Nos quedaba una última jornada, antes de poner punto final a esta aventura navideña, gobernada por el buen tiempo y que tantas buenas sensaciones nos ha dejado. Con mucha pereza, abandonamos el apartamento de más de 120 metros cuadrados, en Lecce, donde nos había dado la vida de si, incluso para poner lavadoras y cenar variado y caliente. Sin lugar a dudas y como presentamos antes de empezar este periplo, esta ciudad ha sido de largo lo mejor del viaje. Y eso, que ningún destino nos ha decepcionado.
En apenas veinticinco minutos de trayecto nos plantamos en Brindisi, donde ya habíamos estado en el verano de 1994, tras desembarcar de un enorme ferry, procedente de Patras y Corfu. No esperábamos nada de la visita, pero como pilla de paso, hacia la bella Ostuni, decidimos echarle un par de horas.
Brindisi responde a la perfección a los cánones de ciudades de tipo medio o pequeño del sur de Italia. Desgarbada, caótica a más no poder ser, sin zona peatonal -circula el tráfico en varias direcciones, incluso en la plaza del Duomo- y con unas aceras en el centro, que más bien, parecen una estrecha barra para llevar a cabo exhibiciones de funambulismo. La ciudad tiene una discreta catedral, algunas modestas iglesias y un castillo algo amorfo, que no está abierto al público, porque en su interior y como en Taranto, se llevan a cabo labores militares.
En un tiempo similar al del trayecto anterior, nos pusimos en Ostuni. Esperábamos, que Google Maps no tuviera razón, pero la tiene y el centro histórico se halla a unos tres kilómetros de la estación ferroviaria. Hay autobús urbano de adecuada frecuencia, que conecta ambos puntos, pero nosotros decidimos ir andando por la empinada carretera. Esta es irregular, teniendo arcén amplio en casi todo el recorrido. Aunque cuenta con algún tramo complicado y cierta densidad de tráfico.
Ostuni es una auténtica maravilla. Nos ha gustado incluso más, que Gallipoli y Otranto. Su mayor atractivo es la plaza de Orozno, con su iglesia, el ayuntamiento, la esbelta y estilizada columna dedicada a su titular y varias animadas terrazas con música ochentera a todo trapo. La calle del Duomo conduce a la plaza del mismo nombre, donde encajonada, se encuentra la catedral. Ya solo resta callejear por las serpenteantes, ascendentes y arqueadas callejuelas del centro y por el amplio paseo, que rodea la blanquecina y bien mantenida muralla. Nos perdimos su feria vintage dominguera, porque empezaba a las cinco de la tarde.
En Ostuni y para nuestra morrocotuda sorpresa, nos topamos con la única oficina de turismo abierta, que hemos encontrado en toda la región de Puglia.
Casi anocheciendo -lo peor, que hemos llevado en este viaje es lo temprano, que se pone el sol en esta zona y en esta época del año-, nos subimos al tren, que nos devolvió a Bari. Habíamos reservado alojamiento con la misma agencia de la otra vez, pero en este caso, nos entregaron una habitación con baño, mucho mejor, equivalente a la de un hotel de tres estrellas. En el centro y a pesar de ser día 8 de enero, aún seguían encendidas las luces de Navidad.
Bari debería servir, como ejemplo, a otras muchas ciudades mundiales: el autobús hasta el aeropuerto es urbano y cuesta tan solo un euro.
El viaje navideño de once días ha sido todo un éxito, habiendo cumplido con todos los objetivos previstos, salvo Santa María de Leuca, que no pudimos visitar por razones logísticas. En cuanto a hoteles, hemos ido de menos, a más. El transporte ha sido lo más tedioso de este periplo, teniendo, que hacer casi siempre cambios de tren o autobús para distancias muy reducidas y poniendo a prueba nuestra paciencia.