Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

sábado, 14 de octubre de 2017

Adiós al séptimo viaje largo. ¿Habrá un octavo?

                    Todas las fotos de este post son, de Delhi, menos la última, que es del aeropuerto, de Abu Dhabi (Emiratos)
          Que el final de un viaje largo, a India, está llegando, se detecta por unos cuantos síntomas, que cualquier indiólogo sabe reconocer. Si empiezas a pensar, que hay basura o meados, que huelen mejor, que determinados inciensos, mal asunto. Si los efluvios de los chapatis recién hechos, te dan arcadas, vete tomando nota. Y, sobre todo -síntoma principal-, si llevas varios días tirando cosas, que durante meses atrás fueron un tesoro, estás más cerca del aeropuerto, que de cualquier experiencia regeneradora o reconfortante en eeste país amado-odiado.

          Al fin, tenemos nuestros deseados boletos de vuelta, a España, vía Abu Dhabi y con solo una escala de tres horas. Llevamos ocho días en Delhi y es una experiencia, que no la recomiendo. No, porque esta ciudad no merezca este tiempo -que lo merece-, sino porque la barata vida diaria de dos guiris entusiastas, acaba siendo agotadora, psicológicamente.

          Por partes: no nos quejamos del hotel, más bien, todo lo contrario, por cuatro euros, habitación razonable -aunque oscura-, baño algo destartalado, pero sin embargo y como ya dije, un wi-fi y un ventilador vertiginosos y tremendos, que nos alivian nuestras necesidades, quitándonos el sudor y poniéndonos en comunicación con el mundo. Bueno, aunque este último, más bien y con su ruido, nos trepana nuestro cerebro, como si fuera una máquina de exprimir cocos o caña de azúcar. Siete noches aquí son demasiadas y más, con algún bichito en el colchón.

          Pero esto no es nada, comparado con las molestias que se sufren en esta ciudad para ir a visitar los distintos atractivos turísticos alejados del centro. Las clases medias van en sus coches y hacen vida familiar en torno a los distintos jardines públicos, bien cuidados y, a veces, de pago. El guiri rico, se apaña con un tuck tuck y ni siquiera cae en la cuenta de este problema.

          Pero los guiris de escaso presupuesto -como nosotros-, los indios de baja alcurnia o muchos devotos religiosos, que no van a pasearse, debemos pasar por las penalidades de los controles, bien en la estación de trenes, New Delhi, bien en el metro o donde se les ocurra, que para tales menesteres, tienen mucha creatividad. Filas separadas para hombres y mujeres y policías altaneros y descerebrados, que no dudan ni un momento en obligarte a cualquier cosa, tan sólo por poder demostrar su autoridad.

          A esto, se añaden las colas para comprar el billete, para acceder o salir, por los torniquetes o para montarte en el vagón -con mucho menos aire acondicionado, que hace tres años- y rezar, a todo el panteón hindú, para poder salir vivo de allí (mal lo llevas, sino sabes el lado de puertas, que abre en cada estación).

          Todo un despliegue patético y complejo, para hacer las cosas a lo indio: burocracia inservible, porque apenas tardan dos segundos en registrarte o en fisgar los bultos de los lugareños -así, que van a pillar-, que transportan su vida, día a día., con paquetones, que sobrepasan los 25 kilos y que portan sobre la cabeza, como si de su uso en este menester, fuera a nacer la idea brillante, que diera luz a su existencia.

          Si todo va bien, ya no tenemos, que tomar más el metro y sí el confortable transporte al aeropuerto. Y, eso, que a pesar de los insufribles agobios, hoy, volvimos al Fuerte Rojo y a la zona de la Mezquita, -la hemos visto por dentro, por primera vez y ha sido una pasada, a pesar de que nos hayan confiscado la cámara-, a disfrutar de los bazares, de los templos cercanos, de un buen biryani con pollo, de ricos lassis y sobre todo, de la gente y de su vida cotidiana.

viernes, 13 de octubre de 2017

Últimas paranoias sobre Delhi y un intento de robo

                                                          Todas las fotos de este post son, de Delhi 
         Delhi, al margen de resultar espantosa y esquizofrénica para la mayoría de los viajeros -que normalmente, afrontan como pueden, sus primeros o últimos días en India o ambos-, es la única ciudad del mundo capaz de arruinar, al mismísimo Mcdonalds. El que funcionaba, hace tres años, cerca de Connaught Place, ha cerrado y el que hemos encontrado esta tarde, cerca del Cuadrado Mágico -más bien, de la Muerte, como ya se ha expuesto-, ya hace tiempo, que chapó sus puertas. Difícil competir, con los puestos apestosos de hamburguesas de pequeña patata, que hasta los guiris nos comemos, aunque sea a regañadientes (que diferencia con la misma oferta gastronómica de otras partes del país)

          Delhi te lo da todo y con mucha generosidad. Si te alejas varios kilómetros del centro en el metro, encuentras jardines excelentes, tumbas espectaculares, fuertes, edificios oficiales... y, sobre todo, aceras.

