Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Más curiosidades sobre Corea del Sur, mientras el viaje agoniza


                                                                      Todas las fotos de este post son, de Seúl


        El viaje va agonizando, pero lo hace con gusto y con nuestra inestimable complacencia. Ocurre siempre lo mismo -afortunadamente-, en estos viajes cortos, que tan abruptos resultan, a veces. Normalmente, llegas al nuevo país y te sientes desbordado. Debes adaptarte a innumerables cuestiones logísticas, que desconoces -hay poca información sobre Corea del Sur y en Valladolid, ni siquiera encontramos la Lonely, en inglés- y te maniatan durante las primeras horas.


          Como ya hemos narrado pormenorizadamente, el primer día en Incheon y el segundo, en Seúl, fueron durísimos, mentalmente. En este sentido y para nuestro bien, la segunda parte del viaje ha sido más complaciente, aunque en lo físico nos ha castigado mucho , dado que llevamos cuatro días subiendo montes y montañas, en busca de naturaleza, budas, templos y quema de adrenalina. Con tantos animales, plantas, ruinas y demás, hemos perdido un poco de perspectiva, sobre lo que nos apasionaba las primeras jornadas de este trepidante viaje.

          La gente en provincias es algo más previsible, conservadora y discreta, que en Seúl, ciudad cosmopolita por antonomasia. Aún así, encontramos cosas, que nos siguen sorprendiendo. Por ejemplo, la forma en que los jóvenes usan la cámara de fotos de su teléfono, como espejo para peinarse y ponerse guap|@s (no tardará en llegar a España). En este sentido, Corea es una avanzadilla tecnológica, con tablets y móviles de gama media/alta. a precios de risa (lo único barato, aquí).

          Hace unos pocas jornadas, bromeaba con que un móvil costaba menos, que un kilo de carne de ternera. Casi acierto: viene a ser lo mismo, que dos kilos: unos 40 euros. La gente, que como zombis mutantes , va mirando sus teléfonos por la calle, cuadriplica a la de España, lo que augura un futuro mundial muy pesimista. Los que mandan estarán tan contentos, con que cada vez más gente incauta y despersonalizada no mire más allá de la pantalla de su smartfphone.

          Otro tema, que nos llama la atención es, el de la comida. Un país con una renta per cápita bastante mayor a la de España, donde no se tira ni un sólo alimento (no hallamos nada por la calle o en contenedores y papeleras). Ayer, de un vehículo de reparto, se cayo una caja de kakis y el transportista, desazonado, se la jugó entre el trepidante tráfico, para cogerlos uno a uno del asfalto. En las mesas de los infinitos “food court” -patios de comidas- o en las de los “fast food”, no hay ningún resto dejado por los comensales, quejumbrosos o deshambriados. No tiran ni los caldos de las diversas cocciones. Si cuecen setas, pollo o calamares, por un lado te darán el producto seleccionado y por otra parte, en un vaso, su jugo, sin sal (la cocina coreana utiliza muy poco este ingrediente, salvo para el kinchi o productos marinados o en salazón).

          Otra de las cosas pujantes, que a no tardar mucho veremos en España, son los semáforos en el suelo (muy chulos). Se trata de una fila de baldosas luminosas , delante de la calzada, que muestra el color del semáforo -rojo, verde o parpadeante, cuando cambia de uno a otro-.

          La verdad es, que en una estancia corta en Corea del Sur -salvo el precio de los alimentos-, no te jode casi nada. ¡Hasta llueve suave durante horas, para que no te mojes mucho durante tus excursiones!. Baste decir, que lo único que nos ha rallado en la última semana, es que los buses locales exijan un precio exacto -normalmente, 1500 wons por persona-, que hay que meter en una urna, situada al lado del conductor, que va encerrado y sólo se ocupa de conducir el vehículo. Si no lo tienes justo, pierdes la vuelta, al igual que ocurre en países, como Singapur.


domingo, 29 de noviembre de 2015

Esforzadas y gratificantes caminatas, templos, tumbas y budas

                                                           Todas las fotos de este post son, de Gyeongiu (Corea del Sur)

          Apuramos el viaje. Dieciocho días pasan a distintas velocidades, como ocurre con la propia vida. La primera mitad del periplo da mucho de si y después, los días parecen escaparse entre los dedos, sin poder remediarlo.

          Parece, que fue hace unas horas, cuando llegamos a Gyeongju y ya llevamos tres días, subiendo esforzados montes y contemplando paisajes, budas y templos de diferente linaje y estado de conservación. Hoy, la climatología nos ha hecho la puñeta, pero aún así, hemos cumplido nuestros planes de visitar un bello templo y una gruta artificial erigida en honor, como no de Shiddhartha.


