Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

jueves, 2 de febrero de 2017

Santo Toriibio, de Liébana y ruta de las ermitas

                               Todas las fotos son de Santo Toribio, de Liébana y de la ruta de las Ermitas (Cantabria)
          En esta entrada, que se va a referir al santuario de Santo Toribio, de Liébana y a la cercana ruta de las ermitas, voy a tratar de resolver todas las dudas, que nosotros teníamos, previamente al viaje. Lamentablemente, ni por teléfono, ni por internet, encontré la forma de solucionarlas, en la mayoría de los casos. Vamos a ello:

          -¿A cuántos kilómetros está Santo Toribio, de Potes?. La pregunta no es menor, si se pretende ir andando, dado que la señalización es equívoca. A la entrada de Ojedo, hay un cartel, que indica, 3 kilómetros. Pero es, que en el desvío y más de dos kilómetros después, hay otra señalización, que vuelve a asegurar esa misma distancia. Para más inri, en la oficina de turismo aseguran, que sonunos 3,5 kms., desde la plaza principal ¡De locos!.

          La realidad es, que se encuentra a 2,5 kilómetros. El primer medio, transita por una acera contigua, a la CA-185 -que va a Fuente Dé- y los otros dos, por la CA-885, cuesta arriba. De camino, no resulta mala idea echar un vistazo a la ermita de San Juan de la Casería, en la localidad de Mieses. Enlace, a google maps: www.google.es/maps/dir/Santo+Toribio/Potes/@43.1525297,-4.6562682,14z/data=!3m1!4b1!4m13!4m12!1m5!1m1!1s0xd49b40502fd4e6d:0xb1ade6de7bb01131!2m2!1d-4.6537532!2d43.1501789!1m5!1m1!1s0xd49b3da00742a67:0x8ba497584455e98c!2m2!1d-4.6237858!2d43.1535814?hl=es


          -¿Resulta peligroso subir andando al santuario?. No, porque hay muy poco tráfico, especialmente, en temporada baja o los días de diario, cual fue nuestro caso. De hecho, la carretera comarcal termina 500 metros después del monasterio, en la ermita de San Miguel, desde donde se divisan magníficas vistas de los Picos de Europa, ahora nevados. En la actualidad, la única y perseverante molestia, son las decenas de máquinas y camiones de obras, que construyen un camino peatonal, que va para largo y que bajo nuestro punto de vista, no tiene ningún sentido.


          -¿Puede cualquier persona, llevar a cabo esta ascensión, caminando?. Definitivamente, no. Hay, que estar medianamente en forma y para lo niños puede hacerse muy pesada. En dos kilómetros, se asciende desde los 291 metros sobre el nivel del mat, a los 410, lo que significa, que cada cien metros recorridos, nos elevamos, 10,95.

         

          -¿Esta cerca la ruta de las ermitas del santuario?. Sí, dado que sale de un camino anejo al propio centro religioso. Sin embargo, no todas se ubican en la misma dirección, ni se encuentran en el mismo estado de conservación, aunque han sido restauradas. Por la misma carretera y sin esfuerzo, se llega a la de San Miguel. Por la senda principal, se accede a la de Santa Catalina, tirando a la derecha y a la de San Pedro, a la izquierda (bien señalizadas). A la Cueva Santa, la Magdalena y a la de Nuestra Señora de los Ángeles, se llega por un esforzado camino ascendente y están a una distancia de un kilómetro, aproximadamente, desde el cruce de caminos ó 1,5 kilómetros, desde el santuario (mal indicadas en la parte avanzada del camino).


          -¿Está bien señalizada y resulta fácil de hacer?. Ni lo uno, ni lo otro, la verdad sea dicha. Al principio y junto al santuario, existen unos cuantos carteles informativos muy eficaces. Luego y durante el desarrollo del recorrido, hay algunos otros, pero no todos los necesarios para no confundirse, especialmente, en el acceso a la Cueva Santa


          La dificultad de esta ruta es media, cómo mínimo, por mucho que algunos tarados sin escrúpulos, os puedan asegurar, que resulta muy fácil y que hasta los niños la pueden hacer, sin mayores dificultades. ¡Nada más alejado de la realidad, salvo para las de San Miguel y Santa Catalina!. Algunos senderistas habituales se confunden, pensando que todo el mundo está a su nivel. Aunque no se muestra peligrosa, casi en ningún tramo, la ascensión se hace exigente, especialmente, si ha llovido o nevado en los día previos -cosa bastante frecuente en esas tierras- y se encuentra llena de barro.

