Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

lunes, 28 de marzo de 2016

Lo que hemos hecho por la cerveza (parte IV, de IV)

                                          Varkala, en India
          Ponemos punto final a esta serie de posts con uno dedicado, exclusivamente, a India. Antes de viajar por primera vez a este país, en 2.011, no pensábamos que las relaciones entre el ser humano y las bebidas alcohólicas, pudieran ser tan complicadas. Lo son.

          Para empezar, cada estado legisla sus propias normas sobre la materia, siendo el marco legal muy variable. Así, en lugares como Goa, Puducherry o Calcuta, proliferan las tiendas de alcohol, cerveza y vino con precios muy competitivos y asequibles. Por el contrario, en estados como Uttar Pradesh o Tamil Nadu, las tarifas resultan prohibitivas. Por no hablar de otros territorios, como Gujarat, donde el consumo o la venta de alcohol está prohibido por ley y sólo permitido a extranjeros con el correspondiente permiso.
Margao, en India
          El tema impositivo es tremendo e injusto, pudiendo llegar a más de veinte o treinta veces el valor del producto. Sirva como ejemplo, Kerala, uno de los estados donde el impuesto es más suave. Según el ticket, que nos entregaron, la botella de cerveza costó 60 rupias, de las que cincuenta eran tributos.
Las 2 siguientes son, de Bhopal, en India
          Otro aspecto importante es, la forma de beber de los indios, que lo hacen, como si no hubiera un mañana. El consumo de bebidas no es social o para pasar el rato, sino para mamarse, por lo que consumen las dosis alcohólicas de forma acelerada -rebajadas con algo de agua, para ser menos agresivas- y -normalmente- en soledad. En el sur del país, existen grandes locales de perdición etílica y desbarre general, donde no nos dejan entrar a los extranjeros de ninguna de las maneras (ponen vigilantes a la puerta).

          El sistema de venta de cerveza, vino y bebidas alcohólicas es complejo y se halla centralizado en tiendas especializadas, que se supone, los gobernantes entregan a sus amigos y que obtienen pingües beneficios (hemos visto en alguna, que había una persona específica, simplemente, para contar, mostrar y amontonar los numerosos billetes). En unos estados son frecuentes y visibles, mientras en otros, casi hay que contratar a un detective para encontrarlas.

          En India, son muchos los días festivos del año -enteros o a media jornada-, en que el alcohol -incluido cerveza y vino- tiene prohibida su venta y las tiendas están cerradas. No existe problema, si se conoce el calendario de feriados de cada localidad. Pero, para los extranjeros es un molesto engorro.
                   Fatehpur Sikri, junto a Agra, en India
          Expuestas todas estas circunstancias especiales, cabría esperar, que nuestra relación con la cerveza no siempre fue fácil, en este fantástico país. Exponemos algunos sucesos, que llaman bastante la atención.
Haridwar, en India
          -En Agra, estábamos alojados cerca del Taj Mahal y no existen muchos bares en los alrededores. Si los hay, pasado el Fuerte, a unos cuatro kilómetros de distancia. Allí acudíamos cada noche , volviendo andando y una de ellas -por un camino transitable, pero muy solitario-, tuvimos problemas con un agresivo buscavidas, que nos acosó, seriamente.
2, de Rishikesh, en India
          -En Bhopal, sufrimos un lamentable y grave incidente y un amago de lesión por caída. Los indios son muy respetuosos con los extranjeros, salvo cuando beben y en un bar de esta localidad, tuvimos que salir corriendo -espoleados por el dueño del establecimiento-, antes de que nos partieran una botella de vidrio en la cabeza.

          Por otro lado, estuve a punto de caer, violentamente, en una de los canalizaciones de la calle principal -no están cubiertas por asfalto-, al huir de un coche, que me iba a atropellar. Entre mi pareja y un lugareño, lograron sostenerme. Era de noche e íbamos a comprar cerveza a una tienda algo alejada. Pdríamos haberla adquirido por la tarde con menos riesgos, pero la queríamos congelada.

          Algo similar nos ocurrió en Udaipur, en la calle de la muerte -reconocible para cualquiera, que haya estado en esta ciudad-, donde casi fuimos atropellados por un tuk tuk, que circulaba a gran e intimidatoria velocidad, habiendo ya oscurecido.

          -En Delhi, padecimos serios problemas en la zona musulmana cercana a la mezquita, de Old Delhi. Bebíamos cerveza en un lugar apartado, muy sucio -para variar- y algo ruinoso, cuando unos jóvenes radicales nos acosaron y nos expulsaron de allí, de muy malas formas. Hacer 50 grados y tener sed, fueron nuestros delitos.

          -En Varanasi y sobre todo, cerca del Ganjes y el barrio contiguo, no es fácil encontrar alcohol. Caminamos una hora por calles insufribles -de las peores del país- para encontrar una tienda y nos volvimos sin la cerveza, dado que nos pidieron 200 rupias por cada unidad.
                                      Esta es, de Varanasi y la siguiente, de Bhubaneswar, en India
          -Haridwar y Rishikesh son ciudades sagradas y las bebidas alcohólicas están vetadas. Ansiosos y después de varios días, investigamos a través de nuestra tablet, si existía alguna posibilidad de encontrar cerveza en los alrededores. ¡Premio!. En Raiwala, a diez kilómetros, de Haridwar y con estación de tren, se ubica un curioso y paupérrimo antro, donde darse al placer etílico con naturalidad y satisfacción.