          En esta ciudad, para ir a todo lo interesante, hay que ascender, esforzadamente, hacia arriba, poniendo en prueba nuestras capacidades físicas. En Gyeongju, encontramos multitud de tumbas curiosas y en los montes adyacentes, también. Las hay de proporciones desproporcionadas, del tamaño de una montaña, con perfecta forma convexa y cubiertas de hierba. Las más modestas son mucho más pequeñas, están en lugares más apartados y tienen – no siempre- lápidas muy discretas.


        En este agradable lugar, henos encontrado el mejor hotel del viaje, a un precio razonable (23 €). Dueño amable, habitación impecable con baño, más de diez productos de higiene, café, agua y refrescos gratis, cama con calefacción incorporada -muy típico de aquí, hasta en los alojamientos más básicos-, wi-fi, televisión, ordenador personal de uso libre y de última generación... Después de casi ciento treinta países visitados, hemos descubierto el hotel perfecto, casi donde menos lo esperábamos.



          Antes de volver a Seúl, a matar esta deliciosa aventura, mañana pasaremos por la impersonal -eso dicen- Daegu. Aquí, hemos comido un poco peor o mejor dicho, mucho más repetitivo. Y encima, nos ha tocado pagar, porque los supermercados son muy básicos y no ofrecen degustaciones. Sopas del Seven Eleven, a 90 céntimos y salchichas rebozadas y pescado procesado coreano, a unos 40 céntimos la pieza. ¡Al fin, encontramos buenos precios para yantar!.

Busan: el mejor mercado de pescados y mariscos de Corea del Sur.

                                                        Todas las fotos de este post son, de Busan (Corea del Sur)

          Para ir a Busan -la segunda ciudad más poblada del país-, lo mejor es tomar un confortable tren nocturno, que va lleno, aunque sin jaleo, porque esta gente es relativamente tranquila y muy civilizada. Son las cuatro y cuarto de la mañana, cuando llegamos a la estación ferroviaria, después de que no nos pidan los billetes y entretenemos el tiempo, sesteando junto a los apacibles mendigos y trasteando con el wi-fi gratuito de esta terminal. Elegimos este lugar, porque los sin hogar tienen experiencia en estas lides y es donde mejor hace y menos aire corre en esta enorme terminal. Nadie nos molesta o pide explicaciones.

          Una vez amanece, cargamos con los bultos hacia el mercado de pescado y marisco -a unos tres kilómetros- más fantástico, que hayamos visto jamás. Es tanto interior, como exterior y parece infinito (o al menos, nosotros queremos, que no se acabe nunca). Abarca centenares de especies -algunas desconocidas para nosotros- y desarrolla todas las formas de negocio: el pescado y mariscos vivos, que permanece sumergido en piscinas burbujeantes; el ya muerto, pero fresquísimo, destacando sables y pulpos gigantes; el ya preparado en salazón o disecado; el marinado, tratado y confitado y por último, el frito y el asado, de los que te puedes meter una buena ración, al precio de 7.000 wons (unos 5,5 euros).

          Después de casi dos horas dando vueltas, nos encaminamos hacia la famosa torre de Busan, que se ubica en una gigantesca y jovial explanada, rodeada por todas partes de enamorados, que han anudado sus candados en las barandillas que rodean el mirador y que rinden pleitesía al banco del amor, un hortera y alargado asiento, coronado por un corazón, donde se hacen fotos y selfies poco originales. Puedes subir hasta lo más alto de la torre para tener una vista de la ciudad y de su bahía.

          Cerca, se halla una animada zona comercial semipeatonal, donde muchos vendedores tratan de vender su género, metiendo mucho ruido desde la megafonía. Frente a la estación, Chinatown -es como si pusiéramos un little Portugal, en España-, donde ejerce su actividdad una poco molesta prostitución y encontramos además, decenas de restaurantes y alojamientos.


          Son bastante más caros, que en Seúl y algo desconcertantes. Sus gestores no tratan de hacerse entender y te repiten hasta la saciedad la misma frase, en veloz coreano. Cuando les pedimos, que nos escriben el precio en números legibles, ponen 30.000 wons. Aceptamos y subimos, pero ahora nos solicitan 10.000 más. Y así, en dos lugares distintos. Naturalmente, nos fuimos de ambos. Al final, pagamos 40.000, pero en un establecimiento de mucho mayor categoría

          A las afueras de Busan, coexisten un fantástico templo y un esforzado ascenso hasta la puerta norte de la fortaleza. Es domingo y jubilados pertrechados de bastones, polares térmicos, botas de montaña y demás equipación, junto con mochilas de más de cien euros, parecen que se disponen a escalar el Himalaya. Aunque, en cierta forma física, si debe uno de estar para no sufrir mucho.

