En cuanto anochece, nos vamos a
la lejana y vieja terminal, de Piural y hacemos tiempo hasta la salida del bus,
que parte con más de una hora de retraso, porque viene de hacer el recorrido
inverso con demora. ¡Nos enteramos, de que nos va a llevar el mismo conductor,
que trae ese autobús y que ya lleva diez horas al volante!. Estamos a punto de
renunciar a subir, pero tampoco es plan de perder otro día aquí, para que mañana
nos pase lo mismo. Nos persignamos y subimos al bus.
Solo vamos
seis pasajeros. Como el autobús tiene puerta de separación, entre el conductor
y el pasaje, nos encierran, nos dejan sin luz y ponen la música a todo trapo.
Esta y la de arriba, son de Loja (Ecuador)
Al poco, paramos en la frontera,
donde el hombre que controla la oficina de inmigración peruana, parece drogado
y nos pregunta, mirando las tarjetas migratorias: “¿Y esto quien os lo ha
dado?”. “Pues mire usted, nos obligaron a rellenarlo a la entrada al país.
Vamos, que no es cosa nuestra”, le respondemos. Las mira nuevamente, les
estampa el sello y nos pone dos en el pasaporte (el normal y uno redondo, donde
pone “Policía”). Salimos rápido, no vaya a tener otra ocurrencia, cruzamos un
puente y llegamos al puesto fronterizo de Ecuador, donde nos ponen un sello
mecanizado.
Conseguimos dormir, pero a las dos
de la mañana, nos despiertan. El conductor está pidiendo ayuda, para ver si
podemos mover una enorme piedra, que hay en la carretera, dado que con las
intensas lluvias en la zona, llevan produciéndose derrumbes hace ya un rato y
este enorme pedrusco, nos acaba de caer ahora mismo, delante.
Cuenca (Ecuador)
Conseguimos quitarlo, pero a pesar de ello, el conductor dice que no
sigue, porque no tiene garantías de que la carretera esté bien. Esperaremos a
que amanezca y vengan las máquinas a limpiar la carretera. Se echa a dormir,
pero nosotros vemos que hay tráfico en la otra dirección y le presionamos para
que siga. Sabemos, que está sin pegar ojo durante casi un día, pero estamos
parados al lado de un precipicio y en el otro lado, hay un terraplén rocoso y
arenoso, al que no le queda mucho para desprenderse.
Conseguimos convencerle –creo que es el primer conductor en todo el
viaje, que da su brazo a torcer- y seguimos, rezando todo lo que sabemos, al
borde de despeñaderos y asistiendo a derrumbamientos intermitentes, que por
suerte, no cortan la carretera por completo, ni nos caen encima.
Cuenca
Cuando
empieza a amanecer y por fin, conseguimos conciliar el sueño, el chofer pone a
todo volumen la radio, con el Jiménez Lozanitos de turno, versión ecuatoriana
(en Arequipa, como ya he narrado, habíamos tenido la peruana), que está
despotricando contra las autoridades, por la insoportable situación de las
carreteras en el sur del país y las inundaciones, que tienen a muchas localidades
aisladas. Llegamos sanos y salvos.
Loja tiene
unas cuantas iglesias bien interesantes, como la Catedral, la de Santo Domingo
y la de la Merced, entre otras. También destacan el Mercado Central, la Puerta
de la Ciudad y los museos del Banco Central y de la Música.
Cuenca
Comemos bastante mal, al estilo
del norte de Perú, pero peor, en lo que va a ser el inicio de un calvario
gastronómico, que nos va a llevar por todo Ecuador y buena parte de Colombia.
Así, que de postre y en un establecimiento de comida rápida, nos zampamos un
perrito caliente doble. Otros días, serían salchipapas, como sobremesa.
A Cuenca, según
la guía, son cinco horas de camino, cinco y media, según la compañía de buses y
seis y cuarto, termina siendo la realidad, después de que nos aburramos
bastante por el camino y de que estemos hartos ya de escuchar a Enrique
Iglesias, en los colectivos de este continente.
Ingapirca (Ecuador)
El casco
histórico de esta ciudad es coqueto, está bien cuidado y empedrado. Hay casas
muy bonitas, en perfecto estado de conservación e iglesias. que destacan por su
inigualable belleza, como la Catedral Vieja, la Nueva (la Inmaculada), San
Blas, Santo Domingo y San Francisco, entre otras.