          -En Varkala, padecimos un infierno para comprar unas botellas de cerveza. Aguardamos una cola infernal, llena de indios borrachos. Acercándose al mostrador, hay que entrar dentro de un estrecho y agobiante callejón metálico oscuro y maloliente, donde pasa de todo y nada es bueno. ¡Me ahorro dar más detalles!.

          -En la frontera de Benapole, entre Bangladesh e India, padecimos extraños, molestos y largos acontecimientos, simplemente, por adquirir tres latas, de Heineken. Tuvimos, que rellenar largos formularios, entregar fotocopias del pasaporte y aguardar una larga espera.


          Podríamos seguir, pero sería más de lo mismo. Aquí termina esta larga serie de nuestros actos heroicos por la CERVVEZA. ¡No serán los últimos!.

Lo que hemos hecho por la cerveza (parte III, de IV)

Zanzibar (Tanzania)
          Seguimos en África oriental, para continuar por occidente de este mismo continente y terminar, en Líbano, en esta tercera entrega de lo que hemos hecho por la cerveza en nuestros viajes.

          13º, Corrían los primeros días de marzo, de 2.011, cuando arribamos, a Dar es Saalam ( Tanzania). Eran las once y media de la noche y el viaje había sido duro -por carreteras horrorosas y en un vehículo insufrible-, puesto que habíamos partido a las cuatro de la madrugada, desde Kiela (frontera con Malawi). No disponemos de plano, ni guía y desconocemos, donde nos ha dejado el autobús.
                                                                                                  Estas dos siguientes son, de San Luís, en Senegal
          A pesar de que el lúgubre escenario impresiona, tratamos de controlar los nervios para pensar con claridad. Lo normal, hubiera sido tratar de buscar alojamiento, pero decidimos sentarnos en la terraza de un bar cercano, a tomar varias cervezas, sin prisa. Afortunadamente, conocemos al vigilante de un hotel de lujo, que por una pírrica cantidad de dinero, nos lleva en su coche por los hoteles de las inmediaciones, hasta que nos conformamos con uno. ¡Noche salvada!. Al día siguiente constatamos, que estamos a más de cinco kilómetros del centro.

          14º.- Unas jornadas después, desembarcamos en Zanzibar, una isla preciosa. Tenemos problemas para encontrar un alojamiento adecuado en la capital, a pesar de que hay decenas de ellos. Pero, aún es peor, encontrar bares o tiendas de cervezas. Desesperados y tras preguntar a mucha gente, entramos en una agencia de viajes, a ver si su propietario nos puede ayudar. Él no, pero nos pone al teléfono con un desconocido, que habla perfecto inglés y que nos describe el camino hacia la escondida y única tienda de la ciudad.
Tambacounda, en Senegal
          15º.- A finales de febrero, de 2.012, llegamos a San Luís, en Senegal. Hemos atravesado Marruecos, Sahara Occidental y Mauritania y llevamos más de dos semanas sin poder tomar una maldita cerveza. En la guía vienen dos pequeños ultramarinos, donde las venden, pero han desaparecido. No encontramos otras opciones. Juro y vocifero con enorme enfado, que o aparece la cerveza y las bebidas alcohólicas o me vuelvo a casa, sin visitar Senegal, Mali, Burkina Faso y Costa de Marfil. La tienda de una gasolinera nos salva la vida una hora después, cuando ya hemos perdido la esperanza.
2, de Bamako, en Mali
          16º.- En el mismo país, en Tambacounda, existen numerosos bares. El caso es, que el más cercano nos pilla a más de diez minutos de nuestro periférico hotel. De forma absolutamente inconsciente, arriesgamos nuestras pertenencias -y tal vez, nuestras vidas- por tomar cerveza fresca, a la luz de la luna, regresando por un camino amenazante y casi oscuro.

          17ª.- La siguiente historia se las trae. Llegamos a Bamako, en Mali, a última hora de la tarde, después de un viaje accidentado, que nos ha tenido tirados en la carretera toda una noche. Hay tanques en la calle y hombres armados. Milagrosamente, encontramos alojamiento, junto a la estación de autobuses.

          A la mañana siguiente todo está cerrado y nos indican, que permanecerá igual, durante los próximos cinco días, por “oup d'etat”. Maldecimos nuestra suerte, pensando de que se trata de una festividad musulmana.

          Andamos unos cuatro kilómetros en busca de un supermercado, que viene en la guía. No hay civiles por la calle y si militares, que circulan en tanque o pegan tiros al aire. Y nosotros pensando: “como son estos africanos, que lo celebran todo a lo grande”.Por supuesto, el súper cerrado y a volver por el mismo camino, con idénticos peligros y sin la preciada cerveza. ¡Día de abstinencia!, para darnos cuenta, de que estamos en medio de un golpe de estado.

          18º.- La ciudad más conservadora, de Líbano, es por supuesto, Trípoli, en el norte del país. Allí pusimos nuestros pies, en abril, de 2.012. Comprar cerveza no es difícil, pero tratar de beber una lata en la vía pública, puede causar muchas molestias, como mínimo. Por este hecho, un alocado individuo radical, trató de arrebatárnosla y de agredirnos, físicamente. Tuvimos, que salir por patas y perdernos por las callejuelas del zoco.
Tripoli, en Líbano 

          En la vecina Siria -en 2.007-, nunca nos pusieron inconvenientes por tomar cerveza en la calle.

miércoles, 23 de marzo de 2016

¡Vaya putada: perder la vida en la carretera!

          Interrumpo la serie de posts sobre lo que hemos hecho por la cerveza, para atender a la actualidad del mundo y a mis sentimientos. Pero volveremos, en breve, con los dos artículos, que restan.
                                                                                                                Ecuador
          Como persona y como periodista, siento indignación y tristeza, ante la actuación de casi todos los medios de comunicación españoles, que han decidido dividir a los muertos de forma violenta en tres categorías: premium, normales y low cost.

