Todas las fotos de este post son de Beijing, salvo esta, de la cercana Gran Muralla China
Cuando uno viaja por China -también
sucede en India-, se siente especialmente minúsculo, dado que todo
se halla superdimensionado, empezando por las ciudades. No es
infrecuente, pasar de una de cuatro o cinco millones de habitantes, a
otra de siete o de diez. Mas, si hay dos cosas realmente enormes en
el país amarillo, esas son la plaza de Tian'anmen y la estación
central de trenes, ambas en Beijing.
La primera, se tarda en cruzar casi media hora, yendo a buen paso. Nuestros primeros recuerdos de ella no fueron muy buenos, dado que tuvimos que atravesarla, solo protegidos por un pequeño paraguas, mientras caía un tremendo chaparrón. Íbamos, además, con las mochilas a cuestas y se empapó toda la ropa. La segunda -ubicada en un bello edificio-, es como una impresionante ciudad, por la que no resulta difícil perderse o quedar atrapado entre las masas, algo frecuente en China. Si se va a tomar un tren, conviene llegar allí, con varias horas de antelación, para evitar contratiempos.
Si algo nos entusiasmó de Beijing, fueron los hutongs. Si algo nos decepcionó, sobremanera, fue la afamada Ciudad Prohibida.
Los hutongs son curiosos y entrañables, sobre todo para verlos y no para vivir en ellos. Por eso no es extraño el enfrentamiento, entre las organizaciones defensoras del patrimonio, que los pretenden preservar y sus propios moradores, partidarios de los derribos y de que el estado les de la posibilidad, de vivir en una zona residencial, a las afueras de Beijing. Mucho se habló en su momento, de que la China olímpica de 2.008 se los iba a llevar por delante. Desconozco en que proporción ha podido ocurrir esto, pero desde luego, siguen quedando bastantes. En el año 2000, había más de 4.500 de estas pintorescas callejuelas, que recorrían el viejo Beijing, alrededor de la Ciudad Prohibida.
Para
esta última, bastan apenas tres horas para recorrerla y quedar con
una sensación extraña. Y es que las edificaciones son muy similares
entre sí y no dan la sensación de rebosar historia. Han podido ser
construidos hace 300 años, como hace dos meses. Además, no se puede
ver nada por dentro, salvo fotografiar tronos desde algunas puertas y
en las pocas ocasiones que si es posible, son lugares diáfanos o de
escaso interés. Y para los pabellones del Tesoro o de los Relojes,
hay que pagar a mayores. ¡La ambición del gobierno no tiene
límites, aunque sean solo 10 yuanes por visitante. Ya está bien de
exprimir el limón!.
Desde
la Cima de las Vistas -no se comieron mucho la cabeza para ponerle un
nombre-, se disfrutan extraordinarias panorámicas de toda la Ciudad
Prohibida, además de accederse a las torres del Reloj y la Campana.
Algunos
chinos se hacen fotos en la plaza de Tian’anmen, realizando gestos
muy raros para nosotros, aunque está claro, que tienen un
significado para ellos. Esta plaza no sería la misma, si no hubieran
ocurrido los acontecimientos de 1.989, que acabaron con los tanques
en mitad de ella.
Para
entrar en este mítico lugar, que está lleno de militares y de
policía, es necesario pasar los bultos por un escáner. El centro es
una enorme explanada, mayoritariamente diáfana. Desde allí, se ven
los feos edificios laterales –monumento a los Héroes del Pueblo,
gran palacio del Pueblo y Museo de Historia de China-, además del
horrible Mausoleo de Mao y la bonita antigua estación de tren. Debe
tener el tráfico parcialmente restringido y la tranquilidad es
inmensa. Sorprendentemente, Beijing nos parece la ciudad más
habitable de China. Desde luego, mucho más que Shanghai y eso que
son de tamaño similar.
La calle comercial y peatonal por excelencia es, Wangfujing. Es muy ancha y está llena de tiendas y de restaurantes de comida rápida. Resulta muy agradable para deambular sin prisa. De camino, se puede ver la catedral. Después, es posible entrar por Gourmet street, que es una galería subterránea, donde todos son establecimientos de comidas. Hay desde un restaurante de calduverios a gogó, hasta tapas y alta cocina china. Resulta bastante barato. Nos encaprichamos de unas gambas a seis yuanes, que tienen una pinta tremenda, pero cuando ya las hemos pedido, nos dicen que para pagar, tenemos que adquirir una tarjeta, con un mínimo de 30 yuanes y dejar ocho, de maldito depósito. ¡Pues ahí se quedaron las gambitas!.