        Decir, para finalizar, que existen otras muchas rutas por esta zona de Camaleño, que dan para que el viajero pueda asentarse, durante varios días, en Potes. Por ejemplo, una de seis horas, entre esta localidad y Fuente Dé, la ruta circular del macizo central de los Picos de Europa, el camino de Piasca o hasta la más ambiciosa Potes-Covadonga, que abarca cerca de 185 kilómetros. Para más información, se puede consultar este enlace especializado: https://es.wikiloc.com/rutas/outdoor/espana/cantabria/camaleno

Potes: una joya escondida

                                                  Todas las fotos de este post son, de Potes (Asturias)
          Como ya dije en otro artículo de este blog, Potes y la comarca de Liébana, eran objetivos largamente perseguidos desde hace tiempo, pero bien por pereza o porque nunca nos pillaban de paso, fueron cayendo en saco roto, durante años. Al fin, hemos cumplido nuestro anhelado deseo y quedado gratamente satisfechos de ambos lugares. En este post, hablamos de Potes y en el siguiente, del monasterio de Liébana y de la ruta de las ermitas.

          Si se procede de la zona oriental de Cantabria, arribar a Potes supone entrar en Asturias, a través de la localidad, de Panes, para retornar a la región cántabra, disfrutando de un delicioso aperitivo paisajístico: el maravilloso desfiladero de Hermida, que discurre junto a un pequeño y serpenteante río, en esta época, sin mucha agua. Creo, que conducir por esta carretera en días de lluvia, temporal de nieve o incluso, en noches de luna nueva, debe encoger el corazón a la mayoría de los mortales.

          Decir, que en vehículo particular, a Potes y al área más cercana de la comarca de Liébana, se puede ir y volver en el día, desde Santander o Torrelavega, siempre que sólo se visite el santuario y no se lleve a cabo la maravillosa ruta de las ermitas, escarpada y cercana a este monasterio. Pero, si se está medianamente en forma y la senda no se halla muy embarrada, merece la pena hacerla, sin duda.

          En transporte público este plan resulta imposible, dado que los autobuses son poco frecuentes -los ofrece la empresa Palomera- y además, parece poco probable, casar bien, la ida y la vuelta. Esto, sin embargo, posibilita una soberana ventaja: pasear de noche por esta localidad o tomar algo en una de las terrazas, junto al río, se convierte en una de las experiencias más agradables y reconfortantes, que se pueden vivir en esta región norteña.

          La desventaja principal y casi única, reside en que los alojamientos en el pueblo son realmente caros y en esta época -como ocurre con muchos restaurantes y otros negocios turísticos-, la mayoría se encuentran hibernando. Una muy buena alternativa, tampoco económica, consiste en alojarse, en Ojedo, dos kilómetros más atrás, que esta conectada, con Potes, por una accesible, aunque angosta acera.

          La oferta gastronómica es variada y barata, incluyendo muchas especialidades gastronómicas regionales o de la propia comarca, como el cocido lebaniego (yo prefiero el montañés, aunque es cuestión de gustos). Destacan los orujos de la zona, de gran fama y aceptación y de sabores tan variados, que algunos resultan inimaginables (por ejemplo, de mojito, como si viniera del mismísimo malecón, de la Habana, distribuido por empresas, como Sierra del Oso, entre otras).

          El pueblo, de poco más de mil habitantes y cuyo mercado se celebra los lunes -se vende rica quesada, chorizo picante o quesos de la zona, como el picón-, concentra sus mayores atractivos a ambos lados del río -separados por tres puentes pétreos-, esparcidos por callejuelas serpenteantes de casas, mayormente, de piedra. Preside la escena una elegante iglesia, varios gruesos torreones y un antiguo templete de música. Pero, los momentos más mágicos, se disfrutan en las laderas del agitado y helado río -muchos patos, ni siquiera se atreven a meterse y transitan por tierra firme-, tanto en la parte más elevada, como en el estrecho paseo, que bordea la orilla.