          Los primeros -víctimas de atentados terroristas del primer mundo-, ocupan centenares de horas de información, reciben todo tipo de condolencias y se habla sobre su dolorosa e injusta pérdida, cuán martillo pilón. Sobre los segundos se dice: “ay, pobrecitos, que mala suerte han tenido”, para pasar a pensar en otra cosa (caso de las chicas muertas en el accidente de autobús, de Cataluña). Los terceros -refugiados sirios; victimas de atentados, de Daesh, en Irák, Turquía o Siria o de Boko Haram, en Nigeria o Camerún- no importan. Ellos, apenas ocupan 20 segundos en el telediario o diez minutos en el Intermedio, de Wyoming.
Laos
          Para mi, todas las muertes violentas son lo mismo. Esa -muchas veces- falsa solidaridad patria de postureo con los damnificados de los atentados, de Bruselas, se transforma, en mi caso, en sincero sentimiento hacia las chicas, que murieron el domingo, en el accidente de autobús. Y es, que a mi, si me hubieran quitado la vida con ventipico años, me habrían hecho una gran putada.

          Como peculiar, irreverente -tal vez- y personal homenaje hacia ellas, os voy a contar las ocho veces en nuestros viajes, que estuvimos a punto de perder la vida en la carretera.
                                                                                                               Filipinas
          1º.- Ecuador, en abril, de 2.008. Viajamos, desde Piura, en Perú, a Loja. El autobús llega con retraso y ha hecho el camino inverso, anteriormente. Les toca conducir, a los mismos conductores, que ya vienen. Partimos. Nos despertamos en mitad de la noche, parados. Nos cuentan, que ha habido un derrumbe y no se puede seguir, hasta que despejen la carretera mañana. Somos tan inconscientes, que nos enfrentamos a los chóferes, exigiendo continuar, fuera como fuera. Cuando amaneció y al ver por donde circulábamos y el cansancio de quienes nos guiaban, nos dimos cuenta, de que habíamos comprado muchas papeletas para nuestro voluntario suicidio.
Mozambique
          2º.- Laos, en julio -nuestro mes favorito para perder la vida en carretera, como veréis-, en 2.008. Trayecto, entre Luang Nan Tha y Luang Prabang. Lleva tres días lloviendo y la carretera es inhumana. Veinte segundos antes de llegar a un determinado punto, se produce un incontrolado y abrupto derrumbe, que tapona toda la calzada (por así llamarla).

          3º.- Filipinas, en septiembre, de 2.008. Viajamos de noche, desde Baguio, a Banaue, en un vehículo de antigüedad y comodidad aceptables, que esta a punto de caer por un precipicio, dejando dos medias ruedas fuera del asfalto. Yo dormía.
                                                                                                              Etiopía
          4º.- Mozambique, en enero, de 2.011. Hemos pasado de forma arriesgada la noche al raso, en Inhanbane, para tomar un autobús, a Maputo, a las cuatro de la mañana. En un cruce, nuestro conductor se encara con otro, por conservar la preferencia y hacen varios amagos de aceleración, para pasar, sí o sí, aún chocando con el otro, en plan Teoría de Juegos. Nervios insoportables, para que nuestro agresivo chófer se saliera con la suya.

          5º.- Etiopía, en julio, de 2.011. El concurrido y viejo bus, que va desde Harar, a Addis Abeba, transita por una carretera montañosa, apenas asfaltada, estrecha y con enormes precipicios al borde izquierdo. Llueve. En una curva, vemos caer, nítidamente y desde la ladera de la montaña, amenazantes rocas de tamaño considerable, que golpean el techo del vehículo, que se tambalea de lado a lado, ante el griterío del pasaje. Cuando parece, que vamos a caer -no nos habrían encontrado nunca-, la pericia del conductor consigue controlar el vehículo y salvarnos la vida.
India 
        6º.- Una forma “divertida” de morir, es hacer el montañoso y breve trayecto, entre Dharansala y Mcleod Gang -junio, de 2.014-, que llevan a cabo a diario cientos de autobuses. La carretera es estrecha y no caben dos de frente, por lo que son constantes las maniobras -muchas hacia atrás y al borde de precipicios, aunque nunca hostiles- para organizar el tráfico. A los indios les parece normal, pero a los extranjeros nos acojona bastante.
Bangladesh
          7º.- Bangladesh, en julio, de 2.011. Tomamos un rickshaw para ir desde el centro, de Chittagong, a la estación de autobuses. A los mandos del cacharro, el conductor más suicida y psicópata, que nos haya transportado jamás. Ha desayunado fuerte y nos lleva a una velocidad de vértigo, por calles llenas de profundos y deformes baches, con curvas y cuesta abajo. Vamos dando botes y apenas mantenemos la estabilidad, aferrados a una estrecha y corta barra metálica oxidada. Para colmo, las mochilas en el regazo y el infernal tráfico, de frente y al lado, Milagrosamente, nada nos ocurrió, salvo caer mareados, al bajar.
                                                                                     Corea del Sur
          8º.- De esto, hace tan sólo cuatro meses. Estábamos en Gyeongiu -Corea del Sur-, recién llegados y algo despistados, dado que es un lugar disperso. Para acceder a un monte, no había otra forma -o no la descubrimos-, que atravesar a las bravas, una autopista de cuatro carriles, sin mediana. Por apenas centésimas de segundo, no fuimos atropellados, violentamente, por un vehículo a más de cien por hora.