Otros lugares de interés son el
Parque Calderón, sus calles aledañas y la plazoleta del Carmen –donde se encuentra
la iglesia del mismo nombre y se celebra un agradable mercadillo de flores-.
También hay otro animado mercado, donde se vende de todo, más limpio y cuidado,
que los de Perú o Bolivia. Llevamos poco tiempo en el país, pero nos extraña
que tratándose de una nación pobre, haya tan poca gente vendiendo en la calle.
Ingapirca
En una agencia de viajes, vemos
algunos precios de excursiones por la zona: A Ingapirca, con 37 US$. Un tour a
la selva amazónica -zona de Coca-, 40 US$ (precio por persona y por día).Y un circuito
por las islas Galápagos, sele por 700 US$, para una semana de duración. Es por
el precio, por lo que nosotros habíamos descartado este destino. Desde luego,
si hubiéramos venido en un viaje corto, habríamos hecho el esfuerzo, pero para
uno largo, en el que has dejado de tener ingresos, resulta un lujo.
Al día siguiente, tomamos un
autobús, que a través de interminables pueblos, conduce hasta la misma puerta
de las ruinas de Ingapirca y ya antes de partir, hay un sonoro incidente, en el
que sin que sirva de precedente, no estamos involucrados nosotros. El vehículo
va abarrotado, pero un boliviano y un canadiense, han pagado cuatro asientos.
Aunque solo ocupan dos, quieren que el otro par de ellos, permanezcan vacíos.
Supongo, que sus razones tendrán para obrar así, pero el hecho es, que en el
pasaje hay una mujer embarazada y varias señoras mayores, que deben viajar de
pie, porque el ayudante no se ha atrevido a contrariar a estos excéntricos
viajeros
Itinerario de nuestro viaje de cuatro meses y medio, por Sudamérica, Centroamérica y México
A mitad de
camino, empezamos a charlar con ellos y –contra todo pronóstico- son de lo más
normal. Hasta muy agradables, diría yo, por lo que aún nos resultan más
misteriosos, los motivos de su actitud, sobre la que no nos atrevemos a
preguntar. El boliviano es fotógrafo y ha viajado mucho. Vienen de Perú y
tienen exactamente, la misma impresión que nosotros sobre este país y los
abusos de Machu Pichu.
Nariz del Diablo (Ecuador)
Al boliviano, que llevaba una
carta de recomendación del ministerio, para tener acceso gratuito a la
Ciudadela peruana, le hicieron más comprobaciones para ver si era buena, que si
fuera un terrorista o un traficante de armas. Él es el más hablador de los dos
y alérgico al vino. ¡Vaya desgracia!.
Tras tres horas, llegamos a las
ruinas de Ingapirca, dejamos las mochilas en la entrada y pagamos los 6 dólares,
que nos dan derecho al acceso. Son caras para lo que hay que ver, pero están
mejor, que las deprimentes Huacas, de Trujillo. Ingapirca -Muro del Inca, en
quechua- fue construida por los Cañarís, hasta que la destruyeron los Incas.
Pudo ser un cuartel, habitado por un destacamento de vigilancia, un Templo del
Sol o, ambas cosas.
Nariz del Diablo
Una jornada después y tras
diversos sucesos –entre los que destaca, circular con niebla, a través de
penosas carreteras, con tremendos precipicio y con tan solo una cinta amarilla
de plástico, indicando “peligro”-, nos disponemos a tomar el tren de las ocho
(7,80 dólares, ida y vuelta), hacia la Nariz del Diablo. En el convoy, de un
solo vagón, vamos unos 20 extranjeros y nosotros, somos los únicos hispanos. Como
otras ocho personas, hemos decidido sentarnos en el techo del tren, desde donde
tanto las sensaciones como las vistas, son más espectaculares. A la vuelta,
como hay pasajeros que deseaban ir arriba y no han podido, regresamos en el
interior del vagón.
Alausí (Ecuador), punto de partida del tren, a la Nariz del Diablo
El paisaje es, realmente bonito,
circulando por el típico escenario de montaña, con escarpados picos, una garganta,
riachuelos y mucho verde. Pero, no más, que el del resto del sur de Ecuador.
Menos mal, que hoy está despejado. En total, se tarda una hora y media, en
hacer el recorrido de ida y vuelta, completo.