          Sin embargo, y en las calles -por llamarlas de alguna manera-, de New Delhi, te puedes encontrar a un tipo recién salido del hospital, negociando un tuck tuck , con la bolsa de los meados colgando en bandolera; a un poli persiguiendo a un minusválido, que no tiene dedos y que presume de emprendedor, con su silla de ruedas de invención propia; una calle derrumbada, en la que unos van echando desperdicios -incluidas lavadoras- y al día siguiente, otros los reciclan; así, como hijos de puta, que aprovechando la multitud, te rasgan con un cuchillo el bolso, intentándote robar, lo que caiga.

          En Delhi y al hilo de lo anterior, fue donde nos ocurrió este suceso: -nos topamos con el lugar más desagradable de India -y ya es decir, después de más de 30000 kilómetros por el país-, que no es otro que los bajos del paso elevado, que hace de conexión, entre New Delhi y Old Delhi, donde se aglutina lo peor de cada casa, tanto del género humano, como del animal. Para el viajero, que se hospede cerca o en Main Bazar, la vida cotidiana resulta una pesadilla, agravada por el incesante calor, que fatiga a la ciudad la mayor parte del año.

           Ir a por una botella de cerveza, a la tienda del alcohol, a un restaurante local, a comer un arroz con garbanzos o a consultar precios a una agencia o a la oficina de reserva de trenes, te supone un peaje de maltrato emocional o mental de precio incalculable, que aún te dura, cuando abandonas el país.
          Aparte de la basura, los pelmas -divididos en dos, los que quieren venderte algo y los que pretenden molestarte-, los cruces de calles imposibles, los puestos móviles de fruta, verduras o ropa, voy a tratar de enumerar todas las cosas, que se desplazan por las calles y que generan una inquietud constante, dejando a los indios al margen , por ser el elemento más peligroso.

          En tan solo, diez minutos o en un cuarto de hora, te topas con: bueyes, vacas, tuck tucks, motos, rickshaws, coches, bicis, camionetas de la muerte, autobuses, perros, monos, personas con bulto enorme en la cabeza y los tirados -que no caídos- en el suelo, mendigos, policías que quieren hacer de su abuso de autoridad un arte, señoras vejestorias, que te quieren clavar en el pecho, la banderita de India para que les des una limosna...

          El viaje se apaga, muy a nuestro pesar, aunque la temperatura nos derrite. Las cancelaciones de trenes hacia el noreste son cada vez mayores y terminan con nuestro pequeño sueño de llegar a Darjeeling y Sikkim.

          Si nada se tuerce, en breve, volaremos a casa y adiós, a India, para siempre.

Tras Jammu, vuelta a Delhi, aunque no queríamos

                                              Las tres primeras son, de Jammu y el resto, de Delhi (India)
          Los fabricantes de cámaras y móviles, de Jammu, deben pasar más hambre, que sus colegas de barandillas del resto de India. Y es, que en esta ciudad están empeñados, en que no fotografíes ni uno sólo de sus templos y esta vez, no nos salimos con la nuestra. Bueno, a medias: conseguimos colar la cámara en el más importante de ellos, pero nos hicieron una desagradable encerrona a la salida y tuvimos, que borrarlas, incluso, con abúlica presencia policial.

        Los lugareños llaman a su urbe, “la ciudad de los templos”, pero resulta un poco exagerado. Además, de que se encuentran muy dispersos, son construcciones, mayoritariamente, que se asemejan a pasteles de fresa y nata, que parecen creadas para niños del parvulario. No inspiran mucho sentimiento religioso, ni suntuosidad

          Los modestos bazares, de Jammu, se muestran simpáticos, aunque carecen de la magia de los de Srinagar u otras ciudades, que hemos transitado en este mismo viaje.

          Queríamos volver, a Haridwar, para enlazar con Varanasi y Patna, pero nos quedamos sin boletos, al estar el autobús completo. Así, que sin muchas más opciones logísticas, vuelta a Delhi, en un trayecto de trece horas. Esta vez, por autopista con botes variables, donde viajando a 60 kilómetros escasos por hora, parece, que superaras los 200.
          Agradecidos estamos de no haber sufrido casi percances en este periplo norteño, sino fuera, porque el cacharro de turno, cada día es más estrecho y nosotros nos mostramos más anchos, lo que parece inexplicable, porque adelgazamos a diario.

