Cuatro de Roma (Italia) y una, de El Vaticano (1.990)
A lo largo de casi treinta años de
viajes, ya hace tiempo, que hemos constatado, que un -o unos- mal
día, te puede arruinar el destino más apetecido o largamente
soñado. Aún, recuerdo el caluroso verano, de 1.990, cuando
realizábamos nuestro primer interrail. Habíamos visitado, Francia, Holanda, Alemania y el norte
de Italia de manera muy complaciente y relajada y descartamos Roma,
para poder acercarnos a la por entonces, costa yugoslava.
Llegamos hasta la frontera de Trieste
y subimos a un destartalado tren abarrotado -muchos catalanes a bordo, por
cierto-, donde no cabíamos casi ni de pie y en el que deberíamos
pasar más de 20 horas seguidas, camino de la enigmática, Split. Éramos demasiado
jóvenes e inexpertos para aguantar aquello, así que nos bajamos del
convoy y pusimos rumbo nocturno, hacia la ciudad eterna.
A decir verdad y a pesar de que el
tiempo todo lo edulcora, resultó una visita decepcionante, a más de
cuarenta grados, con la capital italiana vacía y con todo cerrado,
como así debe ser en agosto. “Si es, que aquí está todo roto y
medio abandonado”, nos decíamos, totalmente convencidos. Juramos y
perjuramos, que nunca más volveríamos y que en la comparativa con
Florencia, no había color, a favor de esta última y renacentista
ciudad.
Desde entonces, a Florencia sólo
volvimos dos veces y a Roma, más de quince, siendo en la actualidad,
junto a Bangkok y Calcuta, las ciudades del mundo, a las que nunca
nos cansamos de retornar -quizás también, podríamos incluir, a
Venecia y a Fez, en Marruecos- y que son, por orden aleatorio y
dependiendo del momento, nuestra segunda, tercera y cuarta casa en el
planeta..
Joyas europeas, como por ejemplo,
París, Praga, Budapest, Cracovia o Dubrovnik, nos parecieron
vulgares a partir de la tercera visita. ¡Así de triste, pero tan real!.
El ejemplo de frustración de
repetición de destino, resultó ser Varanasi, en 2.014. Después, de
que nos hubiera maravillado, fascinado y emocionado enormemente, tres
años antes, nos quedamos como vacíos y autoculpabilizados, durante
la segunda visita. Tanto, que mirar a los muertos ardiendo en la
tradicional liturgia crematoria, nos pareció tan vulgar, como
sentarnos a comer pipas en un parque cualquiera de nuestra localidad.
Una, de Sibenik y dos, de Zadar (Croacia, 1.999)
Igual -aunque con menos intensidad-,
nos ocurrió en la propia India, con lugares, como Madurai, Amber,
Margao, Agra o Udaipur. En este último destino es seguro, que
influyó mucho, estar casi a jornada completa, durante cuatro días consecutivos,
buscando billetes para escapar del país, a punto de vencer nuestro
visado de seis meses.
Pero, en muchos casos, también nos ha
ocurrido al revés: ciudades o lugares, que no nos despertaron
demasiadas emociones en el primer intento, nos llenaron de pleno en
el segundo. Por no salir, de India, cito las muestras de Bombay,
Jaipur y Delhi. Y para equilibrar todo este complejo proceso,
Puducherry, que nos provocó las mismas emociones una vez, que la
otra.
Es estado de ánimo, el cansancio, las
propias relaciones interpersonales del momento, la meteorología, el
comer bien o mal, el encontrar un alojamiento adecuado... y otras mil
circunstancias más, condicionan a cada rato, como vamos a valorar el
destino, que estamos abarcando. Se dice, que segundas partes nunca
fueron buenas, pero en el caso de los viajes, esto no siempre se
cumple, afortunadamente.
Otro de nuestros hogares
imprescindibles en el mundo, es Santiago de3 Compostela, donde
llevamos a cabo nuestro segundo viaje juntos, allá por 1.989. Allí
prometimos con entusiasmo, volver en 2.039, cincuenta años después.
Razones etílicas y gastronómicas hicieron, que retornáramos decenas de veces, aunque ya hace más de un lustro, que no pisamos por allí, porque se han subido a la parra con los precios y no hay quien los baje del burro. ¡Ellos verán!. Por nuestra parte y si la vida nos brinda la ansiada oportunidad, trataremos de cumplir, gustosamente, la promesa pendiente.
Debajo, nuestra Olympus, de 1.987, adquirida entonces, por unas 130.000 pesetas (unos 800 euros).
Razones etílicas y gastronómicas hicieron, que retornáramos decenas de veces, aunque ya hace más de un lustro, que no pisamos por allí, porque se han subido a la parra con los precios y no hay quien los baje del burro. ¡Ellos verán!. Por nuestra parte y si la vida nos brinda la ansiada oportunidad, trataremos de cumplir, gustosamente, la promesa pendiente.
Debajo, nuestra Olympus, de 1.987, adquirida entonces, por unas 130.000 pesetas (unos 800 euros).
1 comentario:
Tengo la sensación, viendo las fotos de este post y de otros vintage, publicados en este blog, que fueran más antiguas, que las que conservo de mis abuelos, hachas hace casi un siglo. Y eso, que a finales de los ochenta, contábamos con el último grito en tecnología fotografica, valorada en unos 800 euros de la época y que veis en esta última foto.
Saludos y buen día.
Publicar un comentario