          Dejamos Busan, entre conciertos locales -muy malos, pero muy concurridos, quizás por el aburrimiento general de la ciudad- y degustaciones en los supermercados -deliciosas las de carne- y paseos y más paseos, dado que debemos pasar noche en la estación, debido al ya mencionado caro precio de los hoteles.

          El viaje avanza deprisa y ya hemos traspasado la línea del ecuador. A estas alturas, ya nos sorprendemos menos de todo lo que nos rodea y estamos hartos de los giliguardias -personal, que regula el tráfico en lugares inútiles, generalmente en los accesos a los centros comerciales-, las giliescaleras -donde no cabe un pie ni de perfil-, y de la gililluvia -que en el País Vasco de llama chirimiri y en Asturias orballu-.

          También odiamos las gilifuentes. Me explico. En casi todos los lugares imaginables de Corea del Sur -fundamentalmente, en los grandes almacenes-, se dispone de fuentes de agua potable y fría o caliente. En vez de ofrecer vasos normales de plástico, te obsequian con conos de fino papel. El agua acaba en todas las partes del cuerpo, salvo en la boca.


          Gyeongiu nos espera, en lo que serán tres días de naturaleza, senderismo, templos y budas.  

sábado, 28 de noviembre de 2015

Seúl: la ciudad de las mil caras

                                                           Todas las fotos de este post son, de Seúl (Corea del Sur)

          Seúl nos recibió con olor a castañas asadas -más puestos, que en cualquier ciudad de España-, lluvia suave, fresco soportable, el suelo lleno de hojas y un precioso paisaje otoñal provocado por el ocre de los árboles. Aunque es 8 de noviembre, los numerosos grandes centros comerciales ya exhiben -en forma de poderosos, creativos y caros montajes de luces-, toda su artillería de Navidad. Son budistas, pero no tontos y aquí el negocio no esta reñido con la religión.

          A pesar de un marco -aparentemente- tan poco agresivo, nuestras primeras sensaciones fueron de rabia incontenible, materializada en alargadas uñas y afilados y virulentos dientes. Parecía que, incluso, viajeros avezados como nosotros, nos íbamos a rendir y a tirar la toalla.


          Por resumir, nos hundimos y levantamos varias veces, a lo largo de la mañana, el mediodía y parte de la tarde. Al principio, la ira -no sé de donde sacamos la fuerza necesaria para sentirla, después de dos noches de avión y una de aeropuerto-, nos hizo pensar: “para quien venga virgen a Asia, este puede ser un país exótico, pero para nosotros es más de lo mismo”. Todo nos salía mal (ver este post, ya publicado: http://destinodesconocido.blogspot.com.es/2015/11/kaos-y-konfusion-la-koreana-un-mal.html)

          Que si puertas chinas por aquí, que si mercadillos diurnos y nocturnos por allá. Quizás, todo un poco más civilizado, que en el sudoeste asiático, pero más de lo mismo. Tengo la virtud o defecto, de que no me muerdo la lengua, pero también sé rectificar a tiempo. Para mi, ambas características son buenas. El problema es el tormento, que puedes crear, a quien te acompaña.

          Tras cuatro días, hoy abandonamos Seúl -volveremos al final del viaje otro par de días-, esta ciudad, que sin demasiado derroche emocional, hoy colocamos entre las tres más agradables, de Asia.

          Ha llegado el momento de dejar de contaros nuestras opiniones, venturas y desventuras y de describiros Seúl, por si os da por venir por estos lares.

          La mejor zona para hospedarse, si vuestro presupuesto es económico, es la de la estación de ferrocarril -alojamientos correctos, desde unos 24 €- y a tiro de todo andando, como máximo a una hora: puertas de las murallas, palacios varios, barrio tradicional, tumbas, parques, zona de la torre de Seúl y varios y acogedores mercados nocturnos y diurnos, además de los centros comerciales y el extenso sky line. Un poco más lejos y cruzando el río, se hallan varios barrios residenciales -confortables, pero anodinos- y otro área más animada, que acoge el recomendable mercado de pescado.