          Siento enormemente, CHICAS -aunque, no pueda ni imaginar el dolor de vuestras familias-, que la suerte no os sonriera, como a nosotros, habiendo sido vosotras mucho menos imprudentes y aventureras. ¡Os habéis perdido algo grande, que este mundo!.  ¡¡¡Vaya mierda!!!.

lunes, 21 de marzo de 2016

Lo que hemos hecho por la cerveza (parte II, de IV)

          7º.- Seguimos en el mismo viaje largo, pero ahora, en México. Decidimos, visitar las ruinas de Monte Albán, cercanas a Oaxaca y antes de acudir, compramos unos botellines de cerveza, de la marca Sol (estupenda). Estábamos casi solos y cuando abrimos un par de ellos, un empleado corrió hacia nosotros, con cara de loco y enojadísimo, acusándonos, poco menos, de borrachos patológicos.
            Palenque, en México
          Nos obligó a abandonar el recinto arqueológico, espetándonos: “Cuando se os pase la mona, dentro de un par de horas, podréis volver”. Así lo hicimos y aprovechamos el tiempo para tomar el resto de las cervezas y comer. Pero, no le salió gratis. Pusimos una reclamación en el recinto y otra en la oficina de turismo de Oaxaca. Al no tener respuesta en varios meses, contactamos por correo electrónico. Nos indicaron, con asombrosa rapidez, que ese empleado ya no trabajaba allí.
Bangkok, en Tailandia
          8º.- A pesar de sus numerosos golpes de estado, Tailandia es un país bastante tolerante con la mayoría de las cosas, si se actúa con sensatez, claro. No ocurre así con las bebidas alcohólicas -incluidos vino y cerveza-, que tienen unos horarios limitados de venta, entre las once de la amñana y las dos de la tarde y las cinco y las doce de la noche. Los supermercados y las omnipresentes tiendas de 24 horas son inflexibles con esta norma, pero las tiendas pequeñas hacen la vista gorda y te venden lo que desees, en un rincón discreto del local, envolviendo la mercancía en hojas de periódico y colocándolo en opacas y sucias bolsas negras.
                                                 Surabaya, en Indonesia 
          De esta manera, salvamos muchos contratiempos en los diferentes viajes realizados a este país. También, conseguimos librarnos del Buddha's Bitrhday, que nos pilló por sorpresa, en Nakon Rattchasima, el 14 de mayo, de 2.014. En esta jornada está prohibida la venta de alcohol, pero no resulta difícil obtenerlo.

          9º.- Corría el final del mes de agosto, de 2.008, durante nuestro segundo viaje largo, cuando viajábamos por Surabaya, en Indonesia. Como otras tantas veces, tuvimos la mala suerte de pillar el Ramadan, en un país musulmán (Bali es hinduista).
Lesotho
          En el enorme Carrefour de esta ciudad, seguían vendiendo cervezas y derivados alcohólicos, pero de forma discreta, en estanterías alejadas de los productos básicos y cubiertas con cortinas o lonas. Cogimos nuestra mercancía y al llegar a la caja, la cajera nos miró con cara de pánico, como si hubiera visto a Satanás, negándose a tocar las latas y a cobrarlas. Pasaron cinco minutos, hasta que llegó la encargada, que le obligó a vendérnoslas. Lo hizo de muy mala gana y pasándolas por el escáner muy deprisa y casi sólo rozándolas, como si mordieran o fueran venenosas.
                                                                                   Kariba, en Zimbabwe

        10º.- En nuestro periplo por África austral y del este, tuvimos decenas de anécdotas relacionadas con la cerveza. Llegamos exhaustos, a Maseru -capital de Lesotho-, después de un día caluroso y agotador, en el que habíamos tenido que andar un trecho largo, desde la frontera, hasta tomar un autobús y habíamos lidiado con unas simpáticas adolescentes, que al final resultaron tóxicas.

          En la guía sólo venía un alojamiento, muy alejado y a las afueras, gestionado por unos religiosos, que fue el único, que encontramos. Eran las ocho y media de la tarde y había toque de queda, a las diez. El bar más cercano se hallaba a media hora, caminando. No lo pensamos e hicimos el camino corriendo, para engullirnos en minutos dos botellas de 75 centilitros, cada uno. La vuelta, más reposada, resultó ser de mucho miedo, cruzando parques eternos y solitarios.
Lusaka, en Zambia
          11º.- Kariba es algo disperso -se pueden ver animales salvajes, sin coste alguno-, pero es un lugar encantador en el norte, de Zimbabwe. Llegamos allí, a las diez de la noche, completamente desorientados, dada la deslocalización de los diferentes núcleos, que forman la ciudad. No tuvimos más remedio, que fiarnos de un buscavidas, para encontrar alojamiento.

          Tuvimos suerte, dado que no nos la jugó y nos llevó a un hotelitto, donde supongo, obtuvo su justa comisión. Le dijimos al dueño, si había algún problema, en que fuéramos al centro, a tomar un par de cervezas y nos indicó, que el cerraba a las 12. Regresamos, a menos diez y el establecimiento estaba clausurado. Gritamos y aporreamos la vieja verja metálica exterior, sin resultados. Tuvimos, que saltarla, enredándonos en ella, destrozándonos la ropa y causándonos arañazos. Entramos por una ventana abierta, observando al vigilante acurrucado, plácidamente dormido.

