Todas las fotos de este post son, de Potes (Asturias)
Como ya dije en otro artículo de este
blog, Potes y la comarca de Liébana, eran objetivos largamente
perseguidos desde hace tiempo, pero bien por pereza o porque nunca
nos pillaban de paso, fueron cayendo en saco roto, durante años. Al
fin, hemos cumplido nuestro anhelado deseo y quedado gratamente
satisfechos de ambos lugares. En este post, hablamos de Potes y en el
siguiente, del monasterio de Liébana y de la ruta de las ermitas.
Si se procede de la zona oriental de
Cantabria, arribar a Potes supone entrar en Asturias, a través de la
localidad, de Panes, para retornar a la región cántabra,
disfrutando de un delicioso aperitivo paisajístico: el maravilloso
desfiladero de Hermida, que discurre junto a un pequeño y
serpenteante río, en esta época, sin mucha agua. Creo, que conducir
por esta carretera en días de lluvia, temporal de nieve o incluso,
en noches de luna nueva, debe encoger el corazón a la mayoría de
los mortales.
Decir, que en vehículo particular, a
Potes y al área más cercana de la comarca de Liébana, se puede ir
y volver en el día, desde Santander o Torrelavega, siempre que sólo
se visite el santuario y no se lleve a cabo la maravillosa ruta de
las ermitas, escarpada y cercana a este monasterio. Pero, si se está
medianamente en forma y la senda no se halla muy embarrada, merece la
pena hacerla, sin duda.
En transporte público este plan
resulta imposible, dado que los autobuses son poco frecuentes -los
ofrece la empresa Palomera- y además, parece poco probable, casar bien,
la ida y la vuelta. Esto, sin embargo, posibilita una soberana
ventaja: pasear de noche por esta localidad o tomar algo en una de
las terrazas, junto al río, se convierte en una de las experiencias
más agradables y reconfortantes, que se pueden vivir en esta región
norteña.
La desventaja principal y casi única,
reside en que los alojamientos en el pueblo son realmente caros y en
esta época -como ocurre con muchos restaurantes y otros negocios
turísticos-, la mayoría se encuentran hibernando. Una muy buena
alternativa, tampoco económica, consiste en alojarse, en Ojedo, dos
kilómetros más atrás, que esta conectada, con Potes, por una
accesible, aunque angosta acera.
La oferta gastronómica es variada y
barata, incluyendo muchas especialidades gastronómicas regionales o
de la propia comarca, como el cocido lebaniego (yo prefiero el
montañés, aunque es cuestión de gustos). Destacan los orujos de la
zona, de gran fama y aceptación y de sabores tan variados, que
algunos resultan inimaginables (por ejemplo, de mojito, como si
viniera del mismísimo malecón, de la Habana, distribuido por
empresas, como Sierra del Oso, entre otras).
El pueblo, de poco más de mil
habitantes y cuyo mercado se celebra los lunes -se vende rica
quesada, chorizo picante o quesos de la zona, como el picón-,
concentra sus mayores atractivos a ambos lados del río -separados
por tres puentes pétreos-, esparcidos por callejuelas serpenteantes
de casas, mayormente, de piedra. Preside la escena una elegante
iglesia, varios gruesos torreones y un antiguo templete de música.
Pero, los momentos más mágicos, se disfrutan en las laderas del
agitado y helado río -muchos patos, ni siquiera se atreven a meterse
y transitan por tierra firme-, tanto en la parte más elevada, como
en el estrecho paseo, que bordea la orilla.
Potes, dispone de oficina de turismo,
que permanece abierta y atendida por dos chicas, hasta incluso, un
triste domingo del mes de enero. También, cuenta con una pequeña
estación de autobuses de piedra, ubicada en la misma plaza del
pueblo. La calle principal es soportalada en su tramo más comercial. La
forma de hablar de sus apacibles gentes, se muestra híbrida, entre
lo cántabro y lo asturiano. ¡Viva el crisol!.
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