          La cualidad de Seúl, en relación con otras emblemáticcas ciudades asiáticas es, su eclecticismo. En el paseo del recinto Cheonggyecheon, padres, niños y turistas, disfrutamos de un arroyo reconvertido en parque temático infantil, especialmente disfrutable al caer la tarde. En Namdaemun, junto a la estación, recetas asiáticas tradicionales conviven, junto a un mercadillo de ropa de poco fuste, calzado y cachivaches varios (muchos de ellos inservibles). Pero el ambiente es tranquilo -aquí no te dan la brasa- y entrañable.

          Los europeos residentes y algunos viajeros, se decantan por la zona de Itaewon, una especie de barrio internacional, donde hay boutiques de todos los países del mundo y restaurantes de cocina de cualquier parte del globo terráqueo. Hay más guiris aquí, que en todo el resto de Corea del Sur.


        Las niñas guapas -pocas- y gente de clase media, se mueven por la zona de Myeongdong, em torno a la catedral cristiana, donde todo cuesta el doble, pero es más cool. La oferta culinaria es realmente interesante y cuidada. La clientela es numerosa, pero la eficiencia coreana puede con todo.

          Queda la zona de Insadong, cercana a un famoso y bellísimo templo budista, donde se exhiben decenas de flores diferentes, utilizadas para las ofrendas. Se muestra muy bien habilitada, pero en decadencia de público. Antes era feudo de libreros , anticuarios y artesanos, pero hoy está muy diversificada.


          A nosotros -no tenemos ya remedio-, la que más nos gusta, es la de nuestro hotel, al otro lado de la estación de trenes. Engloba un reducido núcleo de bares de comidas y pubs, donde oficinistas frustrados buscan encontrar sentido a sus vidas y ahogar el estrés en unas botellas de soju. La gran lástima es, qie nosotros no podemos permitirnos desconectar, como ellos: un platillo de comida cuesta siete euros y una cerveza de medio litro, la aterradora cifra de seis. ¡Porca miseria!.

viernes, 27 de noviembre de 2015

¿Son máquinas de trabajar los coreanos?

Todas las fotos son, de Seúl (Corea del Sur)
          Corea del Sur tiene fama de ser uno de los países más trabajadores del mundo. ¿Lo son?. Es imposible responder a esta pregunta en cinco días, que llevamos de estancia en el país, pero sí voy a dar algunas pistas sobre este asunto, basadas en lo que estamos viendo con nuestros propios ojos. Vamos allá.

          Que Corea funciona a dos velocidades es evidente, ya que alberga la sede central de varias multinacionales importantes (Samsung, Hyundai, LG, la desapaarecida Daewoo...). Debe haber una clase próspera importante, dado que el nivel del vehículo medio y de la calidad y servicios de las urbanizaciones satélites al centro, son mejores de los que disponemos la clase media española.

          Esto se reafirma, teniendo en cuenta, que sólo la alimentación es entre un 40% y un 300% más cara, que en España y son centenares de carros -en supermercados, que mantienen abiertas 30 cajas a la vez- los que salen lleno de alimentos y bebidas, con tickets, que rondan los 200 ó 300 euros.

          Por otro lado, existe y es muy visible en las mañanas de Seúl, una numerosísima cantidad de ejecutivos y oficinistas de medio pelo y traje desaliñado, que comparten los escasos lugares donde se puede fumar en la calle y que parecen llegar más ajustados a fin de mes, pero manteniendo el tipo y la dignidad.

          En cuanto a la otra y numerosa Corea, nosotros la dividimos en dos. Los que no han tirado la toalla y trabajan de sol a sol en su puesto callejero o tirando de un pesado carromato y los que comparten los subterráneos de las decenas de salidas del metro, a partir de las ocho de la tarde. De día no se les ve y donde estarán, resulta para nosotros un misterio

          Sobre los miles de trabajadores, que prestan sus servicios en los centros comerciales y las exigentes firmas internacionales, no os puedo decir, pero al menos están amparados por convenios colectivos, que les respetan sus días de fiesta (que no es poco).

          Vayamos avanzando. En cuanto al mito de que en Corea, todo funciona a todas horas , no hay nada más alejado de la realidad -si excluimos las tiendas de apertura continua-. La mayoría de centros comerciales no abren hasta las 11 ó 11:30 y no cierran demasiado tarde.

          Y ahora, volvamos al principio: ¿trabajan mucho y son productivos los surcoreanos? Sinceramente, creo que si. Por ejemplo, esta mañana una chica, sin saber mucho inglés, nos vendió dos billetes a Busan, en unos 45 segundos. La cola echaba humo e iba a toda velocidad. La gestión en las oficinas de turismo es esmerada, brillante y veloz, como en ningún otro país del mundo. Iguales noticias ofrecemos, para otros servicios necesarios para el turista, como atención en hoteles y restaurantes.