          12º.- Lusaka -capital, de Zambia- es uno de los lugares más inhóspitos del continente: la gente es, realmente, hostil. Cometí el error de vestirme con unos pantalones de bolsillos amplios. La cerveza tuvo la culpa de que nos robaran la cámara de fotos, dado que paseábamos distraídamente, engulléndola y con las manos ocupadas con ella y la guía. Pero, también fue la responsable de recuperarla. Corrimos tras ellos y los acorralamos en un callejón, elevando la mano con el vidrio y amenazándoles con partírselo en la cabeza.  ¡Mano de Santo y aplauso de los vendedores de la zona!. Algún día, nos pasará algo chungo, a consta de la maldita, pero imprescindible cerveza.

domingo, 20 de marzo de 2016

Lo que hemos hecho por la cerveza (parte I, de IV)

          Comienzo una serie de cuatro posts, para comentaros lo importante, que ha sido la cerveza en nuestras vidas y las cosas -algunas, casi increíbles-, que hemos tenido, que hacer por ella a lo largo de 27 años de viajes por el mundo.

          Hay tres factores, que subyacen en casi todas las experiencias: camuflar con éxito, cerveza o alcohol en aeropuertos y países musulmanes; jugárnosla de noche y desatendiendo todo criterio de seguridad para conseguir, a toda costa, la preciada birra de turno y problemaspoliciales para beberla en la calle, en muchos países, como por ejemplo, Estados Unidos o Polonia.


          Aunque en Europa es fácil de conseguir, en casi todas partes, también pueden ocurrir contratiempos, que lo hagan difícil,
Esta y la siguiente son del salar, de Uyuni (Bolivia)
          1º.- Corría agosto, de 1.994. Ese año nos fuimos, a Estambul, en tren, a través de los países del este y volvimos por Grecia e Italia. Una mañana calurosa tomamos un convoy, que desde Sofía, nos debería llevar a la ciudad turca. Al bajar en la frontera, me golpeo la cabeza y me abro una pequeña brecha. Viajamos con Jordi y Xuclá, dos catalanes, que hemos encontrado , en Bucarest.


          Ya dentro del país otomano, nos detenemos en una caótica estación. Un avispado niño, de unos 7 años, vende cervezas frías, a un dólar, cada lata. En la cartera sólo tenemos un billete de uno y durante más de cinco minutos, debemos revisar todo el equipaje, para milagrosamente, encontrar otro. Entre los cuatro sólo juntamos 3 billetes verdes. Negociamos a la desesperada, para que el crío nos ofrezca las cuatro unidades, pero este no cede. Xuclá, que además, ha discutido con Jordi, se queda sin el preciado y ansiado premio.

          2º.- Ya en Turquía, nos pasamos tres horas y media, en Kayseri (Capadocia), andando y preguntando, hasta que casi a la hora de cerrar, encontramos una tienda especializada. ¡Salvados por la campana!.


          En 2.012 y en este mismo país, decidimos no hace noche, en Trabzon, después de 20 horas de autobús, por el alto precio de la cerveza -dos euros y pico, una lata de medio, en supermercado- y nos pegamos una buena paliza para llegar, a Georgia, donde nos atiborramos de ella.


          3º.- En septiembre, de 2.004, nos largamos a Suiza. Recorrimos el país, desde Lucerna y Lausana. Un día, al volver de una excursión, hacia el primer destino mencionado, constatamos, que era festivo local y los supermercados estaban cerrados. Ni cortos, ni perezosos, nos cogimos un tren, a Zurich, para adquirir con éxito, nuestro líquido elemento.

Bucarest (Rumanía)
           4º.- Hemos viajado siete veces a través de Marruecos -dos de ellas en el mes sagrado-, por lo que las anécdotas son interminables. La primera fue en 2.005 y durante el Ramadan. Tras ímprobos esfuerzos e investigaciones para conseguir cerveza, todos fueron vanos, hasta llegar, a Tanger, de vuelta, después de dos semanas abstemias. Finalmente, dimos con un pequeño supermercado, donde las tenían en cámaras cubiertas con negros e inquietantes cortinajes. Casi de forma clandestina y a un precio de contrabando, conseguimos unas 20 latas, forradas en periódico, que sacamos en bolsas oscuras. ¡Nos sentimos vigilados por el CNI!.
Estas dos  son, del velero Colombia-Panamá

         5º.- Entramos en Bolivia, en marzo, de 2.008, a través del parque nacional Eduardo Avaroa y el Salar de Uyuni, contratando un tour organizado, que compartimos -entre otros- con nuestras queridas amigas argentinas, Flor y Flopa. En los géisers y a 5.200 metros de altitud, inesperadamente, nos encontramos una botella de medio litro de cerveza, que engullimos entre los cuatro. En este caso, más que decir, lo que hicimos nosotros por la cerveza, deberíamos consignar, lo que nos regaló ella, a nosotros.


          6º.- En este mismo viaje largo, ya en Colombia -concretamente, en Cartagena de Indias-, contratamos pasajes en un velero -cinco días- para hacer una ruta por el Caribe y desembarcar, en Panamá. Un miércoles y tras mucho negociar con el capitán sueco, se comprometió a regañadientes, a llevarnos a una isla cercana, donde adquirir cerveza. Pero se fue haciendo el remolón -acorde con su nacionalidad-, según pasaban las horas.         
         Decidimos pasar a la acción. Cogimos la cartera y una desgastada bolsa de plástico y nadamos el medio kilómetro, que nos separaba de dicha ínsula. Negociamos con los indígenas -en dólares- y nos hicimos con un buen cargamento cervecero, que hubo que arrastrar por el agua con paciencia, a una mano, mientras con la otra se sostenía la cartera fuera del mar.


