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miércoles, 16 de junio de 2021

Del ratón, a Gijón (parte I)

                                           Ratas y más ratas

         El día 2 de junio por la tarde me tocó ir a ponerme la primera dosis, de Pfizer. En la cola y comparandome con mis coetáneos de mayo y junio de 1967, me vine arriba, entendiendo, que estoy con una apariencia física bastante superior a ellos. Aunque, me entraron las dudas, cuando hablé con más gente de otras edades y todos pensaban lo mismo.

        Esa misma noche, aunque no lo supimos hasta varios días después, entró un ratón -o rata pequeña- en nuestra casa. Llevamos dos décadas viviendo en el mismo chalet, dejando en verano todas las puertas - menos la de la calle e incluida la del patio- y ventanas abiertas y nunca nos había ocurrido algo similar.

          He aquí, la cronología de un ratón y de un viaje, a Gijón:

          -3 de junio. Suelo trasnochar y mi pareja madruga, así, que a veces, le dejaba algo de comida sobre la mesa para el desayuno: en este caso, unas cookies de chocolate. Cuando le pregunto, si estaban buenas, ella me dice, que ni siquiera las ha visto. 

        -4 de junio. Ocurre lo mismo y ambos nos empezamos a enfadar. Yo le digo, que si piensa, que soy gilipollas y no se lo que hago y ella argumenta lo mismo.

        -5 de junio. Primeras evidencias: todas las galletas aparecen detrás de una cadena de música antigua y la tele, que tenemos colocada en la mesa de la cocina, contra la pared.

        -6 de junio. Un kiwi colocado sobre un frutero, aparece mordisqueando y con tres agujeros. El animal, cuidadosamente, ha separado la piel y la etiqueta, que al parecer, no forman parte de su dieta. Nosotros, no hacemos nada y nos limitamos a recoger las numerosas cagadas, depositadas detrás de estos electrodomésticos.

        -Madrugada del 8 de junio. El ratón -de unos ocho o diez centímetros, sin contar la alargada cola- da la cara, revuelve papeles y como lo veo y lo persigo, huye hacia el salón. Lo aisló, cerrando la puerta y llamo a mi pareja. A pesar de removerlo todo y espantar a golpe de escobazos, no localizamos su nuevo escondite. Ese mismo día, lo vemos encaramado al riel de la cortina y tras moverlas huye.

        Por la tarde, le colocamos en un plato queso, una croqueta sin freír y el kiwi deteriorado embadurnados de lejía y un ambientador dulce para mitigar el olor. Barremos sus numerosas cagadas y meadas. No hay daño en el mobiliario. No obstante y durante largo rato, abrimos las puertas del patio y le damos la oportunidad de huir, porque no queremos matar a ningún ser vivo.

        -9 de junio. Analizando los hechos y buscando por internet, comenzamos a entender su estrategia. Se ha llevado -o comido- el trozo de queso y ha arrastrado ligeramente los otros dos alimentos. Su intención no es otra, que almacenar. Vemos su cola. Tiene la guarida detrás de una enorme televisión, que hay colocada en el mueble del salón. 

        Por la tarde, decidimos matarle de hambre y retirar todo lo comestible del salón, incluidos el kiwi y la croqueta. Pensamos, que la cosa irá para largo, porque hemos leído, que aguantan hasta dos semanas sin comer.

          -10 de junio. Las cagadas se reducen a casi la mitad y siempre están en los mismos sitios. Con edredones, mantas y sábanas, construimos un muro infranqueable en torno a la parte del mueble, donde está el televisor, con el fin de emparedarlo y que no pueda salir de allí. Además, colocamos sobre el suelo regueros de hojas de menta y tazas de amoniaco, que al parecer son olores, que les molestan bastante. ¡Aunque, si estos bichos proceden de las alcantarillas...!

          -11 de junio. Antes de partir, hacia Gijón, en un viaje de cuatro días, hacemos la última inspección ocular. Menos excrementos, que durante la jornada anterior. Dejamos la casa sola con el intruso dentro.

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