          Y para finalizar, centrémonos en lo que más conocemos: los supermercados.

          Para empezar y en las cajas,vemos a los mismos empleados por la mañana. que por la tarde y no cierran a mediodía. Lo mismo ocurre con los reponedores y las promotoras de las degustaciones. A pesar de que hay 30 puntos de cobro abiertos y una cola de cinco o seis grandes carros de media por cada uno, las estanterías se hallan perfectamente repuestas y frenteadas y el tiempo de espera en la linea de caja no supera los tres o cuatro minutos. Las cajeras, que nunca se equivocan, no hablan con los clientes -salvo para preguntar, si quieres bolsa- y no levantan la cara de la pantalla y del cajón del dinero, parecen robots humanos impertérritos e impasibles. La mercancía es deslizada por la cinta con guante de seda.

          A ojo de buen cubero y sin exagerar demasiado, el supermercado de la estación de trenes central de Seúl, debe vender en un día cualquiera, lo que los siete Mercadonas más rentables de España. No saben improvisar, pero no hace falta, porque todo está calculado al milómetro.


          Estos son los hechos, los juicios los dejo para vosotros, ya que ni los tengo claros -me faltan datos- y además, me da pereza. Se me olvidaba un dato organizativo curioso: ¡no se cuenta el dinero de la caja!. Coges tu cajón y te piras, llegando tu compañera con el suyo debajo del brazo. Algo así, como el cambio de neumáticos en la Formula 1. ¡Flipante!.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Primeras impresiones de Corea y de los coreanos

          Desde luego, comer gratis todos los días, debido a la malicia española y a la candidez oriental, es lo que más nos ha sorprendido de esta fantástica, pero poco improvisadora gente.
Esta y la siguiente son de Seúl (Corea del Sur)
          Contemos otras visiones de estos primeros días -positivas y negativas-. Los coreanos tienen fama de que cobran por todo, como los chinos, pero eso no es verdad: todos los baños del país son gratuitos -muy bien acondicionados y numerosos-, cuentan con papel higiénico, jabón líquido, secamanos eléctricos y permanecen inmaculados. Además, existen numerosos templos, palacios, jardines y lugares de interés sin coste alguno para el viajero.

          En las calles de Seúl, Busan o Daegu hay Iphones o Galaxys -de los de 700 euros- puestos sobre una mesa en la calle, a la puerta de las tiendas, sin que los vigile nadie y sin que permanezcan atados a nada. Parece, que nadie tenga tentaciones de llevárselos sin coste. Es curioso, por el contrario, que las cestas de los supermercados tengan alarma (cosa, que no ocurre ni en España).

          En centenares de calles de todo el país está prohibido fumar y relegan a los fumadores, a -casi- jaulas callejeras, donde es imposible verlos a través del humo acumulado en tan reducido espacio. Las ciudades están limpísimas, sin hallarse papeles o colillas por el suelo. Lo más curioso es, que no hay apenas papeleras, ni barrenderos. Puedes andar centenares de metros con un envoltorio en la mano, sin encontrar donde depositarlo.
                                                                                                                          Esta y la siguiente son, de Busan (Corea del Sur)
          En general, Corea es una especie de país del “pricer” mundo (mezcla de primer y tercer mundo). Por un lado, por ejemplo, nos topamos con amplias avenidas con aceras anchísimas, semáforos, pasos de cebra, velocidad reducida... Por otro, los coches se saltan todo tipo de señalización; las motos utilizan los pasos de cebra, entre los peatones, para ahorrarse giros y cambios de sentido, añadiendo que circulan temerariamente por las aceras, que comparten además de con los sufridos viandantes, con carros cargados de cosas -la mayoría inútiles- o con cualquier mercancía voluminosa. Todo permitido, salvo que el peatón cruce por donde no debe. Esto nos ha pasado a nosotros esta misma mañana y si no nos hacemos los guiris tontos, nos habría caído encima una buena multa (por fumar fuera de las tétricas jaulas son 100€).

          Los semáforos tardan en cambiar entre dos y cuatro minutos -lo que resulta agónico para el peatón- y sorprendéntemente, no se producen apenas atascos. Ni rastro de barandillas o medidas de accesibilidad. Constantes y profundos pasos subterráneos -a veces, de cuatro tramos de escaleras y llenos de tiendas y puestos-, que los primeros días te generan molestas agujetas y los últimos, te hacen serio candidato a medalla olímpica en disciplinas de resistencia.