Continuará!. 

martes, 15 de marzo de 2016

Historias de aeropuertos

         
                                                  Cenando en el hotel Palace Aeropuerto, de Roma
          Nunca pensé, que el final de un viaje pudiera convertirse en el principio de un relato o que unas decenas de horas en Italia, fueran a recabar más protagonismo, que casi veinte días en Turquía, pero cuando reservamos los boletos de avión con Alitalia -dos días antes de volver desde Bangkok, a Madrid-, ya sabíamos que asumíamos ciertos riesgos. Pero aún así lo hicimos.


          Hemos estado más de quince veces en Italia y después de las más básicas, las primeras palabras que aprendimos en italiano fueron sciopero -huelga- y ritardo -retraso-. Allí hemos vivido huelgas de transporte urbano, interurbano, vaporetos -en Venecia-, de estudiantes…


          
                                Aeropuesto de Fiumicino, en Roma, arriba y dos de Kuthaya (Turquía), abajo
          Son las seis de la mañana del 10 de noviembre, de 2.008. Esta fecha es festiva, en Turquía, puesto que tal día como hoy, murió Ataturk. Y en esta ocasión, las celebraciones son aún mayores, dado que se cumple el 70 aniversario de su fallecimiento. Menos mal, que el país no se paraliza hasta las diez y cinco -hora de su muerte- y nosotros ya estaremos lejos de aquí.

          El vuelo de Alitalia parte sin novedad, desde Estambul y aterriza en Roma, a las 7,30, tras ganar una hora al reloj. Tenemos asumido, que deberemos pasar las siete horas, que nos separan de nuestro siguiente vuelo en la zona de tránsito. No obstante, salimos fugazmente, con el fin de constatar, que bajar a Roma nos saldría demasiado caro. Confirmado: Llegar y volver, a Termini, son 22 euros por persona y a cualquier otra estación de la Ciudad Eterna resulta más compiicado (transbordos).

          Nuestra tacañería y desinformación, en este caso tienen premio. Hay una huelga global de todo el transporte metropolitano de Roma, que nos hubiera hecho imposible, desplazarnos a ninguna parte.
                                Tres de Bursa (Turquía)

Recorremos todas las tiendas libres de impuestos, recuerdos, ropa y bares de la zona de tránsito y sobre las diez y media, nos compramos, a 6 euros, una botella de Martini “rosato” -no lo hemos visto en España-, para pasar algo más plácidamente el tiempo. Para no dar demasiadas pistas a los sabuesos del aeropuerto, compramos una lata de Fanta de naranja ácida –muy rica- y tras beberla, vamos vaciando en ella el vermut en el servicio. Los recuerdos de los cuatro viajes de este año -dos largos- afloran con la ayuda del alcohol y el tiempo empieza a pasar más deprisa.

Pero no tardan demasiado en encenderse las luces de alarma. Comenzamos a escuchar por la megafonía en inglés e italiano, que debido a una asamblea de los trabajadores de Alitalia, los vuelos de esta compañía pueden sufrir retrasos o ser cancelados. ¡¡Que mal huele esa amenaza tratándose de Italia!!. Nos proponemos mantener la calma, aunque cuesta, porque mañana debemos reincorporarnos al trabajo, después de la excedencia.


                                                    Cuatro, de Safranbolu (Turquía)
          Buscamos la zona de embarque y comprobamos, que nuestro vuelo ha sido retrasado una hora. Vamos tomando contacto visual con las caras de las personas, que en las próximas horas llegarán a ser casi nuestra familia.
          Empiezan los rumores de cancelación y la compañía para acallarlos, monta el paripé de colocar una chica al teléfono y otra en el ordenador de la puerta B11. A mi no me engañan, este vuelo no saldrá, pero Rosa, pasajera que habla tantos idiomas -español, inglés, italiano y alemán-, como candidez y confusión, es la que se va informando al minuto de las poco novedosas novedades y trata de convencernos de que saldremos en una media hora o si no, a las siete de la tarde.


          Rosa tiene treinta y tantos y es hija de diplomático, por lo que ha conocido mundo. Ahora vuelve con su marido y cuatro hijos de la Toscana, donde han estado recogiendo aceitunas, que asegura, dan un aceite mejor que las de los latifundios andaluces. Es muy activa y se mueve constantemente, pero revolotea alocadamente, más que solucionar algo.

                                                                 Ankara, arriba y dos, de Sumela, debajo (Turquía)
         
          Conocemos también a Juan, un simpático canario, que rebosa alegría y humor negro y a Duba, abogada ucraniana, que se dirige a Madrid para encontrarse con su marido. Ella fue una de los niños, que venían cada verano acogidos por familias españolas tras la tragedia, de Chernóbil. Ya siendo más mayor, retornó un año por su cuenta y se enamoró –fue recíproco- del hijo del propietario de la compañía de autobuses, que la trasladaba. ¡¡El amor se presenta en cualquier parte y cuando menos te lo esperas!!..

     Dos, de Amasya (Turquía)
          Son las cuatro y la cancelación del vuelo ha pasado ya de rumor, a noticia. Debemos dirigirnos a la cinta 16, recoger el equipaje y continuar hacia el mostrador de Alitalia, a conocer nuestro incierto futuro. Pero los bultos no salen y las maletas de otros vuelos cancelados se amontonan desordenadas sobre las cintas.

          Por aquello de ganar tiempo, dejamos a Juan y Duba y nos vamos a un mostrador de la zona de tránsito. Nos indican, que volvamos a preguntar a las siete, pero que probablemente, tengamos que pasar la noche en Roma. “Pero Alitalia os dará albergo”, afirma como quien te está ofreciendo una ganga una empleada.

