Una de Bratislava, seis de Brno y tres, de Ceske Budekjovicce
A finales de los ochenta y principios de los noventa, cuando recorrimos las principales capitales de esta zona centroeuropea, todo era muy sencillo -y barato-, porque con el interrail, no necesitabas, reservar plaza en los trenes y localizar los diferentes campings, era pan comido.
Pero en esta ocasión, casi nada ha resultado fácil, especialmente, en lo relacionado con el transporte público y los alojamientos. Vayamos por partes, porque la cosa tiene su miga.
En la zona sigue habiendo tan buenas conexiones de tren, como antaño, aunque este medio es mucho más caro y más inaccesible aún, cuando se trata de trayectos internacionales, dónde los precios se disparan hasta límites insospechados. Aunque al final y para tramos muy concretos, utilizamos el ferrocarril, tuvimos que desplazarnos, mayormente, en autobús.
En este caso, los recursos son mucho más limitados, especialmente, en los trayectos entre distintos países, dónde a veces, solo circulan uno o dos autobuses al día, en ocasiones, a horarios algo intespestivos. La única nota positiva la pone la empresa Flixbus -vehiculos de color verde-, que con sus frecuentes servicios viene a tapar algunos importantes agujeros. Sus billetes se pueden comprar en las estaciones, pero resulta más recomendable descargarse la aplicación -de uso muy intuitivo-, con la que se pueden conseguir descuentos de hasta el 50%, reservando con cierta antelación. Basta con presentar el código QR, que te proporcionan, al autobusero.
Lo del alojamiento resulta aún más desesperante. Fuera de los grandes núcleos turísticos -Praga, Viena y Budapest-, es casi imposible encontrar hoteles de precio medio -baratos, ni los hay- y los pocos, que existen, dejan bastante, que desear para su precio. Por ejemplo, tuvimos que pagar 30€ por una habitación en una espartana y antigua residencia de estudiantes. Dormir en la calle o en la estación de turno, no fue un hecho infrecuente para nosotros en este periplo.
Capítulo aparte, merecen los tan de moda denominados apartamentos turísticos. No es el timo del tocomocho, pero casi. Si reservas por Booking -evidentemente-, te toman el número de tarjeta y luego, tu te las apañes para encontrarlo, porque casi nunca suelen tener un rótulo o cartel indicándolo. Muchas veces, ni siquiera los vecinos saben de su existencia. Supongo, que todo es, porque son ilegales y no pagan impuestos.
Una vez, que lo has descubierto, tendrás fortuna si hay alguien para recibirte. Normalmente, tendrás, que llamar a un teléfono o escribir un correo electrónico, que te contestarán más bien tarde, que temprano, si estás de suerte, pero tú número de tarjeta, ya lo tienen atrapado. Tal vez y si no hay más contratiempos -toca rezar-, a las seis o las siete de la tarde habrás conseguido hacer el check-in, habiendo perdido más de medio día en tortuosas y molestas gestiones.
Otra contrariedad importante -ya mencionada, en posts anteriores-, resultó ser la ausencia de aire acondiciondo en todas partes -alojamientos, centros comerciales, supermercados, estaciones, edificios en general...-, ya no solo en Hungría, Chequia y Eslovaquia, sino hasta en Austria. ¡Es que ni siquiera un ventilador al que acercar la cara y aliviarse ! A ver: yo entiendo, que hace algún tiempo por esta zona no te comieran las altas temperaturas, pero eso ha cambiado y tendrán, que adaptarse. La mayor parte del viaje transcurrió con máximas de 30 grados y mínimas de 21 y el calor en los hoteles se convirtió en toda una sudorosa pesadilla (en el de Budapest hubo, que dormir con la puerta de la habitación abierta).
Pustas tan mal las cosas, si que me gustaría destacar algo bastante positivo. En los supermercados de todos los países visitados, te dejan entrar con la mochila a la espalda y para salir, no lo haces por la caja, molestando a toda la cola, si no llevas nada de compra, sino por el medio, el mismo espacio diáfano por el que has entrado. ¡Ya está bien, que en casi todos los supermercados de España nos consideren delincuentes y seamos sospechosos de ladrones, desde el momento, que entramos!
Y algo más: fuentes de agua fresquita por todas partes, lo que contribuyó a hacer la cosa más llevadera .