Casi enfrente, pero al otro lado de la calle, sale la del mercado nocturno –abierto de cinco a diez-, que agrupa otras dos, que se cruzan. Son estrechas, están muy animadas y plagadas de puestos de ropa y cosas variadas –caricaturas en plastilina, unas gomas muy curiosas para el pelo, con bastantes horquillas incorporadas, chinadas en general…- y comida.
Más arriba se ubia otra avenida, que cruza la calle peatonal perpendicularmente, donde solo hay puestos de comida, montados en una hilera: junto a los típicos pinchos de carne, platos de tallarines, pollo –supuestamente-, higaditos, la piña con arroz y las frutitas deshidratadas, conviven los escorpiones, ciempiés, saltamontes, estrellas y caballitos de mar, carne de serpiente, de ciervo o de avestruz…. Fritos o más bien, ¡achikcharrados!. Los vendedores son muy simpáticos, te incitan a degustar sus viandas y te permiten tomar fotos, incluso de corta distancia.
Habíamos ido con intenciones de probar algún bicho, pero estos son mucho más grandes que los que veíamos en Tailandia y se ven mucho más sus formas y detalles, así que finalmente, no nos atrevimos. Los pocos guiris que pululan por la zona, tampoco. En algunos puestos tienen el escorpión vivo y te lo hacen en directo y al instante, una vez que lo eliges. Como en toda China, sobran empleados. ¡Hay hasta seis personas por puesto, cuando las ventas son solo moderadas!.
En radical contrapunto, el siguiente paso puede ser ir a la calle Quianmen, que si de día es bonita, al anochecer es maravillosa. Se hace recomendable entrar en el restaurante del pato. ¡Es muy chulo, coqueto y huele de miedo!. No sabemos lo que valdrá comer, pero seguro, que supera nuestro presupuesto.
Si aún quedan ganas, se puede visitar el alejado templo del Cielo. Y por supuesto, en autobús, la Muralla China. Lo más fácil es hacerlo en Badaling. Los más osados se pueden acercar, a Simatai.
En
la maravillosa Beijing, supone un pequeño suplicio ir a comprar a
esos pequeños supermercados chinos. No hay casi clientes y en cuanto
entras, te empiezan a perseguir, uno, dos o hasta tres empleados,
haciéndote sugerencias sobre lo que puedes comprar y vigilándote.
Por si fuera poco, suelen tener instalada alguna cámara, pero luego
no disponen de aparato alguno para leer los precios, por lo que hacen
una suma mental y te ponen el importe final, en la pantalla de la
calculadora. Tienes que hacer un acto de fe y creer que no te han
engañado o sumar tú también mentalmente, de manera aproximada y
que la cuenta no se te salga de madre.
6 comentarios:
Próxima parada: Belfast, una de las ciudades, que más nos impactó, por su alta carga política y religiosa.
Saludos.
Una pregunta: de qué va la foto de los pies??.
Gracias.
¡qué grandes recuerdos de nuestro viaje a China!.
Gracias.
Gracias por vuestros comentarios. Espero, poder escribir otra entrada antes de nuestro viaje de Semana Santa, sobre el que al menos, habrá un post.
Os dejo el itinerario:
27 de marzo: Vallaolid-Torrelavega.
28: Santillana, Comillas y Llanes.
29: Arenas de Cabrales, Cabrales, Camarmeña y Canal del Tejo (hasta Bulnes).
30: Ruta del Cares.
31: Llanes-Torrelavega-Valladolid.
Saludos.
Eva
Yo no he estado en China pero supongo que la foto de los pies se refiere a un establecimiento donde te dan masajes en ellos.Y, como dicen que en la planta estan representados todos nuestros órganos vitales... es una forma de que te alivien dolores o malestares de cualquier parte del cuerpo.
Un saludo
Es correcto, Toño. lo que dices. Aunque, estos establecimientos son más visibles en Hong Kong, que en el resto de China (también los hay).
Saludos
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