          Potes, dispone de oficina de turismo, que permanece abierta y atendida por dos chicas, hasta incluso, un triste domingo del mes de enero. También, cuenta con una pequeña estación de autobuses de piedra, ubicada en la misma plaza del pueblo. La calle principal es soportalada en su tramo más comercial. La forma de hablar de sus apacibles gentes, se muestra híbrida, entre lo cántabro y lo asturiano. ¡Viva el crisol!.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Comarcas del Besaya y Cabezón de la Sal

                                                 Esta y las dos siguiente son, de Cartes (Cantabria)
          Cuando éramos jóvenes y pobres, dilapidábamos todo nuestro presupuesto vital en viajes, sin que pareciera haber un mañana. Sobre todo, dedicábamos cantidades del dinero de entonces -en pesetas, claro-, a restaurantes y tabernas de copiosos y originales menús, a bares de originales tapas apetitosas y cervezas frescas o a pubs de música del momento, fundamentalmente, española y cubatas cargados.

          Hoy, siendo medio ricos y habiendo sobrepasado -seguro y en el mejor de los casos- más de la mitad de nuestras vidas, almorzamos de bocadillo, snacks o de latas de comida preparada, engullimos cerveza de litrona de plástico y optamos por transportes y alojamientos, low cost, donde ello es posible y cada vez, más frecuente (lástima, que todavía no se haya inventado el menú del día de bajo coste, aunque todo llegará y lo celebraremos con exultante regocijo).

          Para nuestra infinita felicidad, con casi todos nuestros sueños viajeros ya cumplidos y después de tres intensos periplos por España, durante los dos últimos meses, se nos ha ocurrido -nada original, por cierto-, que una vez, que hayamos realizado todos los viajes internacionales pendientes -largos, medianos o cortos-, el periplo estrella de nuestra vejez, debe consistir en un itinerario gastronómico por toda la piel de toro, ya sólo acompañados de paseos suaves y trekkings muy selectivos y no demasiado exigentes. Y es, que en la mayoría de los lugares, que hemos visitado últimamente, en Asturias, Andalucía, Murcia o Çantabria, se presentan numerosas opciones culinarias para chuparse los dedos.

                                         Esta es de Riocorvo y la de abajo, de Caldas de Besaya (Cantabria)
          Mientras ello llega a nuestras vidas -y que tarde, lo más posible-, os contamos en este post, lo que hicimos en nuestros dos primeros días por las siempre acogedoras tierras cántabras. La primera jornada, la dedicamos a recorrer la comarca del río Besaya. Teníamos previsto conocer los bonitos pueblos de Cartes y Riocorvo, pero como la senda peatonal -y ciclista- lo propicia y la temperatura también, nos acabamos acercando, a Caldas de Besaya -balneario, que no sabemos si funciona o no, aunque parece lo segundo-, Barros -mayormente, un polígono industrial horrible- y Los Corrales de Buelna, que presenta una iglesia norteña muy chula, enclavada en un extenso recinto ajardinado.
Los Corrales de Buelna (Cantabria)
          La ruta, que casi en todo momento trascurre junto al poco caudaloso río, resulta agradable y en nuestro caso, bien animada por el omnipresente sol y el crudo y descarnado paisaje invernal. No escatimamos esfuerzos tampoco, en ascender hasta el santuario de Nuestra Señora de las Caldas, ubicado junto a una residencia de personas disminuidas mentales y de una hospedería, que dispone de catering enlatado, que les proporciona una empresa del ramos, en una discreta furgoneta.

                                         Estas dos son, de Correjo y las últimas, de Cabezón de la Sal (Cantabria)
          A lo largo de la segunda jornada, nos acercamos, a Cabezón de la Sal, que dispone de una corpulenta y bella iglesia y de unos pocos monumentos más de interés, ubicados a lo largo de una exigua zona peatonal. Además, un atractivo poblado cántabro, que contemplamos y fotografiamos desde fuera, dado que a la autoridad competente no se le ha ocurrido más brillante idea, que cerrar durante la segunda quincena de enero todos los museos y lugares de visita de la comarca. Sin otra razón, como no podía ser de otra manera, que porque les ha dado la real gana.

