Sobre estas líneas, un retrete de Tokyo y debajo, fotos de la misma ciudad
Normalmente, aprendo rápido, porque
me encanta observar y además, nuestro aún no tan lejano viaje a
Corea, me sirvió de nexo transmisor y de recuerdo, en nuestra
primera tarde en la capital nipona. El orden de lo contado a
continuación es, según lo fuimos viendo y no, por criterios de
mayor o menor importancia.
Empezamos descubriendo, en el propio
aeropuerto, lo confortables que son los baños de este país, con
tazas que se calientan, que emiten música o sonidos de agua
corriente para evitar los ruidos o que evacuan automáticamente en
cuanto te levantas, entre otras muchas opciones. Y, como añadido a
tener en cuenta, en el centro existen numerosos baños gratuitos y
todos se hallan inmaculados
El acoso a los fumadores es tremendo y
aceptado por los lugareños. En muchísimas calles está prohibido
fumar y marginan a quien lo hace -de forma legal y establecida-, a
callejones semivacíos y algo truculentos -para ser Japón-, donde
además, han instalado maquinas de bebidas y tentempiés para
acompañar al tabaco.
No resulta nada extraño, después de
unas pocas horas de estancia, toparse, constantemente, con operarios
o voluntarios controlándolo todo, bien sea para que no te atropellen
en un paso de cebra difícil, que no te caigas en una zanja - todos
ellos vestidos como si fueran un árbol de navidad, en este caso-,
ordenando la cola de un autobús o abriéndote los ascensores de
cualquier edificio o centro comercial.
Tokio se presenta esplendorosa, como una ciudad sin un solo papel
en el suelo, con el mérito, como en Corea, de que no existen casi
papeleras. Me toco llevar en la mano por más de treinta minutos de
paseo, un folleto publicitario. Así, que os recomiendo, no cogerlos.
¡Y más de dos horas, una lata de alubias traída desde España y
que nos sirvió de tentempié antes de empezar, a organizarnos!.
Todo el panorama de un largo paseo
está rodeado de edificios y, de repente, aparece un parque de
atracciones, un templo milenario o un jardín espectacular. ¡Es la
la leche!.
Nos extrañó, que en un país tan
avanzado, den bolsas para todo, aunque en los supermercados y en tu
cesta, puedes incluir una tarjeta prefabricada -que está disponible
en las cajas de salida- para indicar, que no la quieres. En estos
establecimientos no existen paneles para detectar los artículos
robados o portados por despiste y tampoco hay rastro de torniquetes
en el metro. ¡Se fían de las personas!.
Si quieres sacar dinero con una
tarjeta extranjera, vete a una tienda de conveniencia -abierta las 24
horas-, como el Seven Eleven y no a un banco o cajero convencional.
La tasa de cambio en los muy escasos garitos especializados resulta
nefasta.
La mayoría de las personas te da
ayuda sin pedírsela, en el momento que detectan, que tienes alguna
dificultad. Cuando se la solicitas, directamente, se vuelcan. Son muy
educados, tranquilos -aunque los hemos visto alterarse- y respetuosos
con las normas sociales, tradicionales o cívicas. Pero no bajéis la
guardia, porque también pulula algún sinvergüenza, como el que nos
intentó estafar dos mil yenes en un hostel, de Asakusa.
Pero, como perfectos no pueden ser,
apadrinan un enorme fallo: Tokio es una ciudad intransitable para los
peatones, debido a las bicicletas -sí, otra vez, los ciclistas-, que
campan a sus anchas por las aceras, cometiendo todo tipo de
imprudencias, que son consentidas y fomentadas por las autoridades,
supongo, que alegando la falta de espacio para construir
carriles-bici
Para terminar esta primera entrega,
decir, que a los tokiotas -si así se los puede llamar-, no les
gustan demasiado los perros, como mascotas.
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