          Creo, que Seúl es la ciudad con más autobuses urbanos del mundo. Los hay de todos los colores. Esperando nuestro turno en el semáforo llegamos a contar más de 25, en ambas direcciones.

          Los puestos callejeros y mercados nocturnos de comida -al aire libre, a pesar del duro invierno- invaden las calles del centro y de algunos barrios de las ciudades (sobre todo, en Seúl). Son coloridos y atrayentes, en relación con el soso comercio tradicional europeo.

          Salvo en las estaciones de tren, no hayamos mendigos visibles, pero es posible contemplar a mujeres ancianas, durante las primeras horas de la noche, repartiendo publicidad, vendiendo pescado fresco en la calle o acarreando pesadas cargas.
                                                                                                               Esta y la siguiente son, de Gyeongiu (Corea del Sur)
          Y, los corean@s, ¿cómo son?. Pues, amables, aunque distantes y fríos, disciplinados, confiados. Físicamente, son más altos que los chinos, con los rasgos más marcados y especialmente fe@s -mucho más ellas-, por lo menos para nuestros cánones de belleza. A pesar de los numerosos mercados de todo tipo, un corean@ no sería capaz de vender ni agua en el desierto. Les darías pena y te la ofrecerían gratis.

          Por lo demás, encuentro tres actitudes desconcertantes en ellos:

          -Cuando van por la calle, no evitan el choque y te llevan puesto, si tú no cambias de dirección

          -En el supermercado, circulan por los pasillos a la velocidad de un formula 1 y si no te quitas, te clavan el carrito en la espalda, sin contemplaciones. Quien no conduce uno de ellos en Corea, no es nadie.

          -Se pasan el día corriendo por todas partes -con bultos o sin ellos- y te arrollan sin piedad. Si bien es cierto, que si les pisas tú a ellos, ni se inmutan.

          Podemos confirmarlo. Sí, es cierto que los coreanos tienen perros como mascotas, pero sólo vimos unos cinco en los cuatro primeros días. Todos ellos en zonas nobles de las ciudades, muy pequeños y excesivamente huesudos. Cada uno que lo interprete, como quiera, pero este alimento tradicional de la dieta coreana, es más caro que la ternera, el cerdo o el pollo y no se distribuye en grandes superficies o supermercados. Creo, que así es muy difícil, que te den “perro por liebre”.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Sin duda, somos estómagos agradecidos


Esta y las dos siguientes son, de Seúl (Corea del Sur)
        Realmente, nos vinimos a Corea del Sur, porque no teníamos pasta, ni ganas de organizar un viaje a Japón, el destino deseado desde hace ya bastante tiempo. Y, ahora, en la -sorprendéntemente- cara Corea, parezco más un contable de poca monta de cualquier empresa, tratando de recortar gastos, que un complacido y aventurado viajero. Menos mal y con carácter de urgencia, que hemos puesto en marcha algunos trucos, que aligeran enormemente nuestro resentido presupuesto. Para nuestro regocijo, a los cinco minutos de llegar a la ciudad de Incheon, entramos en uno de los supermercados de un centro comercial y descubrimos el primero: comer y beber sale gratis, si te lo sabes montar bien y con descaro.

          En estos establecimientos y en muchos mercados, durante unas siete u ocho horas al día, se ofrecen degustaciones de casi todo, que puedes probar, sin coste alguno y -en teoría- sin límite. En muchas ocasiones y a la vez, más de veinte productos, entre pescados y mariscos secos o marinados, salchichas, beicon, pasta, arroces al curry, crustáceos con su cáscara, empanadillas de verduras fritas, bollos cocidos al vapor y rellenos de pasta de alubias, pollo crujiente, queso frito, cefalópodos, algas varias, sopas... y el omnipresente kimchi, que acompaña a todo. Se trata de un macerado, fermentado o marinado de verduras -repollo, pimientos, guindillas...- y que tiene su origen histórico en conservarlas para poder disfrutarlas, durante el largo invierno. Además, frutas, yogures, dulces autóctonos con muy poco azúcar, cerveza, vino, licores, cafés e infusiones varias. ¡Vamos, que sólo falta el cigarrito o el puro!.

          Cuanto más grande es el supermercado y más clientes compran, más generosas son las raciones. Ellos parten de la ingenua y oriental idea de que todo el mundo es honesto. Si te gusta lo que has probado, lo adquieres y si no, sólo pasas una vez. Cuando vas la segunda, aún te ponen carita: ¡son tan atentos!. A la tercera, ya te miran desconcertados y no hay nada más inquietante, que sacar a un/a coreano de su robotizado carácter.

