Y nuestra suerte cambió, radicalmente, cuando llegamos a la capital de Dinamarca, en una tarde muy agradable, habiendo dejado atrás las temperaturas extremas de la península. Aceras largas para el paseo en el exterior del aeropuerto, un supermercado cercano y múltiples viandas envueltas y dejadas para el consumo por las tiendas de las terminales -bocadillos diversos, enormes yogures con frutas y cereales, dulces...- hicieron, que nuestra estancia aeroportuaria fuera más agradable y que no tuviéramos, que comprar comida alguna en nuestra estancia en el país.
El aeropuerto de Copenhague se encuentra muy cerca del centro. Por unos cuatro euros, el tren te deja en trece minutos en la estación central, justo al lado del parque de atracciones de Tívoli y de la plaza del ayuntamiento, cuya torre principal está tapada por obras, como otros tantos atractivos, que han formado parte de este viaje.
No os creáis eso , de que los nórdicos son tan frugales y trabajadores. En la que dicen, que es la calle peatonal más larga del mundo y a las nueve y media de la mañana, no había un solo negocio abierto y por la tarde, también cierran pronto. Otra cosa son los supermercados, que operan los siete días de la semana y con horarios muy amplios.
No nos sorprendieron demasiado los precios de las cosas, en relación con España, a pesar de que allí, el salario medio ronda los 62.500 anuales y aquí, supera por poco los 20.000. Es verdad, que por un cucurucho pequeño de patatas al estilo belga, con salsa y un toping, te soplan diez euros, pero es casi lo mismo, que en eventos de este país y este mismo verano hemos visto cobrar por un tubérculo poco relleno de verduras y escasa carne.
El alcohol tiene precios imposibles, pero la cerveza no. Siempre, que adquieras una bebida en plástico o lata, debes pagar una elevada tasa, que se te devolverá si lo reciclas en los lugares adecuados. Por eso, siempre hay gente revisando en las papeleras y contenedores. Ocurre lo mismo, en Lituania y Noruega.
Los españoles hemos vendido mal todo, teniendo productos superiores a la pizza o a la hamburguesa, aunque las cosas están cambiando, afortunadamente. En el caso de Copenhague, triunfan los churros rellenos o no, como en Corea del Sur o en Azerbaiyán, entre otros. No es el caso de las paellas, que gracias a inmigrantes emprendedores hacen las delicias de los noruegos o australianos.
En Copenhague, ya habíamos estado en 2.005 y pocas cosas han cambiado, salvo la construcción de nuevos muelles, que permiten largos y apacibles paseos, sino fuera por las malditas bicicletas y los patinetes. Porque los ciclistas y patineteros son irrespetuosos, sinvergüenzas y agresivos en todos los países del mundo, dando igual, el nivel económico, cívico o cultural de esa nación.
Fue en la capital de Dinamarca, donde vimos más turistas españoles, de largo, en todo el viaje. La Sirenita sigue siendo igual de pequeña, que hace 18 años y aún la aminoran más, las numerosas y molestas hordas organizadas, que la rodean y asedian. Estaréis más tranquilos visitando el famoso canal principal, el Jardín Botánico y los Jardines del Rey, con diversos atractivos.
Dejo Kristiania y el barrio de la luz roja, para el siguiente artículo.
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