                                     Dos, de Erzurum (Turquía)     
          Allí conocemos, a Verónica y Jebel, dos agradables jóvenes algo inexpertos en viajes, que se tornan complicados, que vienen de vivir una estresante historia de película de terror. Volaban esta mañana de vuelta, a Madrid, con Easyjet desde el aeropuerto de Ciampino, pero un avión de Ryanair se salió de la pista al chocar con un pájaro uno de los motores y han suspendido todas las operaciones de las terminales hasta nuevo abiso.
     Diyarbakir (Turquía)
          Easyjet les ha dicho –más o menos-, que se busquen la vida y en una decisión rápida han comprado unos boletos, de Alitalia, solo hora y media antes de la programada para el vuelo. A pesar de que la compañía sabe ya, que ese avión tiene pocas posibilidades de salir, les han cobrado 150 euros por barba y no les han advertido de nada.

          Han tomado un taxi, desde Ciampino, a Fiumicino con tarifa fija de 65 euros -hoy se están forrando los taxistas- y han conseguido obtener la tarjeta de embarque solo un minuto antes del cierre del mostrador
                       Dos, de Hasenkeif (Turquía)


          Volvemos a la cinta y en un cementerio de tres capas de maletas, conseguimos encontrar milagrosamente nuestras mochilas.

          Queremos retornar al mostrador anterior, donde hay menos gente que afuera, a ver si nos resuelven algo, pero al tratar de entrar por la salida, la policía no nos deja y nos indica que tenemos que volver a la zona de check in e iniciar todo el proceso, de nuevo, para retornar al mismo sitio.

                                                     Mardon, arriba y tres, de Sumela, debajo (Turquía)
          Lo intentamos hacer, pero al ir con las mochilas, llevamos líquidos (de lentillas, champús y una lata de Efes Pilsen para nuestra colección de cervezas). Los vigilantes, tremendamente agresivos, nos indican que a ellos les dan igual las situaciones excepcionales y lo que nos haya dicho la policía, pero por allí no pasa un líquido más grande de lo permitido ni por encima de su cadáver. A sus gritos, le respondemos con serenidad, que este es un país muy difícil y con bastantes actitudes del tercer mundo y uno de ellos asegura que no, que en Italia esto solo ocurre hoy. Ja, ja.
         
          No nos queda otra, que ir a la cola de Alitalia, en el hall de salidas. Es larguísima y solo hay una empleada atendiendo. Son las seis menos cuarto de la tarde. De repente, vemos a dos chicas cuya cara nos suena de esta mañana.

          -Hola, sois del vuelo de Madrid de las dos y media, ¿verdad?, –interrogamos-.

          -Sí, así es –dicen ellas-.

          -¿Os importaría colarnos detrás de vosotras? -interrogamos con cara de pena-.


                                                 Tres, de Gaziantep (Turquía)
          -Bueno, si los de atrás no dicen nada….

          Con un rápido movimiento nos metemos por debajo de la cinta y nos colocamos tras Marta y Elena, que están a mitad de la cola, donde ya llevan dos horas de espera. Son muy agradables, aunque algo reservadas.

          Delante de ellas están María y César. Ella es guapa, alta y enérgica y él ocurrente y buen conversador. También vienen de Ciampino, donde tenían vuelo con Ryanair, a Santander, que por supuesto ha sido cancelado. Han comprado, igualmente, boleto con Alitalia y ahora pretenden llegar hasta Madrid y alquilar un coche hasta Cantabria.   

                                                         Adana (Turquía)
          Se empieza a fraguar el grupo, que haría que esta experiencia fuera menos dramática y mucho más llevadera. Y más, cuando aparecen de nuevo, Verónica y Jebel, que no han logrado nada en el mostrador de tránsito y a los que colamos detrás de nosotros.

          Pasa una hora y apenas hemos avanzado cinco metros. La gente permanece tranquila y las televisiones entrevistan a los amontonados viajeros. Trato de que me den cancha, pero como no hablo italiano, no acceden. ¡¡Porca miseria!!.
Dos, de Heliópolis y 1, de Pamukale (Turquía)
         
          A medida, que nos aproximamos a la parte de adelante, la aglomeración y los empujones son mayores, así que los ocho nos ponemos en forma de abanico, para evitar que la gente se nos cuele.

          Comienzan las primeras tensiones. Una italiana vocifera, que no hay derecho a llevar cinco horas de espera y a que haya una sola persona atendiendo. Todos le damos la razón, pero sin más entusiasmo. Un agresivo y corpulento negro aporrea la ventanilla y grita. Como ese hijo de puta siga con esa actitud, lo mismo nos la cierran.


                                              Hasta el final, todas son, de Estambul (Turquía)
          Y esto es lo que le gusta a la televisión, que enfoca sus focos y cámaras. Un entrevistado se permite hacer incluso una valoración de la elección como presidente, de Obama. ¡Viva el espectáculo!.          

          Cuando estamos a punto de llegar a la ventanilla, vuelve el negro, que quiere colarse. Se percibe por su aliento, que ha bebido más de la cuenta. María se le encara y él sin dudarlo, la empuja. No se detiene ante nada. El resto pedimos la asistencia de la policía, que tarda más de cinco minutos en llegar, en los que la tensión va aumentando hasta extremos de poder ocurrir algo grave. Porque el negro no se calla y no deja de empujar a todo aquel que se le acerca y se atreve hasta a encararse con cuatro a la vez. Solo con la llegada de cinco policías consiguen llevárselo, a duras penas.

          María y César logran vuelo para las 10,30 con Air Europa, pero son las últimas plazas. Para el resto, nos dan dos posibilidades. Volar con Alitalia, a las nueve y media de la mañana o con Iberia, a las tres de la tarde. Ninguno de los seis lo dudamos y optamos por lo segundo. Hicimos bien, porque el de las 9,30 también sería cancelado.