          Ni siquiera, logran entender o aproximarse a la picaresca española, a pesar de que por todas partes aparezcan los “spanish churros” (una versión, por cierto, muy bien lograda de nuestro producto patrio). Para evitar problemas, hoy en día, nos repartimos por todos los centros comerciales de la Seúl, sin quemarlos y dejándolos descansar un par de días entre ronda y ronda.
                                                                                                              Esta y la de abajo son, de Busan (Corea del Sur)
          Además de la gratuidad, la otra gran ventaja de este sistema es, que te permite acceder a decenas de platos de una de las cocinas -creedme- más ricas y sabrosas del mundo. El mejor lugar para gorronear comida es en la capital, el supermercado de la estación central (llamado Lotte y que también está presente en Busan o Daegu, con idénticas características). Igualmente, es el único sitio, donde hemos encontrado “alcohol” barato. Se trata de licores de entre 14 y 21 grados, con sabor a vodka aguado -el famosos soju, que tumba al coreano más aguerrido- o a naranja, limón, melocotón, piña..., muy bien logrados. 360 mililitros cuestan menos de un euro. Saliiéndose de esta agradecida gama low ccost, 20 centilitros de güisqui normal, se te pueden ir a los siete u ocho euros, con toda facilidad. A los esforzados viajeros, Dios nos aprieta, pero no nos ahoga.

          En cualquier país del mundo, siempre tienes una escapatoria para comer barato, aunque sea repetitivo. En Corea, nunca, salvo las apestosas sopas de los modestos Seven Eleven y otros establecimientos, que abren durante la 24 horas (nada que ver con las de Tailandia o de Filipinas, que están realmente exquisitas). Y para muestra unos cuantos botones: una bandeja de fruta de unos 200 gramos, a 9 €; una salchicha rebozada -en puesto callejero-, a 2 €; la carne más barata en un supermercado, a 20 € el kilo; 100 gramos de queso, a 4 €... Hemos visto decenas de tiendas de teléfonos móviles , aunque no su precio, porque viene en números coreanos, pero nos empezamos a temer, que una comida familiar en un restaurante de tipo medio, es más cara, que el patrio Galaxy 6, joya tecnológica de la omnipresente compañía Sansung.


          Si el precio de los alimentos constituye un verdadero disparate, afortunadamente, no ocurre lo mismo con el de los alojamientos y el transporte público. Buscando con mucha paciencia, se pueden encontrar muy buenos hoteles con servicios excepcionales por unos 23 euros/doble/noche. El precio de los autobuses y del tren es algo inferior al que pagamos en España.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Kaos y Konfusión, a la Koreana: un mal inicio de viaje, solventado con paciencia

Cuando decidimos ir a Corea del Sur -con poca información en la red y con menos ganas de buscarla por nuestra parte-, pensábamos, que nuestros mayores problemas iban a ser, movernos en los diversos transportes y entendernos con la gente. ¡Oh sorpresa!: lo que más nos violentó por el contrario los primeros días fue, conseguir hotel, comida, cervezas y bebidas alcohólicas.
                                                                      Incheon (Corea del Sur)
Fuera de Seúl, no son frecuentes los primeros y en cualquier caso, siempre -salvo unos pocos- son de precio elevado, aunque muy detallistas en sus prestaciones y servicios. En cuanto a la comida, es el país más caro por nosotros conocidos en el mundo, tanto en supermercados, como en restaurantes y puestos callejeros, en este orden descendente. La cerveza es para ricos y el alcohol -hasta que uno descubre el “truco” del soju y los licores autóctonos de sabores- para personas muy influyentes, poderosas o traficantes sin escrúpulos de alcurnia. Pensamos, que durante dieciocho días, nos tocaría prescindir de él.
Esta y las tres siguientes son, de Seúl (Corea del Sur)
Dicen los gitanos, que no quieren ver a sus hijos con buenos principios y nosotros -después de haber pasado el peor inicio de viaje en décadas-, estamos de acuerdo, si se cumple la segunda parte del proverbio (la de que todo luego vaya bien).

Legamos a la localidad de Incheon y decidimos parar el día allí, dado que nuestra errada guía hablaba de algunas zonas de interés: un ayuntamiento horrible y una catedral y un puerto, que se encuentran a unos diez kilómetros de. centro. La lluvia lo inunda todo y rompe, como fichas del tetris, los endebles paraguas -de quita y pon- de los obstinados lugareños.

