Todas las fotos de este post son, de Bangkok, menos la última, que pertenece al mercado flotante, de Damnoen Saduak
Centenares de turistas paseando en
pantalón corto o con ropajes alternativos, puestos callejeros de
noodles fritos con marisco o carne -regentados por sonrientes
chicas-, stands de insectos achicharrados en la plancha -últimamente,
ya cobran por hacerles fotos y no solo por comerlos-, tiendas de ropa
de todo tipo, Seven Eleven ofreciendo sus productos las 24 horas
-aunque desde las doce de la noche y hasta las once de la mañana y
de catorce a diecisiete, tienen prohibido vender bebidas
alcohólicas-, decenas de casas de cambio, agencias con pretensiones
y no siempre de demostrada solvencia, que te gestionan el visado
parta Myanmar o la India, falsificadores del carné internacional de
estudiante o de títulos de cursos de submarinismo, bares musicales
con terraza y chicas ligeritas de ropa y dispuestas a todo, miles de
bombillas de colores, escaparates con guías de segunda -tercera o
cuarta- mano de casi todos los países del mundo, innumerables
hoteles de categoría -fundamentalmente- económica...
Aunque -desgraciadamente para los viajeros y afortunadamente para ellos-, cada vez son menos los tuk tuks, que circulan y más los taxis -a veces, rosas-, el tráfico es ingobernable, sobre todo en la calle principal, Ratzhadamnoen Klang. La vibrante actividad urbana contrasta con la quietud de los tranquilos templos budistas, de tal simplicidad e ingenuidad, que parecen diseñados por niños. Para entrar en los edificios religiosos, hay que descalzarse. Pero, salvo guardar el habitual y requerido respeto, casi todo lo demás está permitido allí. Incluso, sentarse junto a los monjes, mientras rezan o cantan o tomar una cerveza en el exterior, sentado en la escalera. Sería larga labor detallar todos los que merecen la pena en la ciudad, pero los podéis encontrar en todas las guías.
En cualquier caso, guardad tres o cuatro días para visitar la ciudad, algo más, si también queréis acercaros al cercano mercado flotante, de Damnoen Saduak. Porque también. tendréis que acudir al Palacio Real -de bellos y apelotonados edificios, que parecen de juguete- a la vibrante Chinatown, además de a los animados mercados. El más importante y famoso es el de Chatuchak, que se celebra los fines de semana. De las dimensiones, que tiene, parece eterno y en él, se puede encontrar de todo lo imaginable, aunque no a los precios esperados.
Aunque es más modesto, nosotros nos sentimos más cómodos en el que montan todas las tardes, junto a los canales, no muy lejos de Khaosan. Hace unos años era algo cutre y se encontraban en él, auténticas reliquias del mal gusto o de la cutrez. Hoy en día, aunque no han desaparecido del todo, son residuales.
Cruzando el Chao Phraya -después de haber dejado atrás numerosos y ololrosos tenderetes de pescados y mariscos disecados-, en viejas y temblorosas barcazas, sorteando los omnipresentes y enormes hojas, parecidas a nenúfares, se llega a otros interesantes templos o mercados, que no deben dejar de ser visitados. Y por supuesto, como en el otro lado y por todas partes, los omnipresentes budas -generalmente- dorados. Desde los modelos más utilitarios, a los de varios metros de altura (en posiciones y con gesto diferente). Hay bastantes talleres, donde los hacen y tiendas, que los exponen en plena calle. No resultan difíciles de encontrar.
A Tailandia, se le conoce como el país de la eterna sonrisa. Y el dicho no exagera, ni un ápice. Ya lo constatas, desde que ingresas por el aeropuerto internacional: todo son atenciones y gestos amables. La primera palabra, que aprenderás en tailandés es, “japunja” (gracias), para poner de manifiesto el sincero agradecimiento. Son tan generosos en tratar de complacerte, que a veces, te dan una información errónea, antes de decirte, que no pueden ayudarte, sobre lo que has requerido.
De las cinco veces, que hemos visitado Bangkok, la más emotiva fue la primera. No solo por la deslumbrante novedad, sino porque el día 30 de junio, de 2.008 y de madrugada, rodeados de alemanes, que se fueron apagando con el transcurso del partido, asistimos a la conquista de una Euro. El agradable bar, donde vimos el memorable encuentro de fútbol y, tres años después, lo habían derribado. ¿Sería de propiedad teutona y no podrían con los malos recuerdos?. ¡Nunca lo sabremos!.