          No hay problemas para que nos alojen, den de cenar y desayunar y nos mandan al Palace Aeropuerto, un cuatro estrellas, que en España a duras penas conseguiría las tres. Por si acaso y ante la avalancha, han vaciado las neveras de las habitaciones y cortado las líneas de teléfono

          Para subir al bus que nos traslade, tenemos que luchar a empujones y con mucha energía con un grupo de sesentones italianos, que no hacen ascos a pegarte cachabazos o culazos para tomar la posición de la escalera. Pero si haces tú lo mismo, te dicen que estás faltando al respeto de las personas mayores. Conseguimos subir todos, menos María y César, que deberán tomar el siguiente.

          Como sabemos, que habrá follón para registrarse en el hotel, hemos decidido subir con todo el equipaje y no dejarlo en la bodega del bus. Así, podremos bajar rápido y correr, con clara ventaja sobre los del INSERSO trasalpino. Así es, como lo hacemos y somos los primeros en obtener habitación y llegar al comedor, donde reservamos hueco en la mesa a nuestros nuevos y queridos amigos.

            Efectivamente, el follón por el reparto de habitaciones se produce, ante lo que la enérgica recepcionista amenaza: “o se ponen ustedes en una cola organizada o no se dan habitaciones. A ver si piensan, que nosotros somos tan poco serios, como Alitalia”, espeta.

          La cena resulta estupenda: Pasta con sabroso pomodoro -tomate- y al dente, carnes y pescados excelentes y tarta, a la que nunca llegamos, porque los del cachabón, en este caso, siempre son más rápidos y se las llevan enteras. El vino es bueno y la compañía de Verónica, Jebel, Marta, Elena, María y César, que van llegando paulatinamente, mucho mejor; así que estamos de charla hasta que a la una menos cuarto nos proponen, que vayamos a dormir (más bien, nos echan del comedor). Quedamos para desayunar a las nueve y media, salvo con María y César, que tendrán que madrugar para tomar su vuelo.

          ¿Qué había pasado con Rosa y familia, Duba y Juan?. ¿Tuvieron o no qué pasar la noche en Fiumicino?.
         
          Rosa, en una decisión probablemente precipitada –puesto que ya no salía ningún vuelo de Alitalia-, trató de llevar a su familia en el vuelo de la compañía de las nueve de la noche, pero este no salió y tuvieron, que dormir tumbados en el suelo y gastarse a la mañana siguiente más de mil euros -seis boletos aéreos- en un vuelo, de Vueling, que 24 horas antes valía 80 y a esas horas, ya casi llegaba a los 200.

          Juan y Duba fueron de legales y al no colarse, pasaron ocho horas en la cola, hasta las dos y media de la mañana. Les negaron el hotel, mintiéndoles al decirles, que no tenían derecho. Durmieron en el suelo, como otra mucha gente. O en las cintas de facturación. Así lo hacían un par de ancianos y a mitad de la noche los mecanismos se pusieron en funcionamiento y se los llevaron para dentro. Nunca supimos, si los facturaron, pero tal como estaba la cosa…

          Nosotros dormimos genial. El reparador sueño y el conocimiento de las situaciones de los demás, empezaron a hacernos ver, que a pesar de las molestias vividas, habíamos sido de los más afortunados (probablemente, gracias también a nuestra experiencia viajera).

          Desayunamos fuerte en previsión de no poder comer -en mi caso, tres bocadillos pequeños, un croissant, tres zumos y un café- y acertamos. Nos hacemos unas fotos de grupo y nos disponemos a esperar el bus de retorno al aeropuerto. El resto de pasajeros, que hacen tiempo, son japoneses, así que en este caso, todos subimos de forma civilizada.

          El check-in no ha abierto, pero una simpática azafata de Iberia nos hace la facturación en una máquina automática, tras ver nuestro nerviosismo, fruto de que ya vemos fantasmas por todas partes. Al facturar, conocemos a una pareja de gallegos. Vienen también de Ciampino y dicen, que está peor que este aeropuerto y que todavía no ha salido ni un solo vuelo, ni previsiones de hacerlo. La tarifa de taxi entre ambos aeropuertos hoy, ya cuesta diez euros más: 75. ¡¡Y sigue subiendo!!

          Volvemos a encontrarnos con Duba y Juan, por lo que formamos un grupo nuevamente de ocho, que pasamos juntos los caóticos y lentos controles de seguridad y matamos el tiempo de charla e informándonos sobre las reclamaciones para conseguir indemnizaciones. Alitalia no lo pone fácil: Ni un solo formulario.

          Retrasan el vuelo de Iberia una hora y cancelan el de las siete de la tarde con código compartido, a Madrid. Esto vuelve a oler mal. Pero a las tres llega la tripulación. Nuestro grupo y unos cuantos más, les aplaudimos y ellos ponen cara rara. El piloto dice:

          -Bueno, la culpa no es nuestra. Hemos llegado en hora, pero el que trae retraso es el avión.

          -No, si no es por eso –respondo- es que llevamos tirados en Roma por culpa de Alitalia, más de 36 horas y sois nuestra esperanza para salir de aquí.

          El piloto cambia el gesto, se siente importante y espeta.

          -Bueno, chicos, lues a ver si ahora lo conseguimos.

          A las seis de la tarde, sin casi creérnoslo, ponemos los pies en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas. En Ciampino, más de 700 españoles iban a pesar su segunda noche en el aeropuerto y en Fiumicino, algunos de los de nuestro vuelo seguirían allí, hasta el día siguiente.