Todas las fotos de este post son, de Sydney (Australia)
De toda lwa vida -ya incluso, de jóvenes- y como bien sabéis, no somos mucho de hostels. Pero como ya he explicado, en Australia y para presupuestos medios -a los bajos solo les queda dormir en la calle-, es la única opción de alojamiento.
Asumido esto, lo que nos propusimos con ahínco, es pasar nuestra estancia de tres semanas, sin pernoctar en ningún dormitorio compartido. Y para nuestra alegría, lo hemos conseguido, aunque ello ha supuesto un esforzado vía Crucis, que nos ha llevado, a no disponer de una cama y una habitación, doce de las últimas veinte noches (60% del total). De ellas y por distintos avatares, seis han sido de forma consecutiva.
Un récord lamentable para unos viajeros, que no andamos escasos de pasta, pero que nos negamos, a tener que pasar por cualquier y caprichoso aro. Esbocemos, que es lo que ocurrió, para encontrarnos con los bultos a cuestas -pesan poco-, casi una semana.
Noche 1.- Los precios en Sydney no son excesivamente caros, porque estamos entre semana, pero mañana, pretendemos coger el tren a las Blue Mountains a las cinco de la mañana. No compensa, gastarse 36 euros, para tener, que levantarse a las cuatro de la madrugada.
Voluntariamente, decidimos dormir en la estación de trenes, donde ya lo habíamos hecho con anterioridad. Muy segura y relativamente confortable, si no eres demasiado exigente.
Noche 2.- Volvemos de la excursión y vamos al hotel de siempre -el Maze-, pero se descuelgan pidiéndonos 99 dólares, por lo que otras veces habíamos pagado, 58. Indignación contenida, que se desata, cuando horas después, comprobamos en Booking, que la ofrecen por 60. Enrabietados, nueva noche en la estación, porque además, ya ha pasado la hora de la generosa cena de arroz con pollo al curry y salsa picante, que ofrecen los jueves.
Noche 3.- Bus a Melbourne. Al menos, tiene buen espacio para las piernas y el asiento reclina bien, aunque a las seis y veinte de la mañana, ya estamos en el destino.
Noche 4.- Es fin de semana y en Australia -como en Japón- los precios de las habitaciones -desconozci las causas- se multiplican por tres o por cuatro. Imposible encontrar una triste litera, en Melbourne, por menos de 63 dólares y no nos da la gana pagarlos. Lo curioso es, que a medida, que termina el día, los precios van subiendo, como si en un supermercado, los productos que van a caducar, los subieran al doble. ¡Es de locos! Dormimos de forma básica, en los asientos de una sala de espera de la estación de autobuses.
Noche 5.- Mismas circunstancias, pero con el agravante, de que hemos empleado el día entero en recorrer, la Great Ocean Road y ni hemos tenido tiempo para nada más. Otra vez y como ayer, a la estación de Melbourne, que no es tan confortable ni permisiva, como la de Sydney.
Noche 6.- Otra de autobús. Retorno a la ciudad de la Ópera y el puente.
De toda lwa vida -ya incluso, de jóvenes- y como bien sabéis, no somos mucho de hostels. Pero como ya he explicado, en Australia y para presupuestos medios -a los bajos solo les queda dormir en la calle-, es la única opción de alojamiento.
Asumido esto, lo que nos propusimos con ahínco, es pasar nuestra estancia de tres semanas, sin pernoctar en ningún dormitorio compartido. Y para nuestra alegría, lo hemos conseguido, aunque ello ha supuesto un esforzado vía Crucis, que nos ha llevado, a no disponer de una cama y una habitación, doce de las últimas veinte noches (60% del total). De ellas y por distintos avatares, seis han sido de forma consecutiva.
Un récord lamentable para unos viajeros, que no andamos escasos de pasta, pero que nos negamos, a tener que pasar por cualquier y caprichoso aro. Esbocemos, que es lo que ocurrió, para encontrarnos con los bultos a cuestas -pesan poco-, casi una semana.
Noche 1.- Los precios en Sydney no son excesivamente caros, porque estamos entre semana, pero mañana, pretendemos coger el tren a las Blue Mountains a las cinco de la mañana. No compensa, gastarse 36 euros, para tener, que levantarse a las cuatro de la madrugada.
Voluntariamente, decidimos dormir en la estación de trenes, donde ya lo habíamos hecho con anterioridad. Muy segura y relativamente confortable, si no eres demasiado exigente.
Noche 2.- Volvemos de la excursión y vamos al hotel de siempre -el Maze-, pero se descuelgan pidiéndonos 99 dólares, por lo que otras veces habíamos pagado, 58. Indignación contenida, que se desata, cuando horas después, comprobamos en Booking, que la ofrecen por 60. Enrabietados, nueva noche en la estación, porque además, ya ha pasado la hora de la generosa cena de arroz con pollo al curry y salsa picante, que ofrecen los jueves.
Noche 3.- Bus a Melbourne. Al menos, tiene buen espacio para las piernas y el asiento reclina bien, aunque a las seis y veinte de la mañana, ya estamos en el destino.
Noche 4.- Es fin de semana y en Australia -como en Japón- los precios de las habitaciones -desconozci las causas- se multiplican por tres o por cuatro. Imposible encontrar una triste litera, en Melbourne, por menos de 63 dólares y no nos da la gana pagarlos. Lo curioso es, que a medida, que termina el día, los precios van subiendo, como si en un supermercado, los productos que van a caducar, los subieran al doble. ¡Es de locos! Dormimos de forma básica, en los asientos de una sala de espera de la estación de autobuses.
Noche 5.- Mismas circunstancias, pero con el agravante, de que hemos empleado el día entero en recorrer, la Great Ocean Road y ni hemos tenido tiempo para nada más. Otra vez y como ayer, a la estación de Melbourne, que no es tan confortable ni permisiva, como la de Sydney.
Noche 6.- Otra de autobús. Retorno a la ciudad de la Ópera y el puente.