Después de un vuelo de radio medio, a Estambul, una escala de catorce horas y uno de casi seiscientos minutos, nos hallamos en una cuidad dispersa, con un downtown compuesto por dos enormes centros comerciales -a los que ya ha llegado la Navidad, siendo 8 de noviembre-, sin hoteles y con una muy rica comida -fuertemente influida por la japonesa-, al triple de precio, que en España.

Tras una desesperanzada frustración, se nos enciende la luz de emergencia. Regresaremos al aeropuerto, haremos noche al raso en su terminal -después de dos jornadas viajando- y de madrugada, a Seúl. ¡Allí todo será distinto!, pensamos. 

Pues no. Tras ocho horas desesperadas de alternar, ver cosas y hacer gestiones -con la mochila a cuestas-, sólo hemos resuelto la cuestión de una buena -dados los tiempos- tasa de cambio. Por primera vez en un viaje, queremos volver para casa, casi al día de haber salido. Hoteles hay, pero no nos resignamos a pagar lo que nos piden. Comida, toda la que quieras, a precio del cubierto de una boda de un aristócrata o político de pro español. Y en la bebida, seguimos la siguiente escala, teniendo en cuenta nuestros precios patrios: agua mineral, a precio de cerveza; cerveza, a precio de cubata y cubata, al equivalente de medio kilo de jamón de Jabugo.

Para colmo, es día festivo en el país y todos los supermercados se encuentran cerrados, a cal y canto. 


Nuestra indomable persistencia, finalmente y tras ser pasto de la angustia, tiene premio en tres cuartos de hora. Encontramos un súper abierto, junto a la estación de trenes, donde a cada rato ofrecen degustaciones de más de veinte platos de cocina tradicional -además de café, te, otras infusiones y yogur-, de forma generosa y amable (aunque te lo expliquen en coreano, a toda velocidad). Más adelante, nos daríamos cuenta, de que todos ofrecen esta posibilidad y la mayor parte de los mercados, también 

Allí mismo y para nuestro regocijo, encontramos bebidas alcohólicas de fabricación nacional, ricas y a poco menos de un euro la botella. Y paseando por una de las calles cercanas a la terminal ferroviaria, una señora oronda y alborotada nos ofrece un precio impensable por una habitación. No conoce nuestros números, por lo que un viandante le tiene que ayudar, a que le confirme, que lo que hemos escrito en un papel, es lo que ella solicita.

Pero, milagros no hay. Lo de la cerveza sigue sin solución.

martes, 27 de octubre de 2015

A la espera del séptimo viaje largo, esto es lo que hay

          Haciendo granero, a la espera de que en 2.016 hagamos nuestro séptimo y último viaje largo, las vacaciones de este año se van a reducir a unos 20 días, durante el mes de noviembre. Aún sin los vuelos comprados -aunque sí, investigados-, hay tres posibles itinerarios, que deberían transcurrir -en este orden, de mayor a menor chance- por Corea del Sur, Canadá, y el este de Estados Unidos y Canadá.
Seúl (Corea del Sur)
          El recorrido por el país asiático está casi perfilado. Llegaríamos a Incheon, que además de albergar el aeropuerto de Seúl, parece una ciudad atractiva y punto de partida para visitar la isla de Ganghvado, además de la fortaleza de de Suwon y Panmunjom.

          Seúl nos ocuparía -al menos- tres días. Y desde esta capital visitaríamos, madrugando, Buyeo y Gongiu.
                                                                                                                           Chiicago (Estados Unidos)
          En el sureste, Gyeongiu -valle y ciudad imprescindibles- y Busan, abarcarían unas tres jornadas. En el suroeste, Gwangiu (por que coño es este país, acaba todo en “giu”). La isla de Jejudo está en proceso de estudio, aunque quizás, no sea la mejor época para aventurarse en esta empresa.

          Nos hubiera gustado, hacer una escapada de unos cuatro días, a Tokio, pero ir hasta allí, nos sale por unos 250 euros -ida y vuelta, lo que es caro-, que no queremos gastar. Así, que Japón, quedara para el próximo periplo largo.
Toronto (Canadá)
          El circuito por Canadá y Estados Unidos, abarcaría Chicago, Cataratas del Niágara -lado canadiense-,, Toronto, Montreal, Ottawa, Quebec, Boston, Nueva York -segunda visita-, Filadeldia y Whasington. La fortaleza del dólar y el alto precio de los hoteles en Estados Unidos, hacen improbable -pero no imposible- este plan.

          La opción canadiense -casi inviable, por el precio de los vuelos-, abarcaría los anteriores lugares citados en este país y alguno más.


          Más noticias, espero, a la vuelta.