          Los trámites burocráticos de entrada al metro capitalino, ya nos los sabemos y ni requieren, ni pasaporte, ni tampoco dinero. Solo encontrar un sitio tranquilo -mucho decir, en India, que suele ser un cutre baño de pago-, donde cambiar una botella de alcohol de su envase original, a una de refresco y poderla pasar por los aburridos controles de equipaje, que separan a hombres y mujeres. ¡Qué paciencia!.

          Delhi, resulta ser una de las pocas ciudades con la capacidad de reinventarse, cada día, para ir a peor. No han pasado ni tres semanas desde la última visita y notamos los cambios fatídicos, En la calle de la muerte, se ha producido un derrumbe o colapso por las lluvias, que la han dejado casi inhábil para cualquier cosa viviente. Pero, los del gremio del transporte siguen intentando circular por ella, como si nada y, algunas veces lo consiguen, a costa de la seguridad de los peatones, como siempre y de la suya propia.


          De camino, a Connaught Place, se ha fundid, roto o han apagado el único semáforo para peatones, que conocemos, en Delhi. Y, por supuesto, a nadie le importa lo más mínimo.

          Buscamos -después de más de setenta horas de autobús en cacharros nocturnos y diurnos- una solución para nuestras vidas y nuestro futuro en este país y creo, que podremos encontrarla. No será otro agónico bus, desde luego, pero nos tendremos, que rascar el bolsillo. Dadas las actuales cancelaciones de trenes hacia la zona de Darjeeling, sopesamos volar hasta allí, para recorrer esta zona y el estado, de Sikim y después, retornar por tierra.

          De todas formas y antes de iniciar cualquier trámite o gestión, un par de días de descanso no nos vendrán mal, a pesar de pasarlos en una oscura habitación de 300 rupias, con un ventilador sonoro, pero muy cañero y un wi-fi, absolutamente, superveloz (por una vez, os prometo, que no es ironía).

jueves, 12 de octubre de 2017

La carretera de Srinagar, a Jammu

                                                   Todas las fotos de este post son, de Jammu (India) 
         Tomamos el último bus barato del día -los hay de mayor precio, aunque ofrecen lo mismo-, para Jammu, que resulta ser aún mas cacharrónico, que los anteriores y que en esta ocasión, aglutina un pasaje más variopinto, con familias al completo, jóvenes seguidores de Bollywood, gente mayor... Existen taxis compartidos para hacer este trayecto, pero cuestan más del doble.

          Pensábamos, que lo peor ya había pasado, pero aún deberemos viajar con el corazón en un puño, durante buena parte del trayecto. El viaje comienza tranquilo y el autobús tarda en dejar las afueras, de Srinagar. Tras más de dos horas dando botes y circulando por una carretera bastante lineal, caemos en un enorme atasco en ambas direcciones y nosotros parecemos los tontos de la “highway, porque se nos cuela todo el mundo.

          Descendemos algo, para volver a subir con cierta virulencia, hasta los 3.500 metros. Retornan los desagradables precipicios, que vemos con menos detalle por ser ya de noche. De repente y al lado de un respetable y descarnado acantilado, toca control militar: no hay que bajar , no piden nada. Por si acaso, guardo la botella de ron en la mochila. Pero no están buscando borrachitos maduros. sino que están ordenando el caótico, trafico que genera un túnel -habéis leído bien-, que solo se puede cruzar, primero en una dirección y luego, en la otra. Seguimos por las alturas hasta la parada de la cena.

        En este lugar, destacan los numerosos puestos de caros frutos secos, nueces sobre todo, acompañados de los otros negocios tradicionales de estas paradas. A estos les rodean pesadísimos vendedores de alfombras y mantas, que no te dan tregua.

          Iniciamos, después , un vertiginoso descenso de más de dos horas, al abrigo de la luna llena y las escasas luces del valle, que nunca parecen acercarse, a pesar de los desniveles salvados en cada giro. De frente, un endiablado tráfico compuesto, fundamentalmente, por camiones, muchos de ellos militares. Solo vislumbro deslumbrantes luces de frente y deseo que el conductor, lo lleve mejor, que yo. Intuyo la siguiente curva -que no veo-, orientándome por los destellos, aunque a veces, me equivoco.

        Es nuestro décimo autobús, desde que salimos de Delhi, para el noroeste y van ya casi setenta horas de padecimientos, que es seguro, nunca nos volveremos a plantear en ninguna parte del mundo y menos. en esta. Para celebrar la llegada del nuevo día -justo a las doce en punto-, el conductor pone la música a tope, con una selección de canciones estilo árabe, más digeribles, que las de otras veces. Nadie se molesta -al menos, de forma expresa- y yo, que duermo en casi cualquier parte, ya he asumido, que hoy no. ¡El traqueteo resulta insoportable!.

          Entramos en otro túnel -luego vendría un tercero- y no salimos hasta cuarto de hora después. En este país hay muy pocos -de hecho, el único y último antes de hoy, fue camino de Shimla, hace más de dos semanas-, pero cuando los hacen, resultan ser a lo grande.

          Como viajan como los monos, el pasajero de atrás, extiende sus dos brazos sobre mi cabeza, provocándome un susto de muerte, ahora que ya se habían terminado las infinitas curvas y cuestas y que estaba empezando a coger el sueño.

        Llegamos con media hora de antelación, a India, digo a Jammu. Calor húmedo, hedores diversos, montoneras de basura, escombros, caos circulatorio... Adiós a un sueño de quince días, en los que conseguimos no tener ni un solo grano de bicho en el cuerpo. Y, tras doce horas en esta ciudad, ya vuelvo a padecer picores diversos. Una tortilla francesa con pan de molde, se conviertte el desayuno-recompensa, tras tanto esfuerzo y padecimiento.
          ¡No más autobuses estatales y menos, nocturnos! Aunque. ¿Qué os jugáis, a que me tengo que comer estas palabras?.

Si bebes alcohol es, que también te drogas

                                      Todas las fotos de este post son, de Srinagar
        Y después de un post tan serio -aunque necesario, para hablar de la situación actual de esta zona-, vamos con información más liviana y anécdotas varias. En primer lugar, tengo que desmentir o actualizar, lo que ya conté, narrado por otros viajeros, sobre el alcohol o la cerveza en Cachemira. Se describía toda una odisea para conseguirlos y después, incluso, del rechazo de un tucktuckero, para llegar hasta allí, por motivos de su religión, teniendo que tomar otro cacharro, indicando solo la zona. Y después de conseguido el ansiado manjar, entrar en su hotel, casi a hurtadillas y despacio, para que no sonara el tintineo de las botellas. Como historia resulta divertida y hasta escalofriante, si se le pone una buena música, pero como realidad, nada que ver.

       Vayamos por partes. Probablemente, si fuera por los musulmanes, harían desaparecer la tienda del alcohol -en realidad son tres, aunque están juntas-, pero los indios -quizás, para demostrar quien manda-, las mantienen abiertas. Eso sí, de forma discreta, ya que tú solo no podrías encontrarlas -están en los bajos del Hotel Heemal-, sino fuera porque vienen indicadas en todas las guías y porque cualquiera que te vea rondar por la zona te llama la atención, al grito de, “whine shop”. Por otra parte, los tuck tuck acercan de forma regular, hasta la puerta, a los lugareños y al guiri, que lo desee. Y, por último, la mayoría de los envases son de plástico y no de vidrio, por lo que resulta difícil, que suenen al chocar.


       ¿Os acordáis, cuando en la zona más conservadora de Malasia, os decía, que las bebidas alcohólicas estaban en la zona “no halal”, a la altura de los insecticidas, la lejía o la comida para perros? Pues aquí, han desarrollado otro concepto, realmente curioso. Piensan, que porque bebes alcohol, también te drogas y en el acceso al recinto hotelero -con un bello jardín, rematado por cantidades ingentes de escombros y basura-, te abordan varios espontáneos, que te ofrecen hachís y marihuana.

       En un día de supuesta transición, tuvimos varias anécdotas dignas de narrar, al margen de dos casi seguros atropellos (a mi pareja por la mañana y a mi por la tarde). Caminando por el otro lado del lago, llegamos a un recinto, donde se estaban celebrando dos bodas de tradición india, a las que somos invitados a fisgar, por uno de los hermanos de las dos bellísimas novias. Los hombres, pocos, se encuentran en una carpa separada y las mujeres, mucho más numerosas y divertidas, están reunidas en la otra. La pena fue, que no nos atrevimos a preguntar, si podíamos hacer unas pocas fotos.

       En el paseo principal del lago,bien concurrido, por la tarde y mientras esquivamos a los pesados de las shikkaras -barcos locales de recreo y transporte entre las casas-barcos y tierra firme-, contemplamos asombrados, una pelea de dos jóvenes a remazos, primero -algo así, como el reming catch- y luego a puñetazos. Y, a mediodía y en el bazar funcionando a medios gas -es san viernes-, contemplamos a un joven, que se cayó desplomado al suelo -desconocemos las causas- y tuvo serios problemas para poder levantarse por si sólo. Y, todo esto el mismo día y habiendo salido del hotel a las doce de la mañana...

Quien crea, que todos los nacionalismos son iguales o es un ignorante o un mentiroso (normalmente, las dos cosas)

                                                      Todas las fotos de este post son, de Srinagar (India)
          Fuera y desterrado, el mito de que es imposible encontrar una gota de alcohol, en Cachemira. La wine shop -en realidad, son tres- se ubica en un hotel céntrico -enfrente del lago- y de ella te informa cualquiera, que te vea dudar, al acercarte a la puerta. Pero de eso, hablaré en la próxima entrada, dado que ahora toca referirse a cosas un poco más serias.

          Nada, que ver, con lo que una pareja de españoles nos contaron el 2.011, donde dijeron ser perseguidos por transportistas y el propio alojamiento, por tratar de buscar y disfrutar de unas relajadas copillas. No ponemos en duda ninguna versión, pero la Lonely Planet, de 2-012 -y suelen estar poco y mal actualizadas-, ya advierte de su existencia y la ubica en el plano, inequívocamente.

          Atraídos por el fenomenal hotel de Srinagar y por la amabilidad de su propietario, decidimos quedarnos un día más en esta ciudad, sin más preocupación, que las temidas consecuencias del viernes a la hora de comer, con todo cerrado (la tienda de la cerveza abre a partir de las tres, poruqe el negocio es el negocio y más, si una minoría india trata de fastidiar, a una mayoría musulmana).

          Paseamos por el tranquilo barrio anejo al lago y descubrimos su cotidianidad: casas en diverso estado de conservación, aunque, mayoritariamente, con muy buena pinta, calles estrechas. pero asfaltadas y al amparo del mediodía y de la severa y sentida fiesta musulmana.

           Nos topamos con más gallinas, patos -lavándose divinamente,en un charco- o gatos, que con personas. Aunque las pocas con las que nos cruzamos, sienten curiosidad por nosotros, por nuestra nacionalidad -mira mira, Cachemira, nos saludan- y por la opinión sobre el latente conflicto de esta zona, aunque no hablan directamente, de querer independizarse o pertenecer a Pakistán ( en una web currada, encontrareis información sobre el tema, que se originó, en 1947).

          La presencia militar en la ciudad es evidente -hasta en el borde del lago-, pero discreta y relajada, sino fuera por las frecuentes concertinas, que rodean muchos edificios oficiales, más que por las antiguas y obsoletas metralletas, que portan los aburridos y poco beligerantes soldados.

          Tras el almuerzo, a base de samosas con garbanzos y fritanga varia -la comida en esta zona no es su fuerte-, devoramos un refrescante helado, bajo la sombrilla de un puesto, donde se venden manzanas. El vendedor capta nuestro idioma y nos aborda. ¿“spanish”? -pregunta-, cuando aquí casi nadie sabe ni siquiera, donde se ubica nuestro país-. “Yes”, respondemos. Y, sin más protocolo y en un inglés algo trabado, nos empieza a explicar, casi uno a uno, los problemas, que España, está generando, a Cataluña. Nos quedamos en shok y no sabemos, que responderle.

          Habíamos visto en la calle pintadas tímidas tipo “Cachemira, Pakistán” o “Go India, go back”, pero no creíamos, que hasta las entrañas del pueblo llano se pudiera trasladar de forma, casi muda, el conflicto, que adormecido, puede estallar en cualquier momento. En Septiembre de 2016, hubo un atentado, contra militares indios, con varios muertos. Afortunadamente, eso no frenó, que la carretera a Jammu, a donde esperamos llegar mañana, se cerrara.

           En Croacia, durante 1.999 y en nuestra primera visita, ya fuimos avasallados -de mucha peor forma, que aquí, casi violaenta-, por ciudadanos, que nos vieron con una guía antigua, de Yugoslavia o por un conserje de hotel, que nos indicó en perfecto español, que nosotros no hablábamos esa lengua, sino castellano, porque se habían otros idiomas, en España.

           De todas formas a cualquiera -aunque haya viajado bastante- le costaría entender, como en este estado conviven, casi pacíficamente, tibetanos, musulmanes e hinduistas. Con los primeros, nadie cuenta para la solución del problema y menos, estando China de por medio, que ocupa una pequeña parte de la región. Por eso y por su tranquilidad, resignación y simpatía, a nosotros son los que nos caen más mejor.