñados para el disfrute turístico de los poco exigentes veranetontos, donde pasan su vida de mierda estival, una vez dejan atrás su mierda de vida de invierno.

          Dado, que la visita coincidió con un agresivo y furibundo temporal, sus aguas estaban embravecidas y de color muy marrón. Creo recordar, que esta desoladora fila india de despropósitos, no existía hace casi cuatro décadas.

                                                            Esta y las dos siguientes son, de Almería
          Visto el panorama y al mismo precio, decidirnos alojarnos en el pueblo, en el peor
establecimiento del viaje. Viejo, parcialmente inundado, caro -35 euros-, con baño compartido, sin televisión y con la wi-fi caída. Vamos, que resulta más difícil entretenerse dentro de la habitación, que en la propia Bangladesh.

          El pueblo se ubica en lo alto de una colina y está compuesto por una bonita iglesia principal -de pórtico trasero arqueado-, rodeada de calles estrechas y serpenteantes, de casas blancas en diferente estado de conservación. También, vimos un par de cuevas, deliciosas vistas sobre el mar tricolor -marrón cagalera, azul claro y oscuro, por este orden y de dentro a afuera- y una curiosa fuente -de agua insípida y caliente-, donde vienen a coger agua desde muchos puntos de los alrededores. No permiten llevarse más de 100 litros por persona, pero nadie controla este posible hecho.


          A diferencia de Granada, las comunicaciones por bus con la provincia, no resultan demasiado frecuentes, así, que se hace necesario planificar mucho de antemano y a veces, pegarse buenos madrugones, porque sólo existe un servicio de transporte al día. La cosa empeora, durante los fines de semana.

Enamorarse de Granada o encontrar el amor en Pampaneira

                                                     Pampaneira (Granada) y debajo, seis seguidas de la capital
          Hay ciudades, que se agotan en una sola visita y son la mayoría. Otras, aguantan dos y son las menos, a las que nos gusta volver una y otra vez, sintiendo siempre las mismas emociones y hasta descubriendo lugares y aromas nuevos. Luego está, el retornar a una población en diferentes momentos de tu vida, lo que puede llevar a sensaciones curiosas, poderosas y enriquecedoras. Y es, que una ciudad no es sólo lo que se ve o percibe por otros sentidos, sino también nuestro estado de ánimo el momento vital, por el que estemos transitando.

           La primera vez, que fuimos a Granada, corría el ya lejano 1.990 y pasamos nuestro tiempo, por este orden, follando, bebiendo cerveza y comiendo tapas y paseando. Por supuesto, conocimos la Alhambra -casi gratis, con nuestro carnet de estudiantes- y no perdimos detalle de las numerosas calles donde se encontraban los abarrotados bares.

          La segunda, en el año 2.000 y tras una fatalidad laboral de ambos, el drinking y el tapeo se destacaron en la primera posición. Aún follábamos, entre paseo y paseo, montadito de lomo y cubatas. Puedo recordar, que hasta recalamos en el increíble Albaicín.

          Tuvieron que pasar trece años para que retornáramos a esta fantástica urbe, en un largo puente de diciembre. Fue apenas medio día, sin dormir en la ciudad, camino de Guadix y de Jaén. Apenas nos dio tiempo a refrescar la memoria de sus lugares más típicos y de sus acogedoras y hospitalarias gentes (cuando uno sale de la arisca y gélida Castilla, todo el mundo parece más amable).

          Esta vez, de nuevo en diciembre, hemos dedicado el día entero a los paseos, ascensos y descensos, porque Granada está llena de empinadas cuestas. De lo de follar, las tapas -tapones, como ellos dicen, muy justamente-, las cervezas y los cubatas, ya no queda ni rastro. Eso sí, hemos disfrutado, por primera vez y como enanos, del maravilloso Sacromonte, que se ha convertido en nuestro lugar favorito de la ciudad.

          Y eso, que esta zona, si la conocíamos de nombre. ¿No os acordáis de aquella canción de 091, llamada “debajo de las piedras”, donde se referían a este barrio. Por cierto: el mítico grupo granadino dio su concierto final, sólo dos días después de que abandonáramos la provincia, el 17 de diciembre. ¡Una lástima, el no haber podido vivir este inolvidable momento!. Por cierto: la gira lleva el simpático nombre de, “maniobra de resurrección”.

          Aparte de revivir viejas sensaciones y disfrutar de otras nuevas, el motivo fundamental de la visita, esta vez, era recorrer las Alpujarras. Como el transporte público en esta zona del sur funciona muy bien y resulta muy económico, decidimos acercarnos a cuatro de sus pueblos en una misma jornada, madrugando y retornando tarde.


          Lanjarón tiene fama por su balneario y sus deliciosas aguas minerales, pero aparte de esto, poco más ofrece al viajero. Un casco histórico discreto, aunque agradable, teñido de Navidad en esta época y los lejanos restos de un Castillo en ruinas.

          Órgiva subió el nivel de nuestro periplo, siendo este lugar la capital de las Alpu8jarras. Su zona antigua es más bonita y animada, destacando su iglesia principal, el ayuntamiento, una elevada y bella ermita de siglos atrás, restaurada y su decadente mercado de abastos, que vivió tiempos mejores.
                                        Pampaneira (Granada)
          Capileira se muestra como uno de los puntos más elevados de Andalucía y lo notamos en la menguante temperatura. Se trata de un pueblo ascendente y descendente, de casas blancas, interesante iglesia y magníficas vistas del entorno, si el día lo permite. Resulta un magnífico lugar para iniciar y completar varias rutas de senderismo.

          Y, nuestro enclave favorito: Pampaneira. Cercano a la anterior población, aunque a menos altitud, este tranquilo pueblecito ofrece calles blancas y serpenteantes -algunas, con canalizaciones de agua descendente a gran velocidad en su mitad-, una iglesia y otros edificios de relumbrón y la famosa fuente de San Antonio “Chumpaneira”.
Órgiva y debajo, Lanjarón (Granada)
          Dice la leyenda, que los hombres que beben sus deliciosas y frescas aguas, encuentran mujer esa mima noche. Parece ser, que los efectos vasodilatadores de determinados minerales de sus aguas, la convierten en la viagra de Sierra Nevada. “Dos buenos tragos al anochecer, se convierten en un polvo para enloquecer”.
                       
          Nuestro alojamiento en la capital granadina nos salió por 15 euros la doble, cada noche. Así, que ya no tenéis ninguna excusa para acercaros y disfrutar de la ciudad y de la provincia, plagada de atractivos turísticos. Nos hubiera gustado acercarnos a Baza, pero era difícil encajarla en el itinerario y su visita, nos impedía acercarnos al imprescindible desierto, de Tabernas. ¡Otra vez tendrá, que ser!.