A finales de los ochenta y principios de los noventa, cuando recorrimos las principales capitales de esta zona centroeuropea, todo era muy sencillo -y barato-, porque con el interrail, no necesitabas, reservar plaza en los trenes y localizar los diferentes campings, era pan comido.
Pero en esta ocasión, casi nada ha resultado fácil, especialmente, en lo relacionado con el transporte público y los alojamientos. Vayamos por partes, porque la cosa tiene su miga.
En la zona sigue habiendo tan buenas conexiones de tren, como antaño, aunque este medio es mucho más caro y más inaccesible aún, cuando se trata de trayectos internacionales, dónde los precios se disparan hasta límites insospechados. Aunque al final y para tramos muy concretos, utilizamos el ferrocarril, tuvimos que desplazarnos, mayormente, en autobús.
En este caso, los recursos son mucho más limitados, especialmente, en los trayectos entre distintos países, dónde a veces, solo circulan uno o dos autobuses al día, en ocasiones, a horarios algo intespestivos. La única nota positiva la pone la empresa Flixbus -vehiculos de color verde-, que con sus frecuentes servicios viene a tapar algunos importantes agujeros. Sus billetes se pueden comprar en las estaciones, pero resulta más recomendable descargarse la aplicación -de uso muy intuitivo-, con la que se pueden conseguir descuentos de hasta el 50%, reservando con cierta antelación. Basta con presentar el código QR, que te proporcionan, al autobusero.
Lo del alojamiento resulta aún más desesperante. Fuera de los grandes núcleos turísticos -Praga, Viena y Budapest-, es casi imposible encontrar hoteles de precio medio -baratos, ni los hay- y los pocos, que existen, dejan bastante, que desear para su precio. Por ejemplo, tuvimos que pagar 30€ por una habitación en una espartana y antigua residencia de estudiantes. Dormir en la calle o en la estación de turno, no fue un hecho infrecuente para nosotros en este periplo.
Capítulo aparte, merecen los tan de moda denominados apartamentos turísticos. No es el timo del tocomocho, pero casi. Si reservas por Booking -evidentemente-, te toman el número de tarjeta y luego, tu te las apañes para encontrarlo, porque casi nunca suelen tener un rótulo o cartel indicándolo. Muchas veces, ni siquiera los vecinos saben de su existencia. Supongo, que todo es, porque son ilegales y no pagan impuestos.
Una vez, que lo has descubierto, tendrás fortuna si hay alguien para recibirte. Normalmente, tendrás, que llamar a un teléfono o escribir un correo electrónico, que te contestarán más bien tarde, que temprano, si estás de suerte, pero tú número de tarjeta, ya lo tienen atrapado. Tal vez y si no hay más contratiempos -toca rezar-, a las seis o las siete de la tarde habrás conseguido hacer el check-in, habiendo perdido más de medio día en tortuosas y molestas gestiones.
Otra contrariedad importante -ya mencionada, en posts anteriores-, resultó ser la ausencia de aire acondiciondo en todas partes -alojamientos, centros comerciales, supermercados, estaciones, edificios en general...-, ya no solo en Hungría, Chequia y Eslovaquia, sino hasta en Austria. ¡Es que ni siquiera un ventilador al que acercar la cara y aliviarse ! A ver: yo entiendo, que hace algún tiempo por esta zona no te comieran las altas temperaturas, pero eso ha cambiado y tendrán, que adaptarse. La mayor parte del viaje transcurrió con máximas de 30 grados y mínimas de 21 y el calor en los hoteles se convirtió en toda una sudorosa pesadilla (en el de Budapest hubo, que dormir con la puerta de la habitación abierta).
Pustas tan mal las cosas, si que me gustaría destacar algo bastante positivo. En los supermercados de todos los países visitados, te dejan entrar con la mochila a la espalda y para salir, no lo haces por la caja, molestando a toda la cola, si no llevas nada de compra, sino por el medio, el mismo espacio diáfano por el que has entrado. ¡Ya está bien, que en casi todos los supermercados de España nos consideren delincuentes y seamos sospechosos de ladrones, desde el momento, que entramos!
Y algo más: fuentes de agua fresquita por todas partes, lo que contribuyó a hacer la cosa más llevadera .
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