          Por una acera, que no ofrece pérdida, ni peligro, se alcanzan los encantadores pueblos, de Carrejo -majestuosas casas de piedra y terrazas y tejados sobresalientes, impregnados de constante e insoportable olor a estiércol- y la contigua, Santibañez, de las mismas características, pero algo más pequeño. Por supuesto, todo rodeado de vacas, caballos, verde recalcitrante hasta la saciedad y montañas, para no decepcionar a nadie.


          Como premio final, tuvimos la merecida suerte de terminar la tarde y la noche, en Potes -una delicia, su relajado paseo nocturno-, donde pagamos el alojamiento más caro del viaje (40 euros y con fortuna,, porque casi todos están cerrados en esta época. Empezó entonces, la parte más interesante de esta fugaz escapada, compuesta por esta reseñada localidad, la cercana comarca de Liébana y las playas de Suances. De todo esto y con muchos detalles, os hablaremos, a lo largo de las próximas tres entradas del blog.  

Un inesperado viaje, a Cantabria, gracias a que ALSA, está que lo tira

                                           Esta y las tres siguientes son, de la comarca de Liébana (Cantabria)
          Es 31 de enero. Hace 20 grados en la calle y un sol espectacular. Caminamos carretera arriba, armados de cachivaches y de ropa invernal sobrante, tratando de acceder desde las maravillosas playas de Suances, al pueblo. Tenemos dudas, sobre como llegar y preguntamos a una chica, que viene despistada, de frente. Se trata de una amble y joven “smombie” -a la que ya, le sobran unos kilos-, que no separa los ojos de su pantalla digital y que nos responde: “mirad, yo tampoco soy de aquí y estaba tratando de aclararme, mirando el google maps”.

          Una simpática lugareña entrada en años, aunque no en carnes, que escucha la conversación, se ofrece a ayudarnos desde la acera de enfrente: “si cruzáis, os puedo enseñar un atajo, siguiendo unas escaleras, que hay aquí mismo; siempre tenéis, que seguir pegados a la pared, porque si no, os metéis en un barrio raro y así os ahorráis más de un kilómetro, hasta volver a tomar la ascendente carretera”. Así lo hacemos, con notable éxito.

                                             Las dos de abajo son de las playas, de Suances (Cantabria)
          A pesar de peinar canas hace años, yo soy mucho de tecnología y de andar todo el día con el GPS en los viajes. Sin embargo, me causa gran emoción -orgullo y satisfacción, que diría el antiguo Rey-, que aún y aunque parezca lo contrario, la forma más sencilla y eficiente de llegar de un sitio a otro, siga siendo la cálida comunicación entre los seres humanos. ¡¡¡Chúpate esa, google maps!!!.

          La verdad es, que este viaje de cinco días, a Cantabria, surgió de la nada. Retozando en el sofá mi aburrimiento, escuche uno de esos tantos pitidos, que da el móvil, cada rutinario día. ALSA nos ofrecía, viajar a mitad de precio, a un montón de destinos, pero sólo teníamos cinco horas para reservar. A duras penas, me desperecé, renuncié a ver El Intermedio, de Wyoming y compatibilicé la serie televisiva de turno, con averiguaciones varias, sobre un itinerario posible, en nuestra trillada España. Y además y como siempre, ¡que fuera factible en transporte público!.

                                                             Las dos siguientes son, de Potes (Cantabria)
          Con esfuerzo y constancia, me salí con la mía y sólo cinco minutos antes de que se acabara la oferta, reservé billetes, a Santander, ida y vuelta, a 6,5 euros, desde Valladolid. A partir de ahí, había que labrar un periplo de destinos nuevos, sobre unas bases ya hechas de siempre -mezclar ciudades, pueblos pintorescos, montaña y playas- y no era fácil, porque en Cantabria, ya hemos estado muchas veces.
Las tres siguientes son de la comarca, del río Besaya (Cantabria)
          A Potes y al monasterio de Santo Toribio, de Liébana, le teníamos ganas desde hace mucho tiempo, pero o siempre nos pillaba a trasmano o nos daba pereza, porque se encuentra alejado de cualquier ruta. Baste decir, que se hace necesario entrar en Asturias -vía Panes-, para volver a Cantabría, por el bonito desfiladero de La Hermida. La información práctica existente en internet, sobre esta ruta es escasa, confusa y muchas veces, equivocada. Así, que a ver, si en un próximo post, aporto algo de luz.


