Todas las fotos de este post son de Las Vegas (Estados Unidos)
Resulta chocante, que en la Ciudad del Pecado, donde
aparentemente, casi todo está permitido, la policía te pueda retener –e
incluso, detener, por consumir, caminando por el Srip –calle principal de Las
Vegas-, una inofensiva lata de cerveza de medio litro. Según nos explicaron los
agentes –con algo de intimidación-, la legislación es compleja, pero
básicamente, consiste en que solo se puede beber alcohol en los casinos o en el
exterior, hasta trescientos metros de estos y solo en botella de cristal. Como
en las películas, nos tocó una pareja de poli bueno-poli malo y al final,
terminaron condescendiendo y ni siquiera nos obligaron a vaciar y a tirar el
diabólico envase, en una papelera
Igualmente,
se insinúa casi como increíble, que dos personas permanezcan cuatro días en la
ciudad, sin gastarse un solo dólar en juego y se lo pasen de miedo. ¿Qué
hacíamos?. Casi tofo lo que se puede llevar a cabo allí, menos dilpidar nuestro
dinero.
Por
supuesto y, aunque la tenemos en elevada estima, no es Sin City la ciudad, que
más nos enamora del mundo. Pero, sin embargo, si solo hubiéramos podido hacer
un único viaje en nuestras vidas, este habría sido el destino elegido. ¡No nos
cabe ninguna duda!.
Deambular
por Las Vegas, provoca el mayor estado de felicidad prolongada, que haya
disfrutado jamás. Vives en tal vicisitud de ánimo, que todo lo malo, que te
puedan contar, desaparece de tu mente en un instante. Estar en Las Vegas es,
además, viajar de París a El cairo, de Nueva York a Mandalay o de Italia al
Sahara, en cuestión de minutos. Disfrutar de Las Vegas supone, a ratos,
sentirse Nocolas Cage, acelerando tu vida, entre litros de alcohol y enormes
raciones de comida rápida. Vivir, intensamente en Las Vegas, puede llevarte a
encontrar al amor de tu vida y casarte en una noche loca, por poco más de cien
dólares, en una capilla open 24 hours..
La vida en
los casinos es tranquila y agradable, entre el constante “clin, clin clin” de
las máquinas –las hay desde un centavo, hasta sumas astronómicas-, que no paran
de sonar, en ningún momento. Perder la noción del tiempo y de la hora que es,
resulta bastante sencillo, al no haber ventanas y permanecer todo siempre
igual. Ni siquiera el 11 de septiembre, los grandes centros del juego cerraron
sus puertas. A pesar –y por encima- de todo, the show must go on.
A cualquier
persona, que no haya ido o investigado, la Ciudad del Pecado la suele imaginar,
como algo inaccesible, económicamente (sólo apta para gente de posibles). Más
bien y en verdad, resulta todo lo contrario: hoteles desde poco más de diez
euros, con la habitación con baño, aire acondicionado y pantalla de plasma;
buffets variadísimos, por siete u ocho euros o de pasta y pizza, a cuatro
dólares, pudiendo comer toda que quieras; botellas de Miller de un tercio –para
mí, de las mejores cervezas del mundo- o deliciosas margaritas –coentrao,
tequila y zumo de lima-, a un solo dólar, en la barra de cualquier casino…
Y hablando
de comida, debo de romper una lanza a favor del fast food americano (al menos,
en esta ciudad). Ha sido en Las Vegas, donde hemos comido los mejores platos de
pasta o de pizza, en nuestras ya largas vidas. ¡Allí no escatiman ingredientes,
como ocurre en el resto del mundo!. Pareciera, que cada porción de las
segundas, llevara un queso entero.
Y ¿cómo
funciona así, el negocio?. Todo es muy sencillo. Se pierden las ganancias en
alojamiento, alimentación o barras de bares, pero a la vez, la oferta se
convierte en muy tentadora para los clientes. Al ser la propuesta tan global,
muchos no salen de sus alojamientos durante días, dejándose cientos o miles de
dólares en juego.
Todo está
planteado de forma muy familiar. Mientras la mujer y los niños disfrutan de
espléndidos manjares o espectáculos de todo tipo, el padre dilapida sus dólares
en las máquinas o las mesas de juego.
Si Vais a
Las Vegas y como recomendación personal, no dejéis de visitar uno a uno, todos
los casinos del Strip. En el Sahara, preguntad por Javier. Si este simpático
cubano sigue trabajando en alguna de las barras, os atenderá con mimo y os
contará todos los secretos de la ciudad. ¡Dadle recuerdos de nuestra parte!.
Además de nuestros recuerdos y
las fotos, aún guardamos otro fetiche de Sin City: más de un centenar de
pequeñas tarjetas, que desde el atardecer, te entregan, constantemente por la
calle, en las que chicas ofrecen sus servicios, de forma telefónica. Muy
ligeritas de ropa, aunque con los pezones tapados con una estrella.