           Eso sí y como cabía suponer, en la red no hay ningún problema para encontrar detalles sobre los frascos de anchoas, de Santoña -a más de 40 euros el kilo- los caricos -finas y suaves alubias rojas- con chorizo, el cocido montañés, el lebaniego o la carne de tudanca (raza de vaca algo oscura, aunque parece, que muy rica). Porque a la hora de subir cuestas o callejeear, hay muy pocos voluntarios, pero a la de yantar, son multitud, los que se apuntan.
Carrejo (Cantabria)
          La cuestión “pueblos con encanto”, parecía más difícil, aunque es verdad, que en la cornisa norte de España, lo son, casi todos. Optamos por la comarca del Besaya, que acoge bonitos destinos, como Cartes o Riocorvo. También por la de Cabezón de la Sal, con pintorescos enclaves, como Carrejo y Santibañez, donde un domingo cualquiera y como hace décadas, la gente vestida para la ocasión, sigue reuniéndose delante de la puerta de la iglesia -muy chula y norteña, por cierto-, después de misa, para debatir sobre asuntos de interés particular, general -las menos veces- o poner a parir a todo lo que se mueve (las más).
            A continuación, tres de Cabezón de la Sal (Cantabria)
          Quedamos tentados, de acercarnos, a Liérnagues, pero ni la logística, ni las ganas de más de lo mismo, ni la economía, nos echaron un capote.

          En cuanto a playas, quedamos maravillados, arribando a Suances y a Tagle (lástima, que no nos dio tiempo a llegar, a la de Santa Justa, a unos dos kilómetros de esta última). La de la Concha, muy tranquila y donde para que te cubra, debes caminar hasta aburrirte, destinada para mayores y familias poco activas. La de Los Locos, para surferos y gente más activa. Y la del Tagle -o del Sable-, para bañarse en aguas algo bravas y en un agradable y rocoso entorno. Siempre, las arenas doradas y finas, ¡lo que resulta una delicia!.

          Para finalizar, decir, que aunque compramos billetes, a Santander, nunca llegamos a dejarnos caer por esta ciudad. Establecimos, como centro base principal, Torrelavega, donde encontramos un alojamiento muy barato (hasta hicimos la ruta del Colesterol, en esta ciudad, que es más esforzada y tediosa de lo que a simple vista, parece).



          Nos surgieron muchas alarmantes dudas, sobre si podríamos abordar el regreso, desde esta parada intermedia, sin avisar a la compañía de autobuses. Nos arriesgamos y no hubo más problemas -afortunadamente-, que en ALSA están implantando una nueva tecnología de control de pasajeros, que de momento, da demasiados quebraderos de cabeza a los conductores, por estar en fase de experimentación.

viernes, 27 de enero de 2017

A la espera del muro de Trump, las fronteras terrestres nunca fueron demasiado peligrosas

                                                                         Iglesias del Tigray (Etiopía)
          La verdad es, que cuando empezamos a viajar, hace casi ya tres décadas, una de las cosas, que más miedo nos daba al imaginar nuestros soñados periplos por el mundo, eran las fronteras terrestres entre determinados países -supuestamente, inseguros-, llenas de maleantes profesionales, buscavidas intimidadores, gentes de mal vivir, cambistas sin escrúpulos, policías corruptos de uniforme viejo y holgado, militares prepotentes de mirada asesina, aduaneros extorsionadores...

          Tras todo este tiempo “on the road”, es cierto, que algo de eso hay, aunque en dosis muy justas, afortunadamente. En las fronteras “trabajan” gente de todo tipo y aventuras puedes vivir -faltaría más-, pero estoy en condiciones de asegurar, sin equivocarme, que si te muestras firme, normalmente, te respetan, te sonríen y hasta te admiran. Pareciera ser, que existiera un código no escrito de elegante combate incruento, que premia a quien es más hábil o experimentado.
                                                                                                        Puerto Iguazú (Argentina)
          Igualito, que moverse hoy en día, por nuestro desconcertante, destartalado y agresivo país, donde el más energúmeno, despiadado e inconsciente, siempre tiene razón y encima, saca pecho a cada rato:

          Conductores desquiciados, que casi te atropellan -o te atropellan- en los semáforos intermitentes, para tener que parar, veinte metros después; ciclistas de las aceras -los más mal educados de la galaxia-, que te perdonan la vida -en el doble sentido, de no arrollarte o no agredirte-, mientras circulan contestando mensajes de whatsapp; paseantes nocturnos de minúsculos perros de correa larga de dos metros, que después de que te tropiezas con ella y casi te matas, te perdonan la vida; twitteros acosadores de tres al cuarto, de vida real inexistente y/o amargada; vendedores despiadados de lo invendible o de lo innecesario... Por no hablar del gobierno, de hacienda, de la UE... Todos, todos y todos, resultan bastante peores y más impíos y crueles, que el engranado ecosistema de las fronteras terrestres (¡habrá excepciones, porque no conozco todo el mundo!).
Khota Khota (Malawi)
          Dicho todo eso, analicemos algunas de las cosas, que te pueden pasar en las fronteras terrestres (también, a veces y si no llevan visado, en las aéreas):
Machu Pichu (Perú)
          -Policías corruptos: Pues mirad, que en mi dilatada experiencia viajera, tendría que hacer memoria para encontrar alguno. Yo intuía, que en África, Sudamérica y Centroamérica nos iban a freír a sobornos descarnados y nada de nada. Bueno, salvo en la frontera entre Zimbabwe y Zambia -la de Kariba-, donde la vil encerrona se encuentra asegurada. En realidad, nuestros mayores problemas fronterizos, los tuvimos en los países del este, a finales de los ochenta y principios de los noventa y todavía hoy en día, en la frontera entre Bulgaria y Turquía.
Poipet( Camboya)
          -Funcionarios de fronteras pesados/repelentes/burócratas/inquisidores... Sí, claro, que existen, pero no en mayor proporción, que en la burda vida cotidiana de cualquiera. En Hispanoamérica, por aquello de que te entienden sin esfuerzo, oscilan entre graciosos, estrictos y tocahuevos. En India, Bangladesh o Indonesia, pueden llegar a desesperarte, pero en estos casos no se trata de nada personal y basta con mantener la calma y armarse de paciencia.

          -Aduaneros: Intentos de extorsión leve -tabaco o alcohol, por el morro-, alguno tuvimos, pero son insignificantes y anecdóticos, después de tantos años por el mundo. También, lo de pedir pequeñas cantidades en concepto “de no se sabe”, por ejemplo, en la frontera, entre Guatemala y México. ¡Nada frustrante, pasados diez minutos!.
                                                                                                           Cataratas de Iguazú (Brasil)
          -Militares, que se aprovechan de su condición. Conocemos algunos casos de viajeros, que nos reportaron este problema, con consecuencias leves, pero nosotros nunca padecimos esta humillación, por suerte

          -Buscavidas: Bueno. Eso depende, de lo transitada, que sea la frontera en cuestión, pero haberlos, haylos, sin duda. Si uno da a entender, que sabe de lo que va el tema, la relación es cordial, haciendo pequeñas concesiones. Es el caso de vendedores, tramitadores de papeles, que puedes hacer tu sólo, taxistas, comisionistas de yo que sé... Es más, muchas veces, hasta te resuelven la vida, de verdad. Es el caso de los cambistas, en los numerosos lugares donde no existen oficinas de cambio, que aprecian tus dólares o euros, como si fuera oro.
Yogakarta (Indonesia)
          Aunque, ya me voy perdiendo en mis oxidados recuerdos, quizás, la frontera más tragicómica, que encontramos jamás, fue la de Aranya Prater (Tailandia), con Poipet (Camboya). Extorsión en el precio del visado, pero negociación posterior, porque no teníamos moneda local suficiente. Transportistas canallas y mentirosos, pero con una sonrisa en los labios, mientras hombres sin expresión facial, hacían de bueyes humanos, arrastrando pesados carros de soporte alargado y manejo, casi imposibles. Y sobre todo, el contraste de los lujosos casinos, con la mugre, los barros hediondos, las hogueras de basura, las edificaciones corroídas, las gentes vagabundeando sin rumbo....


          Habrá, que ver, si sale adelante lo del muro, de Trump, para seguir hablando de fronteras. Pero, yo ya he apostado un euro en las casas de apuestas, a que ese señor